Quiere ahora Luca di Montezemolo, el presidente de Ferrari, algo así como un milagro. Que Fernando Alonso anteponga de repente los intereses del equipo a los propios. La escudería ha decidido esta semana escenificar su hartazgo, declararse oficialmente cansada de las constantes críticas y protestas de su empleado más consentido. De que cuando no es la estrategia es la tecnología, de que su piloto estrella siempre encuentre un lamento al que agarrarse, un argumento inculpatorio contra su empresa para justificar un mal resultado.
“Ha llegado el momento de mantener la calma, evitar polémicas y mostrar humildad y determinación en la contribución personal, manteniéndose junto al equipo y su gente, tanto dentro como fuera de la pista”, manifestó el martes el mandamás de Ferrari al tiempo de activar la contratación de un nuevo ingeniero. No es tanto que le discuta la razón al deportista español como que le moleste su forma de expresarlo, el lugar escogido, la insistencia.
Pero Ferrari ya sabía cómo era Alonso cuando lo fichó hace tres años. Justo un yo constante frente a esa idea ahora reclamada del nosotros. La carrera del asturiano ha estado asociada a esos comportamientos poco saludables de disparar hacia los demás, especialmente los compañeros, presentándose inocente de cualquier culpa. Cuando gana, gana gracias a él; cuando pierde, pierde por culpa de los demás. Es su lema y el que sigue al pie de la letra toda su tropa de aduladores, incluidos los mediáticos.
Es curioso que el mayor favor que le debe Ferrari a Alonso procede de ese comportamiento insolidario y desleal que ahora afea, de cuando era su rival. Il Cavallino Rampante obtuvo uno de sus títulos mundiales gracias a Fernando: fastidió a propósito a su compañero Hamilton y regaló la corona a Raikkonen. Ya entonces, 2007, el español disparaba contra su escudería, McLaren Mercedes, y la hacía responsable a gritos de sus males.Y lo mismo hizo antes y después en Renault. Alonso es un empleado incómodo y desagradable, una amenaza constante para quien le paga. Pero desde el primer día.
Posiblemente no exista otro deporte en el que un deportista reciba tanta colaboración, con tantos compañeros (subordinados incluso) trabajando a su servicio. Y tampoco un deportista que haya despreciado en alto con tanta insistencia esa ayuda, que haya maltratado en público tan repetidamente a los de su mismo bando. Pero por más que salte Ferrari, Alonso no va a cambiar. A lo sumo se irá muy bien remunerado con sus quejas a otra parte. Salvo que las escuderías abran los ojos al fin ante la realidad de lo que explica cíclicamente Alonso: si lo importante es el coche, a las marcas les convendría gastarse los cuartos en el mejor ingeniero antes que en el mejor volantista. Y lo mismo así corrían más deprisa. Y por supuesto más a gusto.