Corría el minuto 62 del encuentro cuando el brasileño Bebeto marcó el segundo gol de Brasil. El delantero del Deportivo de la Coruña empezó a mover ostensiblemente sus brazos como si acunase a un bebé. Junto a la banda sus compañeros Mazinho y Romario hacían lo propio al mismo ritmo, como si formasen una coreografía, en una imagen que quedó para la historia del fútbol. Los tres jugadores homenajeaban así al hijo recién nacido del autor del tanto.
Todos los amantes del fútbol no demasiado jóvenes recuerdan ese momento icónico. Pero ese día, además de la dedicatoria, se jugó un partido maravilloso, el mejor de aquel Mundial de 1994 en tierras estadounidenses. En la eliminatoria de cuartos de final los brasileños, que luego campeonarían, vencieron por 3-2 a Holanda. Fue un encuentro vibrante con las dos selecciones que históricamente más han apostado por el juego ofensivo.
La primera mitad del encuentro disputado en el Cotton Bowl de Dallas fue más tranquila, con los dos equipos estudiándose y amagando con destellos de calidad. En el segundo tiempo llegaría la locura (más que bendita). Cinco goles en media hora. El festival lo inició la dupla mágica de aquella selección brasileña: en el minuto 52 Romario, quién si no, logró un gol nada sencillo gracias a un magnífico pase de Bebeto. Diez minutos después sería este último quien lograría el segundo, recordado más por su celebración que por el gran regate del delantero carioca al portero holandés.
Con el 2-0 parecía que los holandeses estaban muertos. Pero no era así, ni mucho menos. En el 64 Dennis Bergkamp (qué clase en sus botas) acortaba distancias con un gran gol y en el 72 Aron Winter lograba el empate al rematar un córner. Nuevo partido con veinte minutos por jugarse. Miedo para las dos escuadras. Crecía la posibilidad de que hubiera que llegar a la prórroga. Sin embargo, en el minuto 82 Branco, lateral izquierdo de la canarinha, desniveló el encuentro con un lejano lanzamiento de falta.
No puede obviarse que, visto hoy, en tiempos del VAR, tal vez ese partido no hubiera tenido ese desenlace porque la falta que sirvió para el último gol nunca debiera haberse lanzado, ya que señalarla fue una injusticia de manual. Pero la historia de este deporte está jalonada de ejemplos similares que no merece la pena rearbitrar ahora.
La realidad, moviola aparte, es que aquel partido fue uno de esos que generan afición a este deporte, con su icónica celebración -tan imitada luego- incluida.