Tras meses de buenas noticias sobre una economía aún convaleciente, otra vez se barruntan por momentos señales que siembran el horizonte de incertidumbres: China sufre un frenazo brusco de la actividad y arrastra consigo a los emergentes al demandar menos materias primas. Los datos de afiliación a la Seguridad Social en agosto se califican como malos o decepcionantes. BBVA Research y la Airef advierten de una desaceleración de la economía española en los próximos meses después de disfrutar de crecimientos a ritmos del 4 por ciento anualizado. Y algunos incluso hacen sonar las alarmas por un peligroso retorno a la construcción en España. ¿Qué está ocurriendo para que de repente se vislumbren nubarrones en la lontananza? ¿Acaso se perfilan nuevos problemas que puedan lastrar a la todavía delicada economía española?
Pese al ruido y las muchas objeciones que se le puedan hacer, la recuperación arrastra una inercia imparable y se afianza. Es más, los datos más recientes de confianza, comercio minorista, matriculaciones y PMIs apuntan que la economía prácticamente sigue creciendo con la misma fuerza del trimestre anterior. Ahora bien, la sensación térmica está bajando. La velocidad de crucero que había cogido el PIB puede perder algo de fuelle y situarse más cerca del 2 por ciento que del 4. Vayamos por partes:
La velocidad de crucero que había cogido el PIB puede perder algo de fuelle y situarse más cerca del 2 por ciento que del 4
China. En el antiguo Imperio Celeste finalmente se descarta un aterrizaje suave tras haber disparado el endeudamiento en respuesta a la Gran Recesión de 2008. Con un exceso de inversión y una escasa capacidad para reorientar la actividad hacia el consumo interno, su economía puede crecer en los próximos años muy por debajo de los dos dígitos que llegó a alcanzar en la década anterior. Y eso ya se está plasmando en un retroceso del comercio mundial registrado durante los últimos seis meses. Si bien las transacciones de la zona euro con China sólo suponen en torno a un 1,3 por ciento del PIB europeo, en España podríamos notar las sacudidas acaecidas en China vía Alemania o vía América Latina, donde además el Ibex cosecha una buena parte de sus beneficios. Aunque quizás el efecto más negativo sea el de una caída de la riqueza financiera por los desplomes de las bolsas, lo que a su vez puede acabar teniendo un impacto sobre la confianza y el consumo...
Sin embargo, dicho esto, lo que para buena parte de la economía global se vislumbra como un severo varapalo, para España se presenta como una suerte de bendición encubierta. Hasta el punto de que los beneficios a corto plazo podrían superar los perjuicios. En principio, los apuros chinos aseguran un petróleo barato durante más tiempo, lo que equivale a una bajada de impuestos para las familias españolas mayor que la de Montoro. A su vez, la caída de las materias primas se traduce en inflaciones muy bajas, hecho que en España favorece el mantenimiento de la ganancias adquiridas en competitividad al tiempo que preserva la capacidad adquisitiva de los hogares. Por no hablar de que el frenazo de los emergentes puede incluso desviar inversiones hacia nuestro país.
A pesar de las buenas cifras de ocupación de EEUU, la situación de China también puede retrasar la subida de tipos de la Fed, la cual podría provocar nuevas turbulencias y acabar encareciendo la financiación en Europa al exigir los inversores tipos más altos por comparación con EEUU. En cualquier caso, alertado por la reciente inestabilidad y la recaída de la inflación, el BCE ya se ha mostrado unánimemente dispuesto a elevar sus inyecciones de dinero o alargarlas más allá de septiembre de 2016. Liquidez a tutiplén y un euro barato para favorecer las exportaciones. O sea, que algunos de los factores externos que tanta fuerza han insuflado a la economía española puede continuar. No todo son malas noticias.
Respecto a los datos de afiliación a la Seguridad Social de agosto, es cierto que el mercado laboral acumula tres meses de desaceleración y el empleo crece a un ritmo interanual ligeramente más lento. Pero es que la creación de puestos de trabajo había alcanzado niveles por encima del PIB. Se creaba más empleo que lo que crecía la actividad. Como explica Diego Barceló, director de Barceló y Asociados, en términos corregidos de estacionalidad las estadísticas de afiliados han encarrilado 22 meses consecutivos de incrementos interanuales, algo que no ocurría desde septiembre de 2001. Ni en la madre de las burbujas de crédito se generó tanta ocupación. Tras siete años de crisis, las plantillas se habían quedado en los huesos, así que al más mínimo atisbo de un repunte de la demanda las empresas han tenido que contratar aunque sea con sueldos más bajos.
