Dura semana la vivida, recordatorio de las dificultades que atravesamos y del arduo camino que aún tenemos por delante cuando estamos ya metidos de hoz y coz en el quinto año de una crisis interminable. El aluvión de datos macro conocidos estos días ha venido a refrescar el cuadro tenebrista de un país cuyo PIB se irá este año más allá del -1,5% que auguran las almas caritativas para rebasar el -2%, con una tasa de paro que podría superar el 24% de la población activa (más de 6 millones de parados), una oferta de crédito de la que no habrá señal en año y medio al menos, y una nueva reforma laboral cuya eficacia real será imposible testar en el mismo plazo de tiempo. Retrato en negro de un país que ha llegado exangüe a este punto cardinal de su historia, tras una borrachera de lujos, despilfarro de recursos públicos y corrupción galopante. Un país con una mayoría de ciudadanos –a derecha e izquierda- muy consciente de los errores cometidos y de que ha llegado la hora de pagar la cuenta, razón por la cual en noviembre dio al Gobierno Rajoy manos libres para que “nos saque de esta”.
El Gobierno está sacando partido de esa disposición pública. En mes y medio, el Ejecutivo ha publicado en el BOE un plan de ajuste de 15.000 millones, con una dolorosa subida de impuestos; una reforma financiera destinada a devolver el crédito a los canales de la economía, y otra laboral que es quizá la más seria de las emprendidas en democracia, aunque haya quien todavía la tache de insuficiente. Aceptando que la productividad reformadora es, hasta el momento, muy elevada, los resultados del esfuerzo, en cambio, son tan a medio plazo, quedan tantos meses por delante de sufrimiento, que una cierta sensación de pánico recorre estos días el equipo de asesores más cercano a Rajoy al formularse una sencilla pregunta: ¿Cómo vamos a aguantar la presión política y social que podría producirse en entorno tan adverso cuando, en el verano y después, sigan sin advertirse signos claros de mejoría? ¿Cuánto van a durar esas manos libres? ¿Cuánto la paciencia de los ciudadanos?
“Con las decisiones que se han tomado ya, seguro que salimos adelante”, asegura alguien cercano al presidente. "Lo que ocurre es que la plena maduración de lo hecho y lo que queda por hacer no se producirá hasta el final de la legislatura o cerca de ella”. ¿Aguantará Mariano Rajoy las presiones de la calle y la división interna entre quienes, en su propio partido, defienden posiciones liberales y quienes comparten una visión socialcristiana de la acción política? Se trata de saber si el presidente va a tener el coraje necesario para resistir el arreón de la presión social que una crisis tan larga puede provocar en un cuerpo social tan castigado. Cierto, el enfermo ha llegado al quirófano muy desangrado y ha sido necesario operar a vida o muerte. Podría vivir. Parece que va a vivir. Seguro que vivirá con las medidas adoptadas y las que necesariamente se han de tomar aún, pero va a exigir tiempo, va a costar mucho salir del coma… De nuevo el tópico del “sangre, sudor y lágrimas” en toda su crudeza.
Rajoy frente al espejo de Heath, el político británico que después de ganar las generales al laborista Harold Wilson en 1970, puso en marcha medidas radicales de saneamiento y modernización de la economía para, dos años después, dar marcha atrás asustado y abrazar políticas de signo contrario, con el resultado de que perdió las elecciones celebradas en 1974. Hijo de un carpintero y una sirvienta (“I am not a product of privilege, I am a product of opportunity”), sir Edward Richard George Ted Heath introdujo, en efecto, políticas de claro signo reformista y liberalizador, revolucionarias incluso, como el intento de meter en cintura a los sindicatos con la Industrial Relations Act 1971, cortando de raíz sus abusos. Pero en 1972, el violento rebrote del paro y la oposición en las propias filas conservadoras le llevaron a protagonizar un espectacular viraje para adoptar políticas de corte keynesiano, de modo que el intento de reflotar la economía acabó en más inflación sin lograr reducir el paro. El embargo petrolífero de 1973 y dos huelgas mineras brutales en 72 y 74 terminaron por darle la puntilla. No supo resistir.
