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La querella por insultos racistas a Williams tiene que ser solo el principio

La Fiscalía actúa contra dos aficionados del Espanyol que presuntamente menospreciaron al jugador del Athletic por el color de su piel. La cordura debe imponerse frente a la impunidad de tantos años

  • El jugador del Athletic de Bilbao Iñaki Williams

Aunque parezca mentira la cordura va llegando al fútbol. Poco a poco, pero llega para imponerse a la impunidad reinante durante demasiado tiempo. Este lunes conocíamos que la Fiscalía de un juzgado catalán presentó una querella contra dos aficionados del Espanyol por sus insultos racistas al jugador del Athletic Iñaki Williams. Se les acusa, en concreto, de delitos contra los derechos fundamentales y las libertades públicas. 

Esta querella es consecuencia de la denuncia presentada por la Liga Nacional de Fútbol ante la Fiscalía de Barcelona. Analizados los hechos, los fiscales aducen que desde las gradas del estadio del Espanyol se despidió a Williams dedicándole "gritos de menosprecio hacia su persona, con la indudable intención de humillarle y lesionar su dignidad por motivos racistas". Le gritaron, por si no lo recuerdan, para señalarle como si fuera un mono. 

Teniendo en cuenta que aquí hemos dedicado a varios artículos a hablar de la burricie intelectual de quienes profieren insultos racistas en los campos y de su obscena impunidad, resulta obligatorio celebrar esta decisión de la Fiscalía y aplaudir también a la Liga por iniciar los trámites para que se haya hecho realidad. Ya veremos si los acusados son o no los culpables de esos insultos, pero esa es harina de un costal legalista. Lo importante es que se acabe esa sensación de los aficionados de que hagan lo que hagan en un campo de fútbol nada va a pasarles

Sólo con querellas de este tipo pueden darse pasos para lograr el perentorio reto de civilizar el balompié patrio (...) Los espectadores deben comprender que el fútbol no es el espectáculo para quemar la indignación o la infelicidad propias gritando barbaridades a otros

Lograr que la buena educación y el respeto imperen en los estadios es posible. Pero para conseguirlo no es difícil imaginar que aún tendrán que venir unas cuantas denuncias más y no pocas multas ejemplares. Porque a estas alturas sabemos con certeza que sólo con querellas de este tipo pueden darse pasos para lograr el perentorio reto de civilizar el balompié patrio. 

En el caso de Williams se persiguen unos insultos racistas que son especialmente dañinos por ese componente xenófobo. Pero La Liga, los poderes públicos y las autoridades tienen que ir mucho más allá, porque también hay que perseguir los insultos sin apellidos. Quizás tendrían que ponerse en marcha unas fuertes campañas de concienciación para que los espectadores comprendan de una maldita vez que en el fútbol no es el espectáculo al que acudir para quemar la indignación o la infelicidad propias gritando barbaridades a otros. 

Muchas de esas personas que se desgañitan en los campos de fútbol vomitando exabruptos y vituperios jamás proferirían exabruptos y vituperios similares en cualquier otra esfera de la vida pública

Lo fenomenal de la cuestión es, además, que muchas de esas personas que se desgañitan en los campos de fútbol vomitando exabruptos y vituperios de todo tipo jamás proferirían exabruptos y vituperios similares en cualquier otra esfera de la vida pública. Es decir, los insultadores del fútbol son personas que se transforman cuando van al partido, acaso porque encuentran en el estadio el lugar propicio para dar rienda suelta a sus instintos más venenosos. La seguridad que se consigue al parapetarse en la masa debe estar en el origen de estos comportamientos. 

Volviendo al principio, esta querella del caso de Williams es positiva pero sólo es un pequeño paso más en la buena dirección. Queda mucho por hacer. Educar nunca ha sido fácil.

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