El bono español a 10 años sufrió este martes una sacudida propia de los peores momentos de la crisis. La rentabilidad de estos títulos se disparó en su máximo intradía más de 30 puntos hasta el 1,8 por ciento, un incremento que no ocurría desde junio de 2013, cuando la Fed anunció que dejaría de comprar deuda. En términos porcentuales, la rentabilidad se catapultó un 19 por ciento, la mayor subida en un solo día desde que comienza la serie histórica en 1993. Y semejante susto coincidía paradójicamente con los buenos datos de empleo y la revisión al alza de las previsiones económicas de la Comisión Europea.
Pero, ¿a qué obedece semejante vuelco? ¿Acaso no estaba todo controlado por el BCE y la economía había quedado relegada a un segundo término a la vista de una recuperación en ciernes? Pues más bien parece que no. El bono español no fue el único golpeado por los mercados. La sangría se extendió por toda Europa. El interés de los títulos portugueses e italianos también escaló en torno a 30 puntos. Incluso el papel alemán acumula ocho jornadas consecutivas de ventas que han engordado su rentabilidad en más de 40 puntos.
Por más que haya salvado a la periferia europea, este episodio subraya los límites de la política monetaria ultraexpansiva del BCE, cuyas expectativas de intervención alimentaron una subida a lo grande de los precios de los bonos hasta el punto en que difícilmente podían repuntar mucho más. En ese escenario, algunos grandes fondos cargados de deuda pública europea probablemente intentaron este martes hacer caja y vender varios lotes de gran tamaño. Sin embargo, no encontraron quién se los compre. Y justo eso ha provocado un pánico.
Irónicamente, a pesar de que los mercados estén inundados hasta las cejas de dinero, no hay liquidez. Falta la liquidez entendida como la capacidad de cruzar un vendedor con un comprador que quiera asumir el riesgo. Es decir, en la actualidad no hay la lubricación suficiente como para que el mercado funcione correctamente. Y ello se debe a diversas razones:
Por un lado, se trata de un problema regulatorio. Con la nueva legislación, los intermediarios o brokers están muy penalizados si ellos compran directamente los productos y los albergan en sus balances a la espera de un comprador. Como alertó recientemente el presidente de JPMorgan, Jamie Dimon, esta regla puede ocasionar mercados ilíquidos y azuzar los pánicos.
Por otra parte, el BCE está adquiriendo tantos activos de deuda pública que está dejando el mercado seco. Esto es, no hay producto suficiente para todo lo que se quiera comprar y vender porque se lo queda todo la institución que preside Mario Draghi.
Para colmo, muchos fondos de pensiones guardaban bonos en sus carteras que acumulaban importantes ganancias latentes desde que el BCE comenzó a comprar activos encareciendo la cotización de los bonos. De modo que al más mínimo atisbo de dudas han decidido que vendían a toda prisa para asegurarse las plusvalías. Lo cual a su vez ha retroalimentado una espiral bajista: en cuanto ha aparecido en las pantallas un desplome tan brusco de los precios, los propios modelos matemáticos de riesgo han hecho saltar las alarmas espoleando aún más el pánico vendedor...
Y por si fuera poco, el escenario encima se ha visto animado por el giro vivido en las condiciones macro. Este martes, el precio del crudo ha alcanzado los 68 dólares, un máximo del año muy lejano de los 45 dólares a los que cotizaba en enero. Además, Alemania presenta pleno empleo y alzas salariales del entorno del 2 por ciento. España casi crece al 3 por ciento. En definitiva, no es de extrañar que las expectativas deflacionistas se estén disipando. En un contexto de inflación ligeramente al alza, no compensa mantener una deuda pública que brinda unos intereses tan exiguos. Un cóctel explosivo que además se ve aderezado con la amenaza en el horizonte de que Grecia abandone el euro o Reino Unido la UE. Desde luego, en estas circunstancias la oportunidad de venta se antoja meridianamente clara.
Vista la tremenda conjunción de factores en contra de la deuda pública europea, la pregunta obligada es si se trata de un fenómeno puntual o de un cambio de tendencia. O puesto de otro modo, ¿se atreverán los mercados a moverse en contra del todopoderoso BCE? Hace tan sólo escasas fechas, uno de los gurús de mercados, Bill Gross, afirmó que la deuda alemana era la mejor apuesta a corto de su vida. Mejor incluso que la que hizo Soros contra la libra en 1993.
¿Y qué significa eso? ¿En qué consiste la operativa de apostar a corto? El mecanismo se resume en que primero el inversor tome prestado paquetes muy grandes de bonos. A continuación, los vende en masa para provocar una caída del precio. Y por último los recompra a un precio más bajo para devolverlos al dueño. De la diferencia entre el precio de venta y el de compra se extraen los pingües beneficios que buscan los inversores mediante esta treta.
Pero es que además en este mercado se da otra peculiaridad. En los bonos, el precio y la rentabilidad se mueven en sentido inverso: cuando sube el precio, baja la rentabilidad y viceversa. De forma que el comprador se hace con un bono que retribuye con una cantidad fija cada año, y si paga mucho por ese bono entonces la rentabilidad que obtiene es poca. Como la rentabilidad se antoja ahora tan baja que resulta prácticamente imposible que disminuya más, en consecuencia el precio se está situando tan alto que es casi imposible que tire hacia arriba. De ahí que el riesgo de sufrir pérdidas sea muy escaso. La apuesta de la que habla Gross supone jugar sobre seguro. La política del BCE ha creado una trampa, una gran burbuja en unos productos presuntamente seguros de la que ahora corremos el riesgo de ser víctimas. Lo de este martes ha sido cuando menos un serio toque de atención.