Rodman Wanamaker fue el hombre de negocios de cuya cabeza brotó el US PGA, el torneo que cierra el Grand Slam anual de golf y único surgido de una visión comercial, y hoy, 97 años después, aquel precursor y 'tiburón' del dólar vería el guión perfecto por el combate que se avecina entre Tiger Woods y Phil Mickelson.
El golf se halla expectante, en la antesala de un más que probable "combate del siglo" desde el jueves en Oak Hill, en Rochester (Nueva York), entre los dos mejores golfistas del momento.
Tiger encabeza el ránking y Mickelson figura un peldaño por detrás. Ambos vienen de levantar dos trofeos del máximo prestigio, de acaparar los flashes y de proyectar sus sombras sobre la elite numerosa del golf. Su potencia de fuego ha sido de tal magnitud que la opinión pública ni se plantea el papel que desempeñará Rory McIlroy, el joven norirlandés que defiende el título y que aún es el tercer mejor golfista del planeta.
El menú que presenta el 95 US PGA no lo hubiera soñado ni el citado Wanamaker. En los Estados Unidos se frotan las manos con el duelo entre los golfistas más poderosos del momento y que reúnen tantos aspectos diferentes entre sí.
Tiger, de 37 años, diestro, negro, divorciado, de vuelta al amor con la esquiadora y campeona olímpica Lindsay Vonn, ha sido el gran dominador del golf mundial desde 1997 hasta 2008, y después desde 2012.
Mickelson, de 43 años, zurdo, rubio, casado y en un hogar aparentemente idílico, muy americano, en donde han crecido felices sus tres hijos, siempre estuvo algunos pasos por detrás de Tiger. En cambio, su versión de 2013 es diferente.
El zurdo de San Diego ganó el Open de Escocia en julio y seguidamente, y por primera vez, el Open Británico, su quinto título de Grand Slam. La exhibición de Mickelson el domingo en Muirfield fue memorable, y su triunfo una exhibición de poder.
Woods desembarcó en Oak Hill tras arrasar a los mejores del mundo en el Bridgestone Invitational, de la serie de los Mundiales (WGC). Ganó por siete golpes de diferencia. Tiger avasalló como en sus mejores tiempos, para sumar su octavo título en ese torneo y decimoctavo de la serie.
Es verdad que tanto Tiger como y Mickelson protagonizaron un duelo similar un domingo de Masters de Augusta en 2010, con resultado positivo para el zurdo. Pero ese día ninguno ocupaba las posiciones actuales en el ránking y Tiger salía de un proceso de divorcio.
De la misma manera, no es menos cierto que este duelo entre el golfista (Tiger) que más dinero ha ganado en premios de la historia (108 millones de dólares) y el segundo, Mickelson (más de 72 millones), podría quedar frustrado. A la inherente esencia indescifrable del golf, y los cuatro días de torneo en un campo extremadamente difícil, se une otra poderosa razón: entre los 156 jugadores figura el 99 por ciento del 'top-100' del ránking mundial.
Cinco españoles lidiarán con Oak Hill, un campo que se defiende con un 'rough' alto y espeso y unos 'greenes' muy rápidos. Sergio García, Miguel Ángel Jiménez, Rafael Cabrera-Bello, Gonzalo Fernández-Castaño y Pablo Larrazábal se ganaron una plaza.
Ninguno pretende ser mera comparsa del mencionado combate del siglo, aunque el golf español masculino no atraviese una de sus mejores temporadas (2013 no ha alumbrado aún victoria alguna) y el Grand Slam no iza la bandera española desde abril de 1999.
Oak Hill, no obstante, será un pastel amargo. Este par 70 tiene una puntuación media, en los años que ha albergado el US PGA, de 74,31 golpes; Shaun Micheel ganó con 4 abajo la última edición, en 2003 y solo dos hombres más acabaron bajo par.
Quizá ni siquiera Tiger Woods o Phil Mickelson puedan zafarse del efecto remolino que provoca Oak Hill cuando atrapa golfistas. Pero el acto de pesaje en la báscula previo al combate ha removido un enorme interés general en los Estados Unidos por el torneo que, habitualmente, vive a la sombra de los otros tres: Masters, US Open y Open Británico.