En Moncloa sobran motivos este miércoles para el alborozo. Ni siquiera la mente ladina de Iván Redondo habría imaginado un esperpento que puede resumirse en el siguiente titular: El PP coló a un simpatizante del independentismo catalán en el consejo del Banco de España.
Recordemos lo sucedido. Gobierno y oposición pactaron a última hora del domingo la incorporación de dos nuevos consejeros a la institución. Nadia Calviño impuso su candidata, no exenta de polémica: Judith Arnal, una profesional muy reputada, pero con un ‘pero’ en el currículum (fue jefa de gabinete de la vicepresidenta económica). Por su parte, Cuca Gamarra, encargada de la negociación, designó a Antonio Cabrales, otro economista con magníficas dotes y, como se apresuró a destacar Génova, sin adscripción política alguna, a diferencia de Arnal.
El Consejo de Ministros aprobó los dos nombramientos este martes. Horas antes, salió a la luz que Cabrales había firmado una carta de apoyo a Clara Ponsatí. Como avanzó The Objetive, el flamante consejero del Banco de España hizo piña con sus colegas de la Universidad Pompeu Fabra respaldando a la economista catalana, quien participó activamente en la organización del referéndum ilegal del 1-O y se fugó a Escocia para evitar su detención. Durante la misma jornada también se supo que Cabrales firmó otro manifiesto solidario con Andreu Mas Colell, ex consejero de Economía de la Generalitat y procesado por el Tribunal de Cuentas por usar fondos públicos para promocionar el Procés.
La doble revelación, y el temor a que Cabrales escondiera más sorpresas sobre la alfombra, derivó en una renuncia precipitada. Génova intentó apagar el fuego antes de que alcanzara mayores dimensiones. El propio economista también asumió de inmediato los quebraderos de cabeza que iba a acarrearle su permanencia en el puesto. Y así fue como Cabrales se convirtió en el consejero del Banco de España con el mandato más corto de la historia.
En sólo 14 días, Génova ha sido capaz de lo mejor (arrancar un compromiso al PSOE para mantener las cuotas de poder en la institución) y de lo peor (proponer al Gobierno como consejero a un economista con conexiones políticas… controvertidas). Lo ocurrido alcanza la cota de bochorno por tres razones. Una: ha sido la mismísima Cuca Gamarra, número dos de Alberto Núñez Feijóo, la que ha librado las negociaciones. Dos: el puesto en juego era clave (un sillón en la comisión ejecutiva, en la que sólo tienen voto Pablo Hernández de Cos, Margarita Delgado y Soledad Núñez). Y tres: Antonio Cabrales tenía una ‘vinculación política’ no con el PP, sino con el independentismo catalán, la bestia negra número 1 del Partido Popular.
Es muy sospechoso que Cabrales hiciera una limpieza de sus tuits tras la designación. Y más todavía que haya decidido borrar definitivamente su cuenta en Twitter
Semejante esperpento obliga a formularse una primera pregunta: ¿cómo es posible que los populares hayan sufrido un patinazo así? Por ahora, hay dos respuestas evidentes. Por un lado, el nombramiento evidencia la falta de control de Génova. Ni Gamarra ni el responsable económico, Juan Bravo, han sido capaces de establecer los filtros necesarios para encontrar un candidato totalmente 'limpio'; máxime, cuando el PP está haciendo campaña contra la colonización gubernamental de los organismos públicos.
Es cierto que la designación de Cabrales contaba con el beneplácito del gobernador, a la vista de su extraordinaria trayectoria económica. Pero detectar las posibles sombras en la carrera de economista no es responsabilidad de Hernández de Cos, sino de quienes pusieron sobre la mesa el nombre. Además, el posicionamiento ideológico del candidato era de sobra conocido en los círculos de los economistas. Quienes conocen a Cabrales aseguran que no eran necesaria una investigación para averiguarla. Bastaba con un par de llamadas a las personas adecuadas. O sea, a economistas que asesoran habitualmente al propio Feijóo. Es ciertamente sospechoso que Cabrales hiciera una limpieza de sus tuits tras la designación. Y más todavía que haya decidido borrar definitivamente su cuenta en Twitter.
Por otro lado, lo ocurrido pone de manifiesto la irresponsabilidad del propio Cabrales. Es poco creíble la tesis de que el economista no confesó a Gamarra sus ‘pequeños’ lazos con el independentismo, al considerar, ingenuamente, que no eran significativos. Lo que buscaba el PP, precisamente, era presumir de candidato absolutamente 'pulcro', para contraponerlo al nombramiento más ‘político’ de Calviño (el de Judith Arnal).
La renuncia de Cabrales era inevitable por el daño que habría hecho al PP en el año electoral. El apoyo a los líderes independentistas no sólo habría generado disputas internas en Génova, sino que habría proporcionado la mejor carnaza a Vox. ¿Se imaginan a Santiago Abascal choteándose a costa del asunto en un mitin?
El problema es que el escándalo obliga ahora a los populares a seguir negociando con menos autoridad. Calviño puede optar por apoderarse del puesto, como pretendía en un principio. O ‘perdonarle’ a Génova el resbalón, ofreciendo una segunda oportunidad y colgándose la medalla de la buena voluntad negociadora del Gobierno.
Mientras tanto, el Banco de España se ve envuelto en la polémica que menos le conviene: la de los políticos enredando para controlar sus cuadros de mando.