La madrileña Plaza de España no presenta en la actualidad el mejor de sus aspectos. Y buena parte de culpa la tiene el estado de algunos de los edificios que la rodean, que va desde una controlada desocupación a un absoluto abandono.
Para todos ellos hay un punto en común: una serie de operaciones disparatadas cuando estaba a punto de estallar la burbuja inmobiliaria o incluso cuando los primeros efectos de la crisis comenzaban a dejarse sentir.
Fue entonces cuando Luis Portillo se dispuso a llevar a cabo la que sería su última operación al frente de Colonial: la compra de una serie de activos al Grupo Inmobiliario Monteverde, que ya se encontraba en una delicada situación. Entre ellos figuraban los números 3,4 y 5 de la Plaza de España, en los que llegó a estar Telefónica. Ni corto ni perezoso y a través de una práctica habitual en su gestión, Portillo se presentó en el consejo de administración de Colonial con la operación ya hecha, antes de debatirla y analizarla. Tan hecha, que ya había adelantado 80 millones de euros (aproximadamente un 25% del total del montante de la operación).
Algún testigo presencial de la reunión aun recuerda el tono de voz de consejeros absolutamente indignados con la operación y con la forma de proceder del entonces presidente, firmemente convencidos de que maniobras como esa llevarían a la ruina a la empresa (como así resultó).
Pero Colonial contó con un apoyo bancario que no tuvo Monteverde que, ante el retraso de una operación que no tardó en llegar a los tribunales (básicamente lo que Portillo en ser expulsado por aclamación del consejo), terminó por presentar concurso de acreedores para su posterior liquidación. Y así, mientras tanto, los edificios muertos de la risa, sin mantenimiento ni vigilancia de ningún tipo y con un considerable deterioro, especialmente en lo relacionado con su limpieza.
Nada bueno para la imagen de la ciudad, como el hecho de que la Torre de Madrid esté actualmente medio vacía. En su día, fueron emblemáticas las luces de neón que decoraban la fachada del inmueble con los logotipos de las múltiples compañías que la utilizaban como sede. Pero su propietaria, Metrovacesa, decidió que había llegado el momento de venderla, como sucedió con el Edificio España, que hábilmente colocó al Santander para su fondo Banif Inmobiliario.
De este modo, los alquileres que iban venciendo no se renovaron, los luminosos fueron desapareciendo y cuando el edificio estuvo listo para vender, nadie estaba preparado para comprar. El intento de Metrovacesa por darle vida, vendiendo los pisos de lujo de la parte de arriba del inmueble, se ha saldado con un éxito parcial porque la Torre de Madrid continúa medio vacía.
Y para completar el círculo, el mencionado Edificio España, a salvo de males mayores gracias a su vigilancia pero sin salir de una espiral de desesperada búsqueda de comprador o, al menos, de inquilino. La estampa del lugar es significativa. Pero todo empezó en despachos, en mesas de consejos de administración inmersas en una especie de enfermiza locura.