El pasado 11 de noviembre de 2019, Albert Rivera dimitió como Presidente del partido y abandonó la política. Este hecho supuso la disolución del Comité ejecutivo del partido y la convocatoria de un Congreso extraordinario a celebrar a mediados del próximo mes de marzo. La conmoción de estos acontecimientos, dejando al margen algunas decisiones de la gestora, avivó un sano debate sobre los aspectos mejorables de un partido que estuvo a punto de ser decisivo en la gobernabilidad de España y acabó con 10 diputados.
En estos dos meses se han levantado voces defendiendo posturas encontradas sobre el modelo de organización del partido. Nada nuevo ni malo. Siempre he pensado que desde el respeto y la concordia se puede defender cualquier planteamiento en nuestro partido. Lejos de ello, asisto, entre perplejo y atribulado, a la escenificación de un falso dilema que se ha edificado sobre la sana y legítima aspiración de mejorar el marco normativo de nuestro partido y la estrategia que ha de seguir. El cómo se ha convertido en el quién. La desviación o desenfoque se ha convertido en desencuentro y éste en estigmatización.
De los argumentos hemos pasado a las personas, de las personas a las descalificaciones y de las descalificaciones a los bandos
Como a la vista de la actualidad que marcan los medios de comunicación es difícil sustraerse al tan nuestro: los unos o los otros. Partiré de este modelo de referencia:
Los unos, y no es baladí que elija esta identificación con una postura, presentan una ponencia de estatutos en la que se mantiene un férreo control de la estructura organizativa; si bien, abre las vías para que la opinión de los afiliados pueda llegar a la, hasta ahora amurallada y aislada, ejecutiva nacional. No voy a entrar en las razones históricas que avalan este modelo, que las hay de peso.
Los otros, que valga puntualizar son diferentes “otros”, proponen profundizar en un modelo organizativo más participativo y, por ende, más democrático. Unos lo ciñen al ámbito municipal, otros lo extienden al autonómico y algunos otros a toda la estatutaria del partido. Cualquier propuesta cuyo objetivo sea pretender mejorar la actual conformación del partido debería ser objeto de atención.
Este debate, en la medida que es de contenidos, se debería abordar desde los diferentes fundamentos argumentales que sustentan unas y otras posiciones. Y, tras su defensa y debate, votarlas. Qué mejor foro que el del Congreso extraordinario de marzo.
Pero, como en otras muchas ocasiones, se nos va a hurtar esa posibilidad. De los argumentos hemos pasado a las personas, de las personas a las descalificaciones y de las descalificaciones a los bandos. Estamos a punto del error ortográfico (los hunos y los hotros), que no semántico.
No queremos arrinconar a la militancia en la irrelevancia, se han de proponer mecanismos precisos de participación para que se sienta representada en los órganos del partido
Ante esa evidencia quiero expresar algunas cuestiones para que sean objeto de reflexión:
Primero, con una antelación no superior a 15 días de la fecha prevista para el Congreso se elegirá, mediante listas cerradas, al presidente y su comité ejecutivo. Los estatutos del partido y su estategia, nudo gordiano del Congreso de marzo, lo aprobarán o enmendarán los afiliados a través de los compromisarios que los representen y los miembros natos del Consejo General. ¿No sería conveniente plantear, para un futuro, invertir el orden? Es decir, quien comparta el marco normativo y estratégico aprobado por los afiliados que se postule para representarlos. La actual fórmula puede condicionar ex ante la voluntad de dirigir el partido según las convicciones de los candidatos y ex post los legítimos anhelos de cambio de los afiliados (si el recién elegido presidente condiciona su permanencia a que se sienta cómodo con los Estatutos que aprueben los afiliados). En ese tempus est considerationis se oscila entre la frustración y la coacción.
Segundo, como desde Cs sabemos bien, autonomía no significa independencia. Aplicado a la organización interna del partido, entre la actual fórmula de una estructura vertical y jerárquica que nombra todos los cargos relevantes de la organización y la independencia organizativa territorial que algunos cargos postulan, hay un espacio digno de explorar para que todos se sientan cómodos; en el bien entendido de que no somos un partido federal y los eventuales comités autonómicos deberían vertebrar su acción en el marco de las directrices emanadas por los órganos centrales. Así es difícil, por suerte, que se pueda generar un solo PSC en nuestro partido.
La Asamblea del próximo marzo debería huir del planteamiento interesado y personalista, de los “unos” y los “otros”, de su intento de precipitar su posición a las turbulentas aguas que discurren entre Escila y Caribdis
Tercero, al margen de que las TICs nos empujan ya a reflexionar sobre el sistema de representación y de su articulación a través de los partidos políticos al uso; si no queremos arrinconar a la militancia en la irrelevancia, se han de proponer mecanismos precisos de participación para que se sienta representada en los órganos del partido y en las decisiones que estos adopten. Si se renuncia a este ejercicio, la necesidad de muchos afiliados de convertirse en partícipes y protagonistas de la política puede abocarlos a la huida. Y en ese momento quizás no tengamos tiempo de preguntarnos, al modo que lo hiciera Eubúlides de Mileto en su paradoja del montón (sorites): Si a un montón de grano le empiezas a quitar grano a grano, ¿Cuándo deja de ser un montón?; ¿Nos plantearemos, en qué momento la sangría de afiliados, simpatizantes y cargos electos puede suponer la pérdida de identidad organizativa y la posibilidad de poner en grave riesgo la existencia del propio partido?
La Asamblea del próximo marzo debería huir del planteamiento interesado y personalista, de los “unos” y los “otros”, de su intento de precipitar su posición a las turbulentas aguas que discurren entre Escila y Caribdis, entre cuyos dos males es difícil elegir. Nos vendría bien traer a colación a mi admirado Don Miguel de Unamuno y su “alterutralidad”: frente a los neutrales (ni con unos ni con otros) y los sectarios (con unos o con otros), postulémonos en defensa de los unos y los otros; como él diría: “es la posición del que está en medio, en el centro, uniendo y no separando y hasta confundiendo a ambos”.
Centremos los esfuerzos en aportar medidas que contribuyan a mejorar la organización, el funcionamiento interno del partido y la asunción significativamente mayoritaria de la estrategia del partido; huyamos de cuestiones que sólo van a soterrar la necesidad de afrontar el verdadero reto que se nos plantea en estos momentos: la imagen de unidad y fortaleza que hemos de transmitir a la ciudadanía.