Una invasión. La calle Preciados estaba a reventar. De anochecida, un intenso aluvión de peatones se deslizaba por la arteria más comercial de Madrid. El calor se evaporaba y las aceras se poblaban. Entre cámaras y reporteros, un goteo de curiosos personajes se acercaba, quedamente, hasta la puerta de entrada del Varela, popular restaurante de la zona y próximo a la sede del Congreso.
Sonaban algunos rostros. Caras conocidas para los curiosos y las vecindonas, que contemplaban el espectáculo. Llegó Méndez de Vigo, con la camisa blanca de lino por encima del pantalón, un detalle heterodoxo y hasta provocador. Los parlamentarios del PP celebraban la tradicional cena de fin de curso. Una costumbre que impulsaba Rajoy, quien no se dignó acudir al ágape. Estará oculto hasta el congreso del día 21.
Pablo Casado, con camisa blanca y americana azul, iba impecable, con ese aspecto de recién salido de la ducha aunque venga de recorrer ochocientos kilómetros y de pronunciar doscientos mítines. A las puertas del salón, esperaba Ana Pastor, presidenta del Congreso y circunstancial anfitriona de la gala. Saludaba, repartía besos, sonreía. Aprovechó la llegada de Santamaría para lograr la foto más deseada: los dos rivales, juntos y sonrientes por vez primera desde que arrancó la campaña. No quisieron verse el jueves 8 al votar en la sede de la calle Goya. Tampoco se saludaron en el avión que les llevaba a Oviedo.
Fiesta en Madrid
Al fin, en ese restaurante del cogollo madrileño, se saludaban. Y hasta compartieron mesa. Soraya y Casado separados por Rafael Hernando, el portavoz, que parecía ejercer de 'casco azul' entre los dos contendientes. Hubo un momento en que Hernando, que había llegado con americana beis, algo impropia para una cena, se quedó en mangas de camisa y subió al estrado. Ocurrió entonces. La escena más temida. Una silla entre los dos rivales. Un episodio ya vivido. Fue en la fiesta de la Comunidad de Madrid. Soraya, a un lado, Dolores Cospedal, al otro y, en el medio, una silla vacía. La del presidente de la región. Garrido, que estaba en el atril pronunciado un discurso rebosante de sus habituales naderías. Fue portada en algunos medios de papel.
No se podía repetir el espectáculo. No en mitad de la campaña. Soraya, ágil y presta, se levantó de su silla y se sentó en la de Hernando, junto a Casado. Codo con codo. Toda sonriente, 'dientes, dientes'. Apoteosis del fair play. Casado se la miraba un poco estupefacto. No pasa nada porque esté la silla vacía. No se le hizo caso. La foto recorrió al instante las redes. "Una campaña ejemplar", "buen rollito en el PP", y títulos similares. Apenas intercambiaron comentarios. Luego de buen rollito, poco y poco. Tienen pendiente una sentada para hablar del debate que nunca será.
El común de los asistentes al condumio es consciente de que Soraya detesta a Casado y Casado no dispensa enormes simpatías a Soraya. Son compañeros de partido pero nunca han sido amigos. Ahora, competidores. Pero eso no quita para que, llegado el caso, y ante el rigor de una cámara, eviten las distancias de una silla vacía.