Tras semanas de quinielas que han quedado en el olvido frente a un hermetismo absoluto y desde luego exagerado, el Gobierno diseñado por Mariano Rajoy no ha deparado sorpresas, si acaso alguna que otra curiosidad, como el baile de cartera de Ana Pastor que, en vez de la de Sanidad y Servicios Sociales e Igualdad, salió ayer con la de Fomento bajo el brazo, quedando la que a priori parecía suya en manos de Ana Mato. Por lo demás, ningún malabarismo circense y abracadabrante como aquellos a los que nos tenía acostumbrados –y sufrientes– Rodríguez Zapatero, al que Dios guarde muchos años lo más lejos posible de cualquier responsabilidad de gobierno por pequeña que sea.
Decididamente, Don Mariano se ha puesto el traje oscuro y no piensa cambiar de sastre hasta que concluya la legislatura, y todo apunta a que ni la raya diplomática se va a permitir. Quiere ser un Presidente previsible, austero y acorde con estos duros tiempos que nos han tocado en suerte o, mejor dicho, en desgracia. Sorpresas, ninguna, y aún menos improvisaciones de última hora. Ya dijo en su discurso de investidura que con él se han terminado los experimentos, “Voy a decir la verdad aunque duela, y llamar al pan, pan y al vino, vino”, y a los ministros, ministros. Anoche se escucharon ya voces decepcionadas desde la acera sociológica del propio PP, que hablaban de Gobierno “mediocre” y medianamente pertrechado para la altura del desafío que enfrenta. Es lo que hay. No hay más fondo de armario en el entorno del gallego, y con estos bueyes tendremos que arar unos de los terruños más yermos de la historia de España
Para quienes gusten de hilar muy fino y entretenerse con cuestiones menores, quedan detalles interesantes, como Alberto Ruiz-Gallardón de Ministro de Justicia, al que todos trataban de convencer, casi consolar, diciéndole que ha salido mejor parado de lo que piensa. Habrá que confiar en que la cartera de Justicia, tan vacía de competencias, parezca suficiente, al menos por un tiempo, para un hombre que, según él cree a pies juntillas, está llamado a más altas encomiendas. Y, por otro lado, ese Ministerio de Economía que finalmente no fue para Cristobal Montoro, sino para Luis de Guindos, porque la lengua inglesa hoy día es, además de imprescindible, un excelente pretexto para dar gusto a quienes sea menester, estén dentro o fuera de nuestras fronteras.
Por encima de cualquier otra consideración, este nuevo Gobierno representa la vuelta a esa normalidad imprescindible en política, que se hallaba desaparecida en combate desde que el zapaterismo se propuso poner del revés a este país como si de un calcetín se tratara. El regreso a lo previsible –por lógico– y a lo sensato –por necesario– vale su peso en oro después de siete interminables años de alumbrar miembros y miembras que han dejado la Nación hecha unos zorros. Ese es el valor añadido de los nombramientos. La crítica situación a la que hemos llegado sólo dejaba un camino a seguir: hacer acopio de currículo y experiencia para poder coger por los cuernos a este Miura, de nombre crisis, que se nos viene encima. Y de ahí los trece nombres que el de Compostela ha puesto sobre el tablero. Sin estridencias ni artificios efectistas, casi sin gracia y más Rajoy que nunca, este es el regalo del nuevo Presidente del Gobierno a un país en uno de los peores momentos de su Historia. Trece hombres y mujeres a los que, gusten o no, España entera se encomienda. ¿Trece hombres sin piedad