Ni subida del IVA, ni más congelación de pensiones, ni copago sanitario, ni recortes en la educación pública… Gallardón se sintió cómodo en el traje de portavoz del próximo Gobierno al enumerar algunos de los proyectos que cobija el líder del PP y que ni siquiera llegó a concretar Rajoy en el cara a cara mantenido el lunes con Rubalcaba. El alcalde toreó con maestría al ministro Ramón Jáuregui, representante del PSOE en el debate a cinco que anoche congregó también en TVE a Josu Erkoreka (PNV), Pere Macías (CiU) y Gaspar Llamazares (IU).
Gallardón afrontó sus dos horas de gloria consciente de su flanco débil, una deuda municipal que ronda los 7.000 millones de euros, pero seguramente lo que no esperaba del representante del PSOE es que solo le sacara este trapo sucio como quien estornuda y pide perdón. Así, el tono institucional del ministro y la obsesión del resto de los comparecientes por vender su propia mercancía electoral facilitó al alcalde de Madrid una abierta excursión por todos los temas de política nacional que a partir de diciembre podría estar abordando con los periodistas tras los consejos de ministros de los viernes, enfundado de verdad en el traje de portavoz del Gobierno.
Resulta insólito que con una distancia de 16 puntos en las encuestas, Rubalcaba enviara a este debate a un representante tan frugal como Jáuregui, una evidencia más de que da por perdidas las elecciones y de que solo intenta garantizarse un suelo digno vendiendo templanza y taponando nuevas fugas de votos por el centro. El PP ha engullido ya, según las encuestas internas que maneja Ferraz, a un millón de ex votantes socialistas. Si en lo que resta de campaña crece este trasvase, Rubalcaba podría verse apeado de su carrera hacia la secretaría general de su partido.
No es ni mucho menos la pinza que Aznar y Anguita ensayaron en su día contra el PSOE, pero un mecanismo parecido opera ahora sobre la campaña de Rubalcaba, aunque no esté articulado. Gallardón le pasó anoche factura al Gobierno por la congelación de las pensiones, el fracaso escolar, la ruptura del consenso en el Estatuto catalán y, cómo no, por el desboque del paro, la ausencia de crédito y el desánimo ciudadano. Desde el otro extremo, pero con tenazas de la misma intensidad, Llamazares tomó la bandera de los indignados para reprocharle al Ejecutivo la concesión de un trato privilegiado a la banca, la aplicación de ajustes económicos ineficaces, una reforma laboral destructora de empleo, los recortes salariales a funcionarios y la vejación a los pensionistas. Cuadro de situación: creciente riesgo de hemorragia para el PSOE por el centro y por la izquierda.
El pliegue que se antojaría más lógico, el del PSOE e IU contra Rajoy, no existe en esta campaña. Las críticas desordenadas que Jáuregui y Llamazares emitieron anoche contra anteriores gobiernos o contra algunas comunidades del PP, fueron sorteadas con pericia por Gallardón, impasible ante la acusación de que su partido ha obrado desde el inicio de la crisis por intereses puramente electorales.
En todo caso, después del espectáculo tan comedido de anoche, propio de un país sin problemas o, por el contrario, de una clase política contenida por un clima de excepción, seguirá habiendo españoles que se pregunten qué medidas concretas proponen las principales formaciones contra el paro, preocupación número uno en todas las encuestas.
Por último, del televisor salió un aviso unánime remitido a Rubalcaba para los nueve días que restan de campaña: el fin de ETA es incompatible con las medallas.