Autor de obras filosóficas como Tetralogía de la ejemplaridad o de monólogos teatrales como Inconsolable, el pensador Javier Gomá (Bilbao, 1965) ha publicado Dignidad (Galaxia Gutenberg), ensayo que escruta los contornos de un concepto fundamental hasta ahora ninguneado por la filosofía. La crisis del coronavirus, sin embargo, revalidad su vigencia, pues, como explica Gomá, la “dignidad está en juego siempre que lo está lo característicamente humano”.
Algunos creen que existirá un aprendizaje social tras la crisis del coronovirus. ¿Cuál debería ser esa lección?
Existe el progreso moral. Hay escépticos sobre ese progreso porque muchos sólo creen lo que ven y lo que tocan y con frecuencia los pasos que da la humanidad se producen en un tiempo que excede la biografía individual. Como esas certezas geológicas que nos muestran grandes cambios en la historia pero apenas nos informan de vidas individuales, porque sus periodos temporales son mucho más amplios. Quiero decir que hay aprendizaje pero quizá quienes hemos sufrido la conmoción del virus no lo veamos.
La inmensa mayoría acepta la pérdida de la libertad y la ruina de los negocios para la protección de los más débiles. Esta renuncia es una buena definición de la dignidad
A fines del siglo XIX, muchos clamaban por derechos, pero sólo después de los descensos a los infiernos de las dos guerras mundiales el mundo se puso de acuerdo para aprobar la declaración universal de los derechos humanos. Una experiencia tan traumática como la pandemia —quizá la primera experiencia literalmente global, que conmociona a toda la humanidad a la vez y por igual—, seguramente dará lugar a alguna clase de lección y tendrá que ver con esa misma humanidad amenazada. Quizá despertemos a un sentimiento cosmopolita que salta por encima de territorios, fronteras y particularidades.
¿Y en qué medida es importante la dignidad en un momento como el actual?
La dignidad está en juego siempre que lo está lo característicamente humano. El confinamiento supone un arresto domiciliario para millones de españoles, la inmensa mayoría de ellos, para proteger en especial a aquel sector que más daño hace el virus: los ancianos. En consecuencia, la inmensa mayoría acepta la pérdida de la libertad y la ruina de los negocios para la protección de los más débiles. Esto es una buena definición de la dignidad: implantar la ley de los más débiles, que reemplaza la ley del más fuerte que rige en la selva.
La dignidad se hace notar muchas veces como estorbo al progreso
En una perspectiva más sombría, cabe lamentar la existencia de tantos y tantos a los que la lucha contra la pandemia les ha privado de una buena muerte, —acompañados, confortados por los suyos, y luego velados, llorados y debidamente enterrados— conforme a un deber elemental de piedad. La dignidad exige otro tipo de muerte, pero no ha sido posible. Y difícilmente podrán consolarse los familiares de este dolor adicional.
¿Cómo se explica que un concepto fundamental como la dignidad haya sido tan ninguneado por la filosofía?
El concepto moderno de dignidad, que pone el acento en la dignidad de todos, incluso de los indignos, coincidió en el tiempo con el desarrollo de una filosofía más interesada en los aspectos críticos que en los constructivos. Se trataba de desembarazarnos de una tradición con un pensamiento liberador. Y para ese objetivo la dignidad era un ideal demasiado positivo, demasiado constructivo, y además, en lugar de ampliar la libertad, impone un respeto que implica algunas limitaciones a la libertad.
En el libro explica que la dignidad podría definirse como aquello que “estorba”. ¿Por qué?
En la Antigüedad se estableció un principio: el interés particular cede ante el interés general que, por ser mayor, prevalece. La novedad que trae el concepto moderno de dignidad es: el interés particular cede al general, sí, pero el general cede ante la dignidad individual. Así que, para el interés general —no sólo el económico sino el social—, la dignidad, que resiste a todo, también a ese interés anteriormente prevalente, se hace notar muchas veces como estorbo al progreso.
Todos, en cualquier lugar, en cualquier momento, incluido en el de la muerte, podemos comportarnos conforme a la dignidad de que somos portadores
Un lema que, en su opinión, representa bien la noción de dignidad es: “Aunque todos lo hagan, yo no”. ¿Está enemistada la dignidad con el gregarismo?
