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La margarita de Xavi

  

Xavi ya no es Xavi. Pero un día lo fue. Muchos días, los mejores que jamás ha conocido la selección española y su club el Barcelona. Que por su culpa fueron sinónimos, extensiones de una misma manera de sentir y de jugar. Xavi ha sido lo mejor que le ha pasado al fútbol de aquí, el mejor jugador español de todos los tiempos, por encima de Raúl y también de Iniesta (aunque a éste aún le queda por recorrer y crecer). El responsable de un estilo, su guardián, el director de orquesta de un fútbol ganador y cargado de buen gusto. Alguien que no tiene sucesor ni réplica, por más que personalmente se haya animado a señalar a otro como su heredero. Koke es muy bueno, pero no es Xavi. Y es algo a lo que conviene acostumbrarse. Porque Xavi no habrá más.

Pero Xavi ya no es Xavi. Y se le echa de menos. Y también de más. Porque sin ser Xavi no tiene sentido perpetuarlo. Intentarlo es un detalle, pero asumir su final no representa una falta de respeto. Relevar a Xavi no es renegar de él. Aunque pretender que España funcione igual sin él es una ilusión ficticia, un imposible. Del Bosque sabe como todos los demás que Xavi no es Xavi, pero que ninguno de sus sucesores lo es. Y de ahí el dilema de insistir o jubilarse. 

No es sólo Xavi el que se acaba. En realidad se consume España, la selección que ha impuesto una insólita hegemonía de seis años de fútbol bien jugado, un buen puñado de sus jugadores principales. Pero todos en el fondo son secundarios al lado del actor principal. Xavi podría ser Xavi al lado de otros jugadores. Pero estos jugadores, esta selección no podrían ni parecerse sin el medio centro de todos los medios centros organizando. Xavi dentro o fuera lo cambia todo.

Xavi no es Xavi. Igual le quedan dos ratos y el mièrcoles lidera la reconquista en Maracaná, pero la sensación es de que no se le puede estirar mucho más. Qatar da por hecho su llegada para el curso que viene, la confirmación, sería, de que ni el propio jugador se engaña. Pero dar el paso de sentarle es un trago. Y le toca afrontarlo a Del Bosque, aunque sin tomárselo como quien comete un crimen. Sentarle o no para resucitar a la selección. El dilema que soporta Del Bosque en su cabeza.

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