Se acomodó en el ‘establishment’ como presidente de la Generalitat valenciana. Lo llenó de lujo como ‘prohombre’ de Bancaja y Banco de Valencia, las dos entidades a las que llevó a la quiebra. En aquellos maravillosos años, José Luis Olivas disfrutaba de los excesos. Guardia de corps personal, restaurantes con hiperbólicas facturas, coches de lujo y un puñado de ‘Sorollas’ que le guiaban por la planta noble de la sede de Bancaja hasta su fastuoso despacho. Una estancia de maderas nobles aderezado con una gran terraza que podría haber encajado en cualquier ‘chill out’ donde los ricachones que acudieron a Valencia a presenciar la Copa América se dejaban el saldo de la tarjeta cada noche.
Ahora, con el sello de la doble imputación (casos Bankia y Banco de Valencia) sobre el hombro, Olivas ha visto adelgazar su entorno. Solo, o en compañía de su Ipad, se dejó ver el pasado viernes en el Vips de la calle Padre Damián de Madrid. Según pudo ver este Buscón, Olivas eligió una mesa esquinada, para evitar las miradas del resto de comensales. Para desgracia de su ego, nadie se le acercó a pedir un autógrafo ni tampoco giró su mirada cuando el ‘insigne’ banquero, a la par mano derecha de Zaplana, entró o abandonó el local.
Pese a los líos judiciales que pueden llevar a prisión, Olivas sigue manteniendo ese buen tono físico (papada y barriga en perfecto estado de revista) que lució en sus años dorados. Eso sí, en esta visita al Vips, quizá para ir más de incógnito, evitó la corbata y el traje. La vestimenta sí incluyó americana, como no podía ser de otra manera.
Perdido entre una carta de platos alejados de la alta cocina a la que se acostumbró su estómago, Olivas optó por el menú del día. De primero, un plato de lentejas. Un filete con verduras, como plato principal. Todo ello regado con una cerveza. Café de postre. Entre plato y plato, hizo alguna consulta en su tableta. Pagó en metálico los 12,95 euros. En otra época hubiera tirado de tarjeta corporativa.
A esto de las 15.45 abandonó el Vips. Salió despistado. Sin saber muy bien sí cruzar a lo loco la calle Padre Damián o hacerlo por el paso de cebra situado en la esquina que concluye con Alberto Alcocer. Se decantó, en este caso, por no saltarse la ley vial. Ya en la otra acera desapareció por la puerta de entrada del remozado Hotel Eurobuilding.