La combinación de la necesidad de recomponer las plantillas, la reforma laboral y la desaparición del miedo a perder el empleo ha supuesto un chute en vena para la economía
La combinación de la necesidad de recomponer las plantillas, la reforma laboral y la desaparición del miedo a perder el empleo ha supuesto un chute en vena para la economía, alimentando una suerte de círculo virtuoso de más empleo, ergo más consumo, ergo más empleo y así sucesivamente. Aunque sea a costa de hacer peligrar la consecución del objetivo de déficit, el Gobierno ha salpimentado ese cóctel con la rebaja de impuestos. Y la guinda la ha puesto la urgencia de los bancos por volver a prestar una vez acometido el saneamiento financiero. Las entidades han visto que están perdiendo clientes conforme éstos se desendeudan. De modo que están teniendo que dar crédito de nuevo aun a costa de su margen financiero. Sobre todo porque entienden que viene un segundo proceso de consolidación sectorial en el que los jugadores con más tamaño serán los que fagociten al resto.
Por si no había vientos de cola propalando la recuperación, a este contexto encima se han sumado factores externos. "A finales del año pasado se esperaba que el PIB creciese en 2015 por encima del 2 por ciento. Pero entonces sucedieron dos cosas: el BCE anunció la impresión de billetes y el precio del petróleo se derrumbó, lo que brindó un impulso añadido a la economía española empujándola hasta ritmos cercanos al 4 por ciento. Lo normal sería que este efecto se vaya diluyendo y que gradualmente vayamos hacia niveles de crecimiento cercanos al 2 por ciento", sostiene Barceló.
Llegados a este punto, ese retorno al crédito acompañado de un repunte de la construcción... ¿significa que retrocedemos a las malas praxis de siempre? De una parte conviene recordar que esas cajas de ahorros cuyos consejos estaban copados por nombramientos políticos sin criterio empresarial se han suprimido. Y, por otra, la construcción sufrió una sangría tal que perdió aproximadamente la mitad de su peso en el PIB y un 65 por ciento del empleo. Cualquier incremento que haya ahora, por espectacular que parezca, se produce sobre una base muy, muy reducida.
"Observamos que algunos bancos están desarrollando proyectos inmobiliarios muy selectivos en parcelas que se han quedado y que pueden reportarles beneficios. Hay inversores que compran con la vista puesta en unas rentabilidades muy interesantes por alquiler ahora que los depósitos no se remuneran. Y existe una demanda que aguardaba embolsada a la espera de algo de certidumbre en el trabajo y de que se ajustasen los precios. Se trata de signos de una fase de normalización. Pero no es la antesala de ningún tipo de burbuja. El paciente estaba en la UCI y ha pasado a planta. Nada más", señala Fernando Encinar, jefe de estudios del portal Idealista.
Incluso así, los renovados bríos en la concesión de crédito sí que pueden conllevar un riesgo: que se interrumpa el proceso de desendeudamiento de la economía cuando todavía arroja unos niveles demasiado elevados. El legado de deuda y paro que hay que corregir se antoja ingente. Lo cual implica que deberíamos seguir siendo competitivos para lograr excedentes con el exterior que reduzcan nuestro endeudamiento y generen ahorro con el que se financie la inversión y, por lo tanto, la creación de empleo. Los niveles de endeudamiento impiden que haya otro camino. No hay margen posible para recurrir a más gasto y deuda. Ni para Gobiernos que se desvíen de estas políticas. Hay que hacerlo manteniéndose más competitivos que otros países a fuerza de reformas, desde evitar la judicialización de la reforma laboral al contrato único para evitar la alta temporalidad, pasando por planes de choque contra el paro estructural, la modernización de los servicios de empleo, la mejora de la formación y la edudación, mayores ganancias en eficiencia del sector público, otra reforma fiscal y de las pensiones o iniciativas para fomentar el sector exterior y que las empresas ganen tamaño. El hecho de que por el momento se mantenga la capacidad de financiación con respecto al exterior a pesar del fuerte crecimiento experimentado es algo positivo, si bien los precios del crudo tienen mucho que ver con ese resultado y la demanda externa lamentablemente ya resta al crecimiento. Y en este mismo sentido no parece apropiado darse alegrías con la chequera como ha planteado el Gobierno. O alzas salariales en la negociación colectiva entre patronal y sindicatos cuando no hay inflación y la prioridad debería ser dedicar esos recursos a la creación de puestos de trabajo.