Ya no es sólo una declaración de un dirigente tan alto como el presidente del COE, sino todo un dictamen de un tribunal sancionador. Y ahora es imposible no relacionar ambos episodios, el del martes y el de ayer: el Comité de Disciplina de la Federación Española de Atletismo (la de Odriozola) decidió absolver a Marta Domínguez por las anomalías detectadas en su pasaporte biológico.
A las que firman la sentencia (contra lo que sostienen la IAAF, la AMA y el mismo CSD) no les parece fiable el método por el que, tras aparecer irregularidades, unos cuantos atletas internacionales han sido castigados en los últimos cinco años. Y por tanto resuelven que no hay pruebas que relacionen en este caso a la sospechosa campeona con prácticas dopantes. Pero sin explicar nada, sin recrearse en su razonamiento. Un nuevo paso, en suma, para que España refuerce la visión que el mundo tiene de ella, esa sensación extendida de que protege y encubre a los tramposos, de que mira para otro lado.
Volverá a ser el extranjero, una vez la IAAF recurra, quien tenga que encargarse. Porque cuando se juega de local, sobre todo con los deportistas que son de casa, lo que un día tras otro se aplica aquí es la tolerancia uno (aún hay unas bolsas de sangre circulando por ahí que no se sueltan y que aclararían bastante). Una forma constante de avergonzar al deporte y arruinar la reputación de un país. Los que dejaron a Madrid sin los Juegos de 2020 se referían a estas cosas en su desconfianza. Es también un rasgo inequívoco de la marca España.