Los abogados madrileños estaban indignados este jueves ante la muerte de un compañero en los calabozos de la Plaza de Castilla. Oscar Melchor Rodríguez, un letrado de unos 50 años, que trabajaba en un servicio de guardia de asistencia a detenidos, falleció de un infarto mortal.
Personas que conocen el suceso explicaron que fue atendido por uno de los doctores del servicio forense, que reclamó un desfibrilador para intentar sacar al abogado de la parada de corazón. No había este aparato en la zona de los calabozos y hubo de buscarlo en una de las plantas de edificio de Plaza de Castilla.
El médico inició con el aparato las maniobras hasta la llegada del Samur, pero fue inútil, a pesar de que rebasaron el tiempo aconsejado para intentar la reanimación. Fuentes que conocen el suceso dijeron a este Buscón que el aparato fue trasladado urgentemente a los calabozos, pero muchos abogados quieren saber por qué no había un desfibrilador en esta estancia.
El fallecido era una persona muy comprometida, pues trabajó durante una década en el Servicio de Orientación Jurídica de Menores. El Colegio de Abogados, que preside Sonia Gumpert, destacó la trayectoria profesional de Oscar Melchor Rodríguez como letrado del Turno de Oficio, “que refleja la dedicación por defender el derecho a la justicia gratuita y el compromiso por asistir a los más vulnerables”.
El colegio ha dirigido una carta al Decano de Plaza de Castilla y al presidente del Tribunal Superior de Justicia de Madrid para exigir que todos los juzgados de Madrid tengan desfibriladores en lugares destacados. Desde hace algunos meses, las sedes del Colegio en Serrano y Delegación Sur en Móstoles disponen de estos aparatos y, lo más importante, de personal formado para su utilización.
Algunos letrados que conocen las circunstancias de los calabozos no pueden comprender cómo no hay este tipo de aparatos, pues es el lugar donde más se puede necesitar. Cada día hay decenas de detenidos que pasan muchas horas en las casi mazmorras en las que se han convertido estas celdas.
Los calabozos han sido arreglados en numerosas ocasiones, pero aún presentan un estado lamentable e indigno de personas con derechos, según dicen algunos letrados. También se quejan de las salas de visitas y de la organización que establecen los jueces que les hacen perder mucho tiempo al no citarlos con hora.