El relato de Bankia llega a su fin. Este jueves, José Ignacio Goirigolzarri, mediante aprobación de su consejo, comenzó a escribir la última página de la historia de la entidad 'maldita'. La marca, que se creó en 2011 para espantar los antiguos demonios de las cajas, terminó por convertirse en uno mayor. La abrupta salida a Bolsa, el despilfarro de las tarjetas 'black' y el clamor social que provocó la colocación de preferentes y las cláusula suelos son las lozas con las que ha tenido que lidiar el último equipo gestor durante estos ocho años.
Aunque estos escándalos suenen ya a otros tiempos y recuerden, incluso, a una España diferente, lo cierto es que a día de hoy sigue siguen pesando como una loza sobre la marca Bankia. Aún existen muchas connotaciones negativas, quizás más de las que se merezca. Pero es por este motivo, tal y como reconoció el propio Goirigolzarri, que no se dudó en ningún momento cuando se habló de cuál sería el nombre del nuevo banco en hacer desaparecer a la 'endiablada' marca, poniendo fin así a la famosa "travesía por el desierto" y cerrando el círculo de los 'bankeros', nombre con el que, mediante cuñas publicitarias y de televisión, se animaba a los españoles a invertir en la OPS de la entidad.
Bankia vio la luz en la primavera de 2011, después de que se unieran Caja Madrid, Bancaja, La Caja de Canarias y las cajas Laietana, Ávila, Segovia y Rioja. Se creó con el objetivo de salir a Bolsa y conseguir un banco solvente con la unión de estas siete antiguas cajas. No tardó mucho en desmoronarse el castillo de naipes en el que se había construido la cuestionables OPS. Tampoco se demoró en exceso la purga de su consejo y cúpula.
En 2012 llegó al poder José Ignacio Goirigolzarri, un banquero vasco con mucho recorrido en el sistema financiero español. El príncipe destronado de BBVA encontró en Bankia el mayor reto de su carrera profesional. El banquero era ya todo un experto en situaciones difíciles. Era el hombre que solucionaba todos los 'marrones' en Latinoamérica. Pero hacer frente a la herencia de Rato en España era otro cantar.
Las decisiones
A sus espaldas se cuelga la ejecución de uno de uno de los mayores ERE de la historia de este país. Con más de mil oficinas cerradas y la salida de 7.000 empleados de Bankia. Un ajuste que fue necesario para sacar a flote el banco. También se le reconoce la iniciativa de la devolución de las cláusulas suelo y su interés por hacer llegar al Estado el máximo dinero posible de los más de 22.000 millones de euros que se tuvieron que inyectar la banco para no hacer caer al sistema financiero español.
En 2016, el banquero vasco auguró dos años de "travesía por el desierto" para todo el sector. Se equivocó. Erró, como todo el mundo, en su previsión de los tipos de interés. En 2017 prometió entregar un megadividendo de unos 2.500 millones de euros, de los que el Estado se llevaría un 61%. Era otra forma de hacer llegar a los españoles el dinero que se invirtió en salvar al banco. La caída del valor de la acción no ayudaba para poner en el mercado un paquete más. Tampoco pudo hacer cumplir su promesa. La curva negativa del euribor hizo -y hace- volar por los aires la rentabilidad de todo el sector y en especial la de Bankia, por su naturaleza de banca comercial.
El coronavirus terminó por destrozar cualquier atisbo de optimismo. Por eso el banco se vio obligado a tender puentes con Caixabank. Goiri' hizo suyas las palabras de Draghi -Whatever it takes-. Seguir sólo con estas reglas del juego era inviable o demasiado costoso para una entidad con el Estado como accionista mayoritario. Se firma el pacto. En este nuevo camino aún quedan muchas dudas de cómo se hará para devolver el mayor dinero posible a los españoles. Pero también hay algunas certezas: el oasis del desierto de Bankia cada vez está más cerca, con sede en Valencia y con Isidro Fainé aguardando.