Si por gregarismo entendemos las imposiciones del colectivismo, indudablemente sí. Pero lo interesante es que la dignidad no sólo resiste esas formas degradadas, sino también a las mayorías legítimas. Sabemos que las mayorías también pueden actuar de manera tiránica, y de ahí los derechos fundamentales que protegen al individuo frente al posible abuso de la mayoría. Y en el origen de los derechos fundamentales está precisamente la dignidad.
Afirma que “el asco ante la indignidad indica a la humanidad el camino de su progreso moral”. Pero, ¿qué hacer cuando no nos ponemos de acuerdo en qué es indigno y qué no?
Ese “ponernos de acuerdo” es lo esencial. Y, naturalmente, generar amplios consensos sociales sobre lo que es bueno y valioso exige tiempo. Pero al final se producen. Por ejemplo, la virtud durante milenios se asoció a la violencia, aunque tuviera otro nombre, como honor, patriotismo, valentía. El virtuoso probaba que lo era en la batalla. Después de la Segunda Guerra Mundial, la virtud se emancipó de la violencia y se asoció a la paz. Este acuerdo es casi unánime y absolutamente novedoso. Mientras no nos ponemos de acuerdo, el principio o la verdad moral lucha por imponerse. Forma parte de la “lucha de las interpretaciones”.
La crisis sanitaria refuerza los poderes del Estado frente a los extremismos ideológicos y territoriales
Según usted, debemos vivir de manera que nuestra muerte suponga una “clamorosa injusticia”. ¿Está siempre en nuestra mano hacer que así sea?
Sí, por eso la dignidad es más universal que la felicidad, el otro gran principio de la ética. Hasta Aristóteles admite que para alcanzar el ideal de felicidad es necesario que el hombre reúna algunos bienes de fortuna, por lo que no todos pueden alcanzarlo. Mientras que todos, en cualquier lugar, en cualquier momento, incluido en el de la muerte, podemos comportarnos conforme a la dignidad de que somos portadores. Otra cosa es que las circunstancias que rodean esa muerte, como antes decía, no están a la altura de dicha dignidad.
Dedica una extenso capítulo al estilo elevado en la literatura. ¿Cuál es su vinculo con la dignidad?
Forma parte de un primer esbozo de una poética de la dignidad. La cultura, antes lo mencioné, ha sido ciega a la dignidad porque no le ha dado un concepto y una definición. Con esa falta de conciencia sobre su naturaleza, es difícil producir una cultura que la ensalce y la promueva. Esa poética tendría un contenido —los temas de la dignidad— y una forma: el estilo. El estudio sobre la elevación de estilo trata de promover esa dignificación formal aún pendiente.
La amistad nos ofrece el modelo de una socialización no coactiva: elegimos al amigo por inclinación pero, cuando esa amistad se cultiva, produce una obligación
¿Y cuál es su ligazón con lo que usted llama la "república de la amistad"?
La dignidad es entendida como una cualidad individual que pone a su poseedor en la posición del acreedor: el resto del mundo le debe un respeto. Y así se estudia inicialmente en mi libro. Pero, claro, luego ese individuo se relaciona con otros: el respeto debido a la dignidad de uno choca con el respeto que es debido a los otros, y debemos desarrollar un arte para convivir. Y la amistad nos ofrece el modelo de una socialización no coactiva: elegimos al amigo por inclinación —no como la caridad cristiana, que se dice universal y obliga a amar a los enemigos—, pero, cuando esa amistad se cultiva, produce una obligación entre los amigos. Por eso decimos que al amigo se le “tiene ley”. Una ley no coactiva, pero ley, que exige el respeto mutuo entre ambos. Su violación no tiene consecuencias jurídicas, pero sí morales y sentimentales.
Termina su libro defendiendo la Constitución de 1978 como el “gran pacto político-social de los españoles”. ¿Está hoy ese pacto en peligro tras el desafío del separatismo en Cataluña o el auge del populismo en toda España?
La crisis económica que a partir de 2008 se prolongó casi una década puso a prueba el sistema —Constitución de 1978—, a consecuencia de lo cual el sistema se resintió y para muchos perdió prestigio. Aprovechando la oportunidad, aparecen movimientos antisistema: ideológicos —izquierda y derecha radical— y territoriales —separatismo—. No sin sufrimiento, esa prueba ha sido superado por el Estado. Y ahora, tras la crisis económica, la sanitaria, que, a mi juicio, refuerza los poderes del Estado frente a los extremismos ideológicos y territoriales