Almuerzo en el 39 de Chesham Place, el elegante palacete que, en pleno barrio de Belgravia, entre Hyde Park, Buckingham Palace y la Estación Victoria, sirve en Londres de sede a la embajada de España en el Reino Unido. Un grupo de empresarios españoles comparte mesa y mantel con Federico Trillo-Figueroa y Martínez-Conde, ex ministro de muchas cosas con los Gobiernos Aznar y alto cargo del Partido Popular, a quien el Gobierno Rajoy, por esas cosas que pasan en unos partidos convertidos en finca particular de su nomenklatura, premió en marzo de este año con una de las más golosas, desde luego apetecidas, embajadas de España en el exterior.
Como es inevitable, la conversación derivó desde el principio hacia el monotema de la crisis y el último gran envite que ha venido a suponer la rebelión independentista del camarada Mas. Y entre opiniones más o menos variopintas, pronto se llegó a un amplio consenso a la hora de lamentar la forma en que los grandes medios de comunicación británicos suelen informar sobre España, con apriorismos cercanos al tópico y juicios de valor que en nada favorecen la imagen de nuestro país, cuando no simples manifestaciones de mala voluntad. De modo que la pregunta-queja estaba servida:
-Pero, ¿Y por qué no hacéis algo para contrarrestar esas opiniones? ¿No puede la Embajada hacer algo para mejorar la imagen de España…?
-Sí, claro que sí, ya lo he hecho: le he escrito una carta al editor de Financial Times –replicó Trillo con aire satisfecho.
La respuesta pareció a alguno de los reunidos tan banal que salió del ágape cariacontecido. Porque si de algo tienen que ocuparse los embajadores de España en nuestros días es de dos cosas: por un lado, mantener una fluida y cordial relación con los principales medios informativos del país de que se trate, en el caso del Reino Unido con los llamados quality papers de forma muy especial, para preservar de manera proactiva la imagen de España, y, por otro, comportarse como auténticos agentes de los intereses comerciales de nuestro país en Gran Bretaña, porque para eso están hoy las embajadas de todo país desarrollado.
Lo que ocurre es que para estar cerca de los grandes editores y de los más influyentes columnistas hay que hablar un inglés fluido, y ese no es el caso de Federico Trillo que, aunque se defiende bien, no puede mantener una conversación a tumba abierta en el idioma de su por otra parte tan amado Shakespeare.
La carta de marras, en fin, apareció este jueves en el dichoso FT. Y está bien la carta, por cierto: concisa, contundente y esclarecedora: “Escocia fue una nación independiente y solo formó parte del Reino Unido cuando el parlamento escocés acordó libremente juntarse en el siglo XVIII. Por contra, Cataluña formaba parte del Reino de Aragón y quedó integrado como parte de España desde su concepción, hace más de cinco siglos”.
El señor embajador aclara que los procesos para convocar un referéndum en Escocia y en Cataluña son totalmente distintos, pues “la unidad de España está solemnemente encarnada en la Constitución”. A diferencia de la Scotland Act en el caso de Escocia, el único camino legal en España “para la independencia de una región es con una reforma de la Constitución. ¿Es esto posible? Ciertamente lo es, pero el proceso necesitaría de una amplia mayoría del parlamento español, nuevas elecciones y la aprobación de un referendo en todo el país”.
En su carta, Trillo recuerda que la Constitución española recibió el apoyo del 90% de los votos en territorio catalán en 1978 (un porcentaje mayor que la media nacional). “En otras palabras”, concreta, “el 90% de los votantes catalanes decidieron, no hace mucho tiempo, que una cuestión que afectara a la integridad del territorio español debería ser considerado por todo el país”.