The Times.- España sólo ha tenido tres presidentes desde 1982 y José Luis Rodríguez Zapatero ha resultado ser el menos relevante de todos. Los socialistas fueron literalmente ‘arrollados’ por el Partido Popular en las elecciones generales celebradas este domingo. El resultado supone un drástico giro hacia el centro-derecha, pero sobre todo, evidencia la pérdida de autoridad de un gobierno que resultó ser incapaz de manejar la crisis económica.
España tiene problemas inmensos en materia económica, agudizados por el hecho de pertenecer a una comunidad monetaria ‘inflexible’. Sin embargo, posee una ventaja frente a otras economías endeudadas de la Eurozona como Grecia o Italia: Las reformas que debe afrontar serán puestas en marcha por un gobierno surgido de las urnas, y no por un tecnócrata designado ‘a dedo’.
El principal problema de España radica en su elevado déficit. Al comienzo de la crisis financiera, entre 2007-2009, la posición fiscal del país parecía ser fuerte. El porcentaje de déficit respecto al PIB, del 36%, entraba dentro de lo aceptable por las reglas de la Unión Europea, que situaban el techo en el 60%.
Asimismo, le precedía una década de importante crecimiento económico, debido en parte al crecimiento demográfico. Y es que durante los últimos años, cerca de cuatro millones de inmigrantes en edad de trabajar entraron al país. Pero, por encima de todo, fueron años de gran relajación en las condiciones del crédito. Los intereses de los préstamos a corto plazo bajaron más de diez puntos porcentuales entre 1992 y 1999, manteniendo esa tendencia en la siguiente década.
Todo esto, unido a la liberalización del sistema bancario, generó una incontrolable burbuja crediticia, cuyo máximo exponente se vivió en el terreno inmobiliario.
Los defensores del Euro aún se quejan de que la crisis de los países periféricos no se debe tanto a la existencia de una Moneda Única como a que algunos países se saltaron las reglas. España demuestra lo contrario. La enorme deuda actual es fruto de que los consumidores y empresarios españoles obtuvieran dinero tan fácilmente como sus vecinos alemanes.
Zapatero llegó a la Moncloa en 2004 tras el atentado del 11-M y el rechazo que generó en la población el apoyo del anterior ejecutivo a la intervención en Irak. Sin embargo, su popular política exterior no resultó estar a la altura en materia económica. Su gobierno no hizo nada por frenar la adquisición de deuda por particulares y empresas ni realizó provisiones para el sector público.
Así las cosas, la crisis bancaria barrió las arcas públicas. Un superávit presupuestario del 1,9% del PIB en 2007 se convirtió en un déficit del 11,1% tan sólo en dos años. El ‘milagro español’ se había basado en un precario mercado inmobiliario.
La única opción que le queda a España para superar la crisis es reducir su nivel de vida para así ser capaz de afrontar los gastos. La solución más fácil, devaluar la moneda, no es viable dada su pertenencia al Euro. De ahí que la única vía posible sea la reducción de costes mediante el recorte del gasto público.
Ese es el gran reto al que se enfrenta Mariano Rajoy, que deberá destinar todos sus esfuerzos a reducir el déficit público. Sólo entonces bajarán los intereses de la deuda española y volverá la confianza en la economía. Sin duda se trata de un futuro descorazonador, pero hay un detalle que llama al optimismo: El electorado español ha tomado conciencia de la realidad económica.