El mérito es jugar en el Real Madrid o el Barça, los equipos que han logrado apropiarse del mercado, reducir a dos la mercadotecnia. O ni siquiera. En realidad no hace falta jugar, basta con estar. Porque jugar, lo que se dice jugar, Iker Casillas no lo hizo mucho durante este año. Lo que sí hizo fue sonar, casi todos los días, y en la mayoría de los casos para que le silbaran los oídos. Y para los maliciosos, lo que también hizo fue cantar. Y con reincidencia. Con la selección y con el Real Madrid, incluso en esa final de la Copa de Europa que finalmente levantó como campeón. Pero ahí está el que un día fue mejor cancerbero del mundo, supuestamente elegido por los mismos futbolistas del planeta, entre los nominados a mejor arquero del año.
Y ahí está también Claudio Bravo, que puede presumir de menos títulos pero de más minutos y paradas, aunque el principal argumento que le ha llevado a ese trono es haber fichado por el Barcelona. Es eso y no sus actuaciones bajo los palos lo que le ha subido al grupo de cinco seleccionados junto al mencionado Iker y a Courtois, Neuer y Buffon. No se valoran las paradas o el rendimiento (en los tres últimos casos sí), sino la fama y el escudo cosido a la camiseta.
Cada día que pasa los premios individuales que alumbran en el fútbol pierden más su credibilidad. Lo raro es que no haya sido incluido en el racimo de elegidos Cristiano Ronaldo, o incluso Messi, los futbolistas que han reducido y partido la vida en dos. Pero ya no se libra del escándalo ni la demarcación que no les salpica, el único centímetro del campo al que no llega su propaganda. Casillas nominado al mejor portero de 2014, con todo los respetos al arquero que un día fue, es una tomadura de pelo más. Un cachondeo.