Hay algunos que aún siguen convencidos de que la etapa de Mourinho en el Real Madrid fue exitosa, que se comieron íntegra la lectura imperial de las semifinales de la Liga de Campeones. Hay otros que ya despertaron y traducen sus resultados como decepcionantes. En un club de tan altas miras y con semejante presupuesto no hay otro dictamen posible. Enfrentado a su propia historia, su paso, sobre todo continental, resultó un suspenso. Con una Liga y también una Copa, pero sin olerla en Europa en esa competición que los blancos de tanto ganarla miran como suya.
Con Fernando Alonso ocurre algo parecido. Cinco años en Ferrari cerrados sin ningún título del mundo es un fracaso de todas maneras. Y rotundo. Pese a las once victorias individuales. En la escudería más grande de todos los tiempos, algo así como el mejor club del siglo XX, eso es poco, nada, cate. Quizás no fue toda su culpa, pero en cualquier caso Alonso siempre fue más problema que solución. Se mire por donde se mire, el balance es desolador. Con mancha para la escudería y también para el piloto en el que decidió confiar durante un lustro.
Pero como ocurre con el mourinhismo militante (del que el propio entrenador portugués es el ideólogo principal), el alonsismo se empeña en leer la historia con victimismo y trampa: la responsabilidad en las victorias le pertenecen, las derrotas llegan siempre por culpa de los demás. Incluso con esa interpretación ventajista de las cosas, lo indiscutible es que los cinco años de Alonso en Ferrari se contaron de derrota en derrota. Frente a las expectativas y los objetivos, esos resultados se llaman siempre fracaso.
No es un delito fracasar ni es obligatorio cortarse las venas por ello. Pero es una posibilidad al alcance de todo el que compite. Es la ley de los resultados. Y en el caso de Fernando Alonso con un añadido nocivo que le empeora el examen. Le duela o no a Ángel Luis Menéndez en la columna de al lado, y por supuesto al ejército de aduladores del piloto español, el recuerdo que deja en Italia es (además de como un derrotado) el de alguien con "orgullo excesivo" y "carácter problemático". Como lo fue Mourinho en el Madrid. Dos descalabros. Contar otra cosa es engañarse.