En la tarde-noche de Reyes, Carlos Sainz recibió un regalo del cielo en forma de milagro. El Peugeot que pilotaba en el Dakar 2017 dio varias vueltas de campana y se precipitó de forma violenta por un barranco. Pasó por encima de varios espectadores... y todos -los que iban dentro del coche y los que estaban fuera- salieron ilesos.
Que un accidente tan brutal provoque más interés informativo que el desarrollo diario de la competición no debe extrañar ni enfadar a ciertos puristas. Vistas las espeluznantes imágenes, es más que noticioso.
Lo verdaderamente indignante es el poco respeto y el escaso reconocimiento que se tiene en España por aquellos que, en cualquier ámbito, han elevado el prestigio de nuestro país a las más altas cotas imaginables. Con Carlos Sainz, ese ninguneo roza demasiadas veces el desprecio.
Para empezar, no es baladí que un señor de 54 años, con un palmarés deportivo pleno y la vida resuelta, se entrene durante meses para viajar miles de kilómetros en plena Navidad a jugarse el pellejo por los peligrosos senderos de América del Sur.
Pero eso es lo de "menos". Rara vez verán a Carlos Sainz en esas listas de "leyendas" o en las encuestas para elegir al "mejor deportista español de la historia". Ni siquiera como candidato. ¿Por qué?
Porque en este país de chirigota muchos, la mayoría, sólo conocen a Sainz por la famosa anécdota del Rally de Gran Bretaña de 1998, cuando a él y a su copiloto, Luis Moya, se les paró el coche poco antes de la meta y ello les llevó a perder un Mundial que tenían en el bolsillo.
La incultura y el desinterés deportivos patrios se han quedado aparcados en el popular chascarrillo "¡Trata de arrancarlo!" y en etiquetar a Sainz como "gafe". En eso resumen la excelsa trayectoria deportiva del español con mayor talento de la historia para conducir un coche al límite sobre cualquier superficie y en cualquier circunstancia.
Como no se trata de enumerar aquí todos los logros del bicampeón mundial de rallyes (1990 y 1992), quizás sea más ilustrativo mencionar que, por ejemplo, este madrileño fue en el año 1990 el primer piloto no nórdico en ganar el mítico Rally de los 1.000 Lagos en Finlandia.
No hace falta decir mucho más. Si acaso, que encima el señor Sainz siempre ha sido respetuoso y afable con rivales, medios de comunicación y aficionados. Y que Carlos (padre) ha criado y educado a un Carlos (hijo) que muestra idéntico saber estar y ha moldeado el talento de un chaval que, tras llegar a la élite del automovilismo (Fórmula 1), no desentona nada al lado de los mejores.
Sé que es clamar en el desierto, pero algún día en este país deberíamos desenroscarnos la boina de los prejuicios y la envidia para despejar la mirada, apreciar el esplendor de nuestros ilustres y honrarles como se merecen sin esperar hasta la hora de su muerte.
Honor a Carlos Sainz.