Diego pagó los platos rotos de la semana trágica, ya no hay duda. Se vio sobre todo en el once inicial ante el Milan, supuestamente el de gala del Atlético, el mejor a ojos del Cholo (salvo la presencia de Insúa por el lesionado Filipe en el carril izquierdo), el escogido para la cita marcada más en rojo en el calendario colchonero.. Después de reclamarlo una y otra vez al precio que fuera, de obligar a sus jefes a rascarse el bolsillo a regañadientes por él, de ponerle a jugar sin esperar siquiera a una sesión de entrenamiento, al entrenador se le ha caído la confianza. Ya le mira, o eso parece, con el prejuicio tópico que soportan los jugadores talentosos, con menos entusiasmo que a los que más corren.
Las sustituciones confirmaron la sensación. A punto estuvo de salir Diego al campo por Raúl García en un momento en el que la sangre sobre la espinilla insinuaba la necesidad de mandar al goleador al banco. El brasileño se quitó la ropa, se puso al lado del cuarto árbitro para que comprobara la altura de sus tacos, pero su compañero dijo de repente que estaba para seguir y el relevo se frustró. No se sabe si en ese momento hubo un gesto feo que agrandó el malestar del Cholo, pero el brasileño no volvió a ser opción en toda la noche. Cebolla y Adrián, quizás en la búsqueda de la velocidad sobre el dominio de la pelota, le adelantaron por la derecha. Diego no consiguió dar una sola zancada en San Siro.
Y posiblemente Simeone interpretó que el resultado le concedió la razón. Lo mismo lo asumió como prueba de que el Atlético puede prescindir del fútbol sublime de su fichaje estrella. Porque el equipo, además, fue creciendo con el paso de los minutos y las maniobras sobre la marcha del Cholo. Agradeció en el primer tiempo a Courtois su condición de mejor portero del mundo, hoy indiscutible, y se fue viniendo arriba a base de agresividad y presión en la segunda. Ganando por un físico superior seguramente programado a conciencia para esta fecha.
El gol le llegó como de costumbre a balón parado, pero esta vez no fruto del trabajo de laboratorio. Fue un despeje pifiado y bombeado hacia atrás el que dividió la pelota en el segundo palo. Y allí, sin saltar, dando un par de pasos hacia atrás, Diego Costa encontró la red con un cabezazo que pareció una volea con la izquierda. Giró el cuello con brusquedad y el balón salió fuerte y ajustado. Sin llegar desde atrás como Belauste, pero escenificando igualmente el ‘a mí el pelotón, Sabino, que los arrollo’. La furia española. Por si, Guti y Fernando Llorente al margen, aún a alguien le quedaban dudas.