La derrota de Heat, la victoria de Thatcher
Heath sería sustituido en 1975 por Margaret Thatcher, quien, en mayo de 1979 se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de primer ministro de Gran Bretaña e Irlanda. Las políticas económicas que puso en marcha están en el imaginario popular, a menudo distorsionadas por el odio de una izquierda a la que Maggie puso firme. El suyo no fue un camino fácil. Al contrario, hubo momentos en que pareció que la historia de Heath volvería a repetirse. Pero, al contrario que Ted, ella aguantó el tirón y resistió hasta que llegó el momento en que los ajustes empezaron a rendir fruto y la economía salió disparada, momento en que la dama de hierro, la mujer que asestó un golpe mortal al poder sindical en Gran Bretaña, pasó a la historia.
Ese es el dilema al que Rajoy podría verse enfrentado a la vuelta del verano: tener que optar entre Heath o Thatcher, rendirse a las dificultades del momento, cambiando de políticas e incluso proponiendo un Gobierno de concentración, o resistir, soportando con coraje la protesta social en espera de que las medidas adoptadas surtan efecto. Visto con cierta perspectiva, el Gobierno ha hecho muchas cosas en muy poco tiempo. Y queda otro tanto por hacer en frentes que se antojan fundamentales. Empezando por la adopción de medidas liberalizadoras destinadas a romper el espinazo de los intereses creados y abaratar servicios alentando la competencia allí donde han echado raíces toda suerte de monopolios o casi. Siguiendo por esa asignatura pendiente de los Gobiernos de PP y PSOE que es la democratización de los Organismos Reguladores (CNMV, CNC, CNE y otros), lo que implica hacerles verdaderamente independientes y reclama, como punto de partida, la voluntad de la clase política de sacar las manos de esos centros de poder, y terminando, en fin, por algo que se antoja fundamental en esta encrucijada: la promoción de una labor ejemplarizante en el terreno movedizo de la moral pública y los valores sociales.
La presentadora del telediario que gana 20.000 euros al mes
Decisiones como la de limitar el sueldo de los banqueros que han recibido ayudas públicas, son esenciales para un Ejecutivo necesitado de legitimidad bastante para seguir exigiendo sacrificios a una población ya muy castigada por esta crisis interminable. En el mismo sentido camina la iniciativa adoptada el viernes de podar el número de empresas públicas, reducir el tamaño de sus órganos de administración y recortar el salario de sus miembros. Hay cosas que particularmente inaceptables en los tiempos que corren, como el pozo sin fondo que siguen siendo las televisiones públicas, donde una presentadora de telediario puede llegar a ganar 20.000 euros al mes.
En la batalla por recuperar algunos de los valores perdidos por la sociedad española en los años de vino y rosas de la burbuja, es fundamental rescatar el valor del esfuerzo como única forma de afrontar el futuro con posibilidades de éxito. Una de las cosas más sorprendentes, a la par que reveladoras, de las ocurridas en los últimos días ha sido oír al ministro de Educación afirmar que a partir de ahora se tendrá en cuenta el rendimiento escolar de un alumno a la hora de concederle una beca, lo que equivale a decir que ahora mismo las calificaciones no cuentan a la hora de becar a un estudiante. Es un ejemplo alucinante de la sociedad desnortada en la que vivimos, sociedad anestesiada por el buenismo en boga de los últimos años, en la que el esfuerzo no solo no es valorado, sino que está mal visto. Tiempo atrás, con beca estudiaba el hijo del pobre de solemnidad que salía listo, y de esa forma afloraron cerebros muy notables en todas las disciplinas del saber que de otra forma se hubieran perdido para siempre. ¡Pero esos eran otros tiempos!