La jornada de ayer pasará a la historia como aquella en la que las instituciones políticas catalanas se vieron arrastradas de nuevo por el barro de ese nacionalismo enloquecido que ha fracturado socialmente Cataluña y amenaza con llevarle a la ruina. Si algún crédito le quedaba todavía al señor Puigdemont y a quienes le rodean, es seguro que ayer lo perdieron del todo. Una comedia de enredo. Un espectáculo que provoca vergüenza ajena. Un perfecto resumen del esperpento que vive Cataluña desde hace mucho tiempo bajo la bota nacionalista. El presidente de la Generalidad sorprendió al filo del mediodía con la noticia de que se proponía convocar elecciones autonómicas, relegando a un segundo plano esa declaración unilateral de independencia (DUI) que para mucha gente, desde luego para la Fiscalía, ya fue declarada de forma indubitada el pasado 10 de octubre, tras la farsa del referéndum del día 1.
El impacto de ese golpe de timón fue enorme, aunque apenas duró un par de horas, que la palabra de ese botarate suele durar menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Parecía que el cobardón reculaba y que, después de anunciar por tierra mar y aire que iría adelante con los faroles de la famosa DUI, daba marcha atrás, ello no sin agotadoras sesiones de cabildeo y presiones mil de gente variopinta, algunas de “amigos” de España tan reconocidos como el presidente del PNV, señor Urkullu. En la Cataluña machacada por el rodillo nacionalista, la noticia, en realidad una derrota sin paliativos de los padres del prusés, causó un notable alivio en tanto en cuanto suponía disolver el Parlament y convocar nuevas elecciones autonómicas a las que, al parecer, ya se había puesto fecha: el 20 de diciembre.
Naturalmente, el gesto de “magnanimidad” del jefe golpista llevaba trampa incluida: elecciones a cambio de que el Gobierno Rajoy metiera en un cajón el artículo 155 y se olvidara del asunto. Ni más ni menos. Lo cual condenaba a la España constitucional a seguir anclada en el detritus indepe en el que Cataluña y el resto del país chapotean desde 2012, a seguir soportando la misma orgía supremacista que ha llevado a Cataluña y al resto de España al pie del abismo. A seguir hozando en la misma pocilga. La maniobra permitía a Puchi ganar tiempo, mientras sometía al Ejecutivo a un desgaste brutal. Y todo ello sin que aludiera siquiera a la derogación de las llamadas “leyes de desconexión” aprobadas ilegalmente en el Parlament los días 6 y el 7 de septiembre, y menos aún al desmontaje del estado clientelar del 3%, condición sine qua non para la celebración de unas elecciones realmente democráticas.
El gesto de 'magnanimidad' del jefe golpista llevaba trampa incluida: elecciones a cambio de que el Gobierno Rajoy metiera en un cajón el artículo 155 y se olvidara del asunto"
Puigdemont, en definitiva, no hacía sino seguir la hoja de ruta del trilerismo indepe, consistente en crear tensión y más tensión, en tergiversar, mentir, engañar, en ver quién resiste más o quién tira antes la toalla. Entre las 12 y las 2 de la tarde de ayer, los españoles vivimos un vodevil cuyo primer protagonista anunció su aparición en televisión a la 1:30 de la tarde para comunicar ese adelanto electoral, aplazó luego esa comparecencia para las 2:30, y la suspendió definitivamente cerca de las 3. ¿Qué había pasado? ¿Qué estaba ocurriendo tras las bambalinas? Pues que Puchi estaba intentando cerrar con Madrid una serie de dádivas de imposible concesión por parte de cualquier Gobierno democrático del mundo: la inmunidad judicial para él y su estado mayor; la salida de Cataluña de Policía y Guardia Civil, y la libertad de los patéticos Jordis recluidos en Soto del Real por decisión judicial. Ni más ni menos. Un chantaje inaceptable, que confirma la idea que estos personajes tienen de la democracia liberal.
