Cultura

Descolonizar con brocha gorda: la “apropiación cultural de Picasso” y llamar a América "Abya Yala"

La exposición 'La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza' pretende poner de relieve las consecuencias del colonialismo europeo

  • Grupo familiar en un paisaje (1645-1648), de Frans Hals.

Rosalía despegaba a nivel mundial con “Malamente”, llevando la música flamenca a un punto inimaginable unos años atrás, y en España era acusada de apropiación cultural por versionar el flamenco y por su “estética gitana” sin pertenecer a esa etnia. Era el año 2018 y las proclamas identitarias y victimistas bullían tanto dentro de la caldera woke, que la hicieron estallar. Las denuncias contra el “tra, tra” de Rosalía eran una derivada, que como cada elemento del wokismo, llegaba a España unos meses después de que en Estados Unidos se hubiera criticado a personas blancas por llevar rastas, o a autores por hacer obras sobre colectivos a los que no pertenecían. La lógica censora era, con todas las connotaciones de la palabra, bastante simple: solo puedes hacer chistes de negros si eres negro, solo puedes escribir novelas de inmigrantes si lo has sido, ni se te ocurra vestirte con ropa tradicionalmente vinculada a un grupo concreto. Sin embargo el caso de Rosalía se quedó en unos cuantos tuits y artículos de activistas, ahora, el museo Thyssen arranca su última exposición con una de estas premisas señalando a Picasso y a otros pintores como Paul Gauguin que “ejemplifican la apropiación cultural mediante el uso de lenguajes artísticos ajenos”.

El delito de Picasso, introducir máscaras africanas en sus obras, en concreto en Estudio para la cabeza de "Desnudo con paños" (1907); el de Gauguin, crear una cerámica con forma de cabeza humana en Tahití. Se trata de dos de las obras expuestas en La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza, una muestra que pretende realizar un “ejercicio de relectura de las colecciones del museo desde una perspectiva no eurocéntrica”. Dichas obras aparecen en la primera sala titulada “Extractivismo y apropiación” y para el caso de Picasso se describe como un “ejemplo del apropiacionismo cultural, en la que pintó un rostro con rasgos geométricos abstractos al estilo de las máscaras africanas, atraído por su novedad formal y carácter mágico”.

Estudio para la cabeza de "Desnudo con paños" (1907), Pablo Picasso.

Urtasun y la descolonización

Los museos mundiales llevan años inmersos en un proceso de renovación dentro de lo que se ha llamado descolonización. El actual ministro de Cultura Ernest Urtasun lo ha tomado como una de sus banderas en esta legislatura. Desde el Congreso, el ministro recordó que uno de los retos que había asumido era “superar un marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntricas que han lastrado, en muchas ocasiones, la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico”. La última exposición del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza se adhiere a estas premisas, poniendo de relieve las consecuencias del colonialismo europeo iniciado en el siglo XVI y su presencia en la iconografía occidental. La muestra está organizada en seis apartados temáticos: el extractivismo y la apropiación; la construcción racial del otro; el esclavismo y la dominación colonial; la evasión a nuevas arcadias; el cuerpo y la sexualidad; y la resistencia, el cimarronaje y los derechos civiles. 

Efectivamente, son temas interesantes que muchas veces han estado ocultos al público, el problema es que alguna de las interpretaciones y teorías que se cuelgan dentro de estos marcos proponen sesgos tan marcados como los anteriores. En el cuarto apartado de la muestra ‘Evasión a nuevas arcadias’ la cartela principal que lo introduce explica que “la pintura de paisajes ejemplifica el afán europeo por enmascarar la violencia de la realidad colonial”. Una afirmación que difícilmente se puede sostener en un género con siglos de tradición en Europa, desde los paisajistas holandeses a los románticos ingleses del XIX. 

