Fernando Alonso debería ser ya el mejor deportista español de todos los tiempos. Sin discusión y con cierta diferencia sobre Nadal, Ballesteros, Gasol, Indurain o cualquiera de los mitos que se disputan este título honorífico. En un escenario medio normal, el asturiano tendría que acumular entre ocho y diez títulos mundiales de Fórmula 1.
Una cifra inalcanzable que rebasaría con holgura al estratosférico heptacampeón alemán Michael Schumacher y que situaría a Fernando en el trono supremo del deporte individual más popular en todo el universo. El rey de reyes de la historia del automovilismo. Y del deporte español.
Sin embargo, el piloto ovetense ‘sólo’ posee dos campeonatos mundiales, el de 2005 y el certificado hace exactamente diez años, el 22 de octubre de 2006 en el GP de Brasil. Desde entonces, una década tan prodigiosa en actitud como frustrante en resultados durante la cual ha cosechado tantos elogios como decepciones.
La Fórmula 1 es como la vida. Una suma de decisiones y fortuna. Normalmente suelen convivir momentos buenos y malos, pero no ha sido así en el caso de Alonso. El español es considerado, casi de forma unánime, el mejor de la parrilla. Pero su tostada lleva cayendo boca abajo la friolera de dos lustros.
Fernando estaba destinado a ser tricampeón en 2007, cuando firmó por la poderosa McLaren. Pero apareció un descarado y talentoso jovenzuelo, Lewis Hamilton, el equipo inglés no supo ni quiso respetar los galones del bicampeón mundial… y a Raikkonen (Ferrari) le cayó del cielo un título inesperado.
El ambiente se volvió irrespirable en McLaren, y Alonso decidió irse. Fue tan precipitado que apenas le dio tiempo a negociar, así que tuvo que regresar a ‘casa’. A Renault, que ya no tenía ni el coche ni los medios para competir por casi nada.
No se sabe exactamente cuándo pero, según propia confesión, el piloto asturiano pudo fichar por Red Bull cuando esta “solo era una bebida energética”. Si hubiera sido “adivino” (también palabras suyas), Alonso podría haber sumado los cuatro títulos que luce Vettel (2010 a 2013). Siguiendo con el análisis-ficción y sumando el ya citado 'no Mundial' de 2007, habría alcanzado a Schumacher en la cima de la F1.
Pero Alonso esperó dos años en Renault con la cabeza puesta en la que es obsesión de todos los pilotos: Ferrari. Vestido de rojo, en 2010 se le escapó el tercer entorchado de verdad en la maldita carrera de Abu Dhabi. Y desde ahí vivió con pundonor y dignidad la decadencia de la histórica Scuderia, que sigue sin levantar cabeza.
Si no hubiera sido fiel y leal a su contrato con el equipo italiano podría haber movido los hilos necesarios para, como mínimo, intentar suscitar el interés de la pujante Mercedes, que buscaba pareja de pilotos para poner en sus manos un nuevo y revolucionario bólido con el que pretendían dominar el campeonato.
Pero Alonso estaba empeñado en ser campeón del mundo con Ferrari. Persiguió su sueño hasta que este tornó en pesadilla. Y entonces ya era tarde para fichar por la escudería germana. Otros dos hipotéticos títulos (2014 y 2015) que volaron. Hizo de tripas corazón, meditó con la cabeza –y con el bolsillo- y se abrazó al ambicioso pero incierto proyecto a dúo de McLaren y Honda.
Y en esas anda. Vendiendo al mundo día y noche velocidad y eficiencia que no llegan. Circulando con más pena que gloria en el vulgar atasco de la clase media de la parrilla y esperando el gran salto.
En un país cainita como España lo fácil es echarle toda la culpa a Fernando Alonso… o absolverle de todo buscando siempre excusas ajenas a él. Ni lo uno ni lo otro. El asturiano ha tomado alguna decisión profesional errónea, pero también ha tenido la impensable mala suerte de, por ejemplo, coincidir con Hamilton en McLaren o aterrizar en la peor Ferrari de los últimos tiempos.
El bicampeón mundial español ha aprovechado esta frustrante década para madurar en todos los aspectos. Para pulir su hosco carácter y, sobre todo, para afilar su conducción al volante de cacharros burdos e indomables. Sí, han sido diez años desperdiciando el mayor talento nunca conocido en el automovilismo patrio, pero queda el consuelo, nada baladí, de que el nombre y apellido de Fernando Alonso ocuparán siempre un lugar de privilegio en la historia de la Fórmula 1.