Unas elecciones sin garantías democráticas
Como es lógico, la noticia de esas elecciones que amenazaban celebrarse sin garantías democráticas y bajo el control de la mafia nacionalista llevó la preocupación a mucha gente. Porque, ¿es que iba a poder encabezar una lista a la presidencia de la Generalidad un golpista confeso? ¿Era posible que esas elecciones fueran manejadas por quienes han llevado a Cataluña al límite, con el control de los medios de comunicación subvencionados, el dinero público, los Mossos, etc? ¿Se iban a escapar vivos los autores de este crimen contra Cataluña y España? ¿Iba a estar el Gobierno Rajoy dispuesto a ceder a semejante chantaje, después de la conducta mostrada por el Rey marcando el camino de la dignidad nacional, y de que millones de españoles se hayan puesto por fin en pie dispuestos a defender las libertades que garantiza la Constitución?
Como no podía ser de otra forma, Rajoy no cedió al chantaje que el protodelincuente pretendía, quien entonces nos obsequió con una nueva pirueta renunciando a las elecciones y anunciando pleno del Parlament para, con él bien escondido, dejar que sea la mayoría indepe en la Cámara autonómica la que tome la decisión de seguir adelante con la famosa hoja de ruta. Lo que en el fondo no deja de ser una gran suerte para quienes creemos que la democracia española está obligada a entrar a saco en la sala de máquinas del independentismo, dispuesta a barrer hasta la última mota de ese polvo supremacista y totalitario que distingue a la tribu nacionalista. Al final, una cosa tendremos que agradecerle a Puigdemont: que haya sido coherente y que, tras amagar con entregar la cuchara, haya acudido en ayuda de quienes desde hace tiempo venimos denunciando que el de Cataluña es un problema de ausencia de democracia que es preciso reparar a toda costa. Como ocurriera en el 23-F, al final va a ser la torpeza de estos fanáticos la que nos ayude, haciendo inevitable la movilización del Estado.
Son millones los españoles que no entienden que el señor Puigdemont y la señora Forcadell, por citar solo a dos de los rebeldes más notorios, estén aún en libertad"
Señor Rajoy: esto ya no tiene vuelta atrás. Es muy probable que en estas últimas horas, antes del pleno del Senado de hoy, tenga usted que sortear unas cuantas trampas saduceas tendidas por quienes, en su propio partido, son incapaces de sacudirse el miedo, y por parte de esos aliados tan poco fiables que con usted conforman el frágil frente constitucional. Pero si quiere hacer honor a su condición de español y de presidente del Gobierno de la nación, no puede caer en ninguna de tales trampas y debe proceder, con la ley en la mano, a defender la unidad de España y a hacer que los golpistas reciban el castigo que merecen por parte de los tribunales de Justicia. Está usted obligado a llevar cuanto antes a los sediciosos antes los tribunales, porque son millones los españoles que no entienden que el señor Puigdemont y la señora Forcadell, por citar solo a dos de los rebeldes más notorios, estén aún en libertad. Se acabó el juego: ¡a la cárcel con ellos!
A la cárcel sin miramientos. España tiene que aprovechar la oportunidad histórica que le brinda la soberbia de los golpistas para restaurar la legalidad en Cataluña, primero, y para abrir un gran debate capaz de desbrozar un camino de convivencia para todos los españoles durante los próximos 40 ó 50 años, después. Es inexcusable aprovechar este viaje para al menos intentar arreglar el desbarajuste del diseño territorial del Estado, corregir algunos de los errores del famoso “café para todos”, tratar, o al menos intentarlo, de poner los cimientos de un diseño más racional, más eficiente, más liberal, menos costoso, menos burocrático, de nuestro Estado. Hincarle el diente a los estropicios que los padres de la Constitución nos dejaron por herencia. Sin duda alguna con otros liderazgos, cierto, pero habrá que intentarlo porque ya es hora. Lo contrario sería, más que una traición, un error de dimensión histórica.