Éste no es un país para jóvenes. De acuerdo con los datos recogidos en la Encuesta de Población Activa, el colectivo entre 35 y 64 años ha recuperado los mismos niveles de empleo que registró al comienzo de la crisis. Es más, en este segmento hay 570.000 trabajadores más que en el primer trimestre de 2008.
Por el contrario, si se examina la ocupación en la franja de edad entre 16 y 34 años, a fecha de junio de 2015 ésta todavía pierde la friolera de 3,3 millones de trabajadores desde el inicio de la Gran Recesión. “El colapso del empleo de los jóvenes entre 16 y 34 años explica más del cien por cien de la pérdida total de ocupación”, sostiene Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona en un informe elaborado para el think tank EuropeG.
Y las estadísticas así lo confirman: aunque el total de ocupados perdidos se sitúe en los 2,7 millones desde el primer trimestre de 2008, los jóvenes han soportado una destrucción de empleo aún mayor, en el entorno de los 3,3 millones.
Ahora bien, ¿a qué obedece semejante patrón de comportamiento en el mercado laboral? Al objeto de tener una imagen más completa hay que comprobar qué ha sucedido en esas edades con la evolución demográfica, el número de desempleados y la cifra de personas que participan en el mercado laboral también conocida como población activa.
Pues bien, la población activa de la cohorte entre 35 y 64 años se ha elevado en 2,6 millones de personas durante los últimos siete años. Sin embargo, el número de ciudadanos en ese segmento sólo ha aumentado en 1,8 millones, de lo que obviamente se infiere que en ese grupo la cifra de gente que se ha incorporado al mercado laboral ha engordado por encima de lo que ha crecido la población. Y en buena medida este fenómeno se explica por la cantidad de mujeres que fundamentalmente eran amas de casa y que se tuvieron poner a buscar trabajo ante la pérdida de ingresos y empleo en el hogar.
¿Y como se reparte ese incremento de la población activa comprendida entre 35 y 64 años? Pues de esos 2,6 millones, como ya hemos apuntado 574.000 se corresponden con un repunte de la ocupación por encima de los niveles del primer trimestre de 2008. Y el resto, unos 2,06 millones, con un alza del número de parados. Es decir, en esta franja ha aumentado la población en términos absolutos como resultado del envejecimiento de la población y el consiguiente ensanchamiento de la pirámide poblacional. Y al mismo tiempo también ha crecido todavía más la población activa. Lo que en la práctica se ha traducido en que haya subido el empleo desde que estallase la crisis. Pero también en que se haya disparado aún más el paro.
Si bien estos guarismos reflejan un escenario bastante adverso para los mayores, el horizonte se presenta mucho más complicado para los jóvenes. Con respecto a los trabajadores entre 16 y 34 años, la población de este grupo ha disminuido en 2,5 millones de personas, una reducción que en buena medida se atribuye a la evolución demográfica pero sobre todo a que muchos han abandonado el país, en especial numerosos inmigrantes que suelen ser jóvenes y retornan a casa ante la falta de perspectivas en España. Como consecuencia, la población activa ha descendido casi lo mismo, en unos 2,4 millones, y esa diferencia de unos 100.000 efectivos entre la población absoluta y la población activa otra vez puede obedecer a que más jóvenes busquen trabajo porque intentan compensar la caída de ingresos de sus hogares.
Semejante desplome de 2,4 millones de jóvenes en la población activa se compadece con una pérdida en ese colectivo de 3,3 millones de empleos y con un incremento en 888.000 desempleados menores de 35 años. De hecho, si restan a los 3,3 millones los 888.000 parados se obtiene la cifra de la población activa evaporada. Sea como fuere, estas estadísticas dejan muy mal parada a la juventud en cuanto a oportunidades se refiere por culpa de la alta dualidad del mercado laboral español, que protege mucho más a los indefinidos frente a los temporales mediante el escudo que suponen unos costes de despido altos.
“En España ha imperado el last in first out, es decir, que los últimos en entrar eran los que primero se despedían. En parte porque resultaba mucho más barato echar a los jóvenes y los temporales, en parte porque ahora hay menos incentivos para que los mayores de 50 pacten los despidos al no poder enlazar tan fácilmente la prestación de desempleo con la jubilación”, señala José Ignacio García Pérez de la Universidad Pablo de Olavide.
En definitiva, el cruce de estos datos revela un mercado laboral acusadamente inhóspito para los jóvenes, una demografía que envejece y una población joven que abandona el país, con las nefastas consecuencias que todo ello puede tener para la formación de nuestra fuerza laboral, su productividad y el mantenimiento futuro de las pensiones.