Los cientos de acuarelas de paisajes europeos que mostraban la belleza y el poder de la naturaleza como lo hacían sus colegas al otro lado del Atlántico, ¿también pretendían ocultar la dominación colonial? La Arcadia, aquel lugar idílico donde reina la felicidad, era una constante en el arte europeo en pinturas y poemas antes de la llegada a  América, pero a los comisarios de la muestra les parece molestar no ver sufrimiento humano en los cerros de colinas de la actual Colombia: "El mismo carácter arcádico, ajeno a la violencia de la dominación colonial, se muestra en otros cuadros como El Carenage, Saint George, Granada (1797), de Louis Bélanger, o Calle en Nasáu (hacia 1877-1880), también de Bierstadt", señala la exposición.

Paisaje sudamericano (1856), de Frederic Edwin Church.

Durante toda la muestra, las salas comparten cuadros coloniales con obras contemporáneas que ofrecen nuevos enfoques, pero que de nuevo están salpicados con un profundo sesgo en sus cartelas: “En contraste con la visión del continente americano como tierra para el usufructo europeo, la artista chilena Sandra Vásquez de la Horra propone en América sin fronteras (2016) la cosmovisión indígena de América como “Pachamama” (Madre Tierra), de la que todos somos hijos”. 

El indigenismo atraviesa toda la muestra y llega a su punto cumbre en el catálogo de la misma en un texto firmado por Yeison F. García López y Andrea Pacheco González, dos de los comisarios de la muestra: “El proceso de ocupación territorial, de despojo y genocidio iniciado hace seis siglos en Abya Yala, tiene una relación directa con las actuales condiciones de vida y de muerte de los habitantes del Sur Global”. A continuación, se habla del error de llamar “descubrimiento” a la llegada de Colón y se insiste en término Abya Yala, que según el texto es como los pueblos originarios conocen al continente. 
No fue un descubrimiento, genocidio y el nuevo término para América… Las dos primeras resultan tan de primero de pancarta que ni nos detendremos en ellas. Sobre Abya Yala urge aclarar que este nombre, que está ganando presencia en museos españoles, es un término con menos de 50 años de antigüedad usado por algunos movimientos indigenistas. Explicar que “los pueblos originarios llaman Abya Yala” a América es simplemente una falsedad. Hacerlo en el catálogo de una exposición de una institución como el Thyssen provoca sonrojo.

Descolonizar falseando

El enfoque escogido y gran parte de las pinturas ofrecen una más que interesante narración que se ve contaminada por los excesos comentados. Una cartela, que aporta que el nombre y la condición en la que se encontraba el negro retratado al lado del marqués de turno, mejora la comprensión de la obra. Una sala en la que se dé visibilidad al inhumano sistema esclavista que proliferó por toda América durante siglos también. La muestra lo hace con una de las principales obras de la institución, el Grupo familiar en un paisaje (1645-1648), de Frans Hals, explicando que se trataba de la familia de Jacob Ruychaver, director general del castillo de Elmina, Ghana, al servicio de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales entre 1641-1645 y 1651-1656. Y señalando que el adolescente africano representado debió haber sido trasladado directamente a las Provincias Unidas para trabajar como sirviente. También explica que la aparición de personajes negros en estas épocas eran un mero elemento decorativo que en el momento representaba el estatus social.

Para desmontar discursos superados por la historiografía hace décadas como los de la “misión evangelizadora” en América no es necesario introducir relatos exagerados, profundamente victimistas e invenciones modernas. Los museos nacionales son herramientas culturales que siempre han servido a un fin político y que por tanto se tienen que renovar. Muchos de los que ahora se tiran de los pelos y acusan de querer politizar olvidan que el propio concepto de “museo nacional” es fundamentalmente un artefacto político para un relato nacionalista de la historia o el arte. Estos mismos que se quejan de cualquier cambio en una sala parecen sostener que lo que ha habido hasta ahora han sido exposiciones asépticas, neutrales e imparciales, otra ingenuidad más. Todo enfoque es subjetivo y los museos merecen un continuo lavado de cara.

Pero sustituir un sesgo machista y eurocéntrico, que sin duda ha existido y sigue existiendo en muchos museos, por un identitarismo indigenista del que solo se recalcan las virtudes de los “pueblos originarios” es volver a privar al espectador de la complejidad de la historia.

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