España

FLORA Y FAUNA

Fernando Clavijo y la soledad del albatros errante

Fernando Clavijo y la soledad del albatros errante
Fernando Clavijo y la soledad del albatros errante

Fernando Clavijo Batlle nació en San Cristóbal de la Laguna (Santa Cruz de Tenerife) el 10 de agosto de 1971. Es el hijo que tuvieron Fernando Clavijo Redondo, funcionario, y su antigua esposa, Natividad Batlle, bibliotecaria. El matrimonio funcionó durante poco tiempo. Parece que no era fácil llevarse bien con Fernando (padre), separatista confeso que había militado en aquel fantasmal MPAIAC de Antonio Cubillo. Las simpatías de la madre estaban con Izquierda Unida. Ambos se separaron cuando Antonio era un chiquillo y los dos Fernandos, padre e hijo, estuvieron prácticamente sin hablarse casi hasta la muerte del primero, en 2019. El hijo ha sentido siempre devoción por su madre. Quizá por haber crecido en una familia desestructurada, Clavijo ha tenido siempre un intenso cuidado y cariño por su propia familia, formada por su esposa y dos hijas.

Fernando, de pequeño, era un chico… vamos a decir rarito. Tenía una evidente tendencia a engordar. Era el “bolita” de la clase (estudió en el instituto Viera y Clavijo) y las burlas de los compañeros le hacían sufrir, como les pasa a tantísimos niños. Harto de que se metieran con él, tímido y a la vez corajudo como era, decidió apuntarse a karate, lo cual espantó pronto a los burlones, le colocó en un peso y figura “normales” (para los estándares de entonces) y se convirtió en una afición que dura hasta hoy. Como la música. Y como los videojuegos, a los que quiso meter alguna vez en la ley del Deporte como disciplina deportiva; cosas así han hecho que él mismo reconozca que es un poco “friki”, signifique eso algo… para él.

Clavijo, que conoció a la que sería su esposa en el instituto, estudió Económicas y Empresariales en la Universidad de La Laguna. Trabajó algo en la empresa privada y acabó montando una asesoría que no fue mal, pero el perverso gusano de la política le inoculó pronto su veneno. A los 21 años (estamos en 1992) se afilió a ATI (Agrupación Tinerfeña de Independientes), un efímero partido de carácter local que acabó siendo uno de los ladrillos con los que se construyó Coalición Canaria. Ese ha sido su partido desde siempre. No tardaron en elegirle concejal de su pueblo, San Cristóbal.

Como es costumbre con los alevines, pronto encontró un “padrino” político a cuya sombra medrar; en este caso fue madrina, porque quien se fijó en él fue la entonces alcaldesa de La Laguna, Ana Oramas, toda una institución en el nacionalismo moderado de Canarias. Clavijo fue concejal de Seguridad Ciudadana desde 2003 a 2008, cuando sucedió a su mentora en el sillón de la Alcaldía.

La gente le conoce, le reconoce y le para por la calle; él lo niega, pero es algo que le encanta. Es verdad que su carrera política, alentada por Oramas, se basa en una gran ambición y en una fría (mejor fuese decir gélida) voluntad de poder, pero la búsqueda de la popularidad es una de las sustancias que conforman su torrente sanguíneo. Le resultaría difícil vivir sin eso. Pero no nos equivoquemos: Clavijo es cualquier cosa menos un sentimental. Es refractario a cualquier exceso sincero de exhibición de sentimientos personales o a todo exceso de lagrimeo. Al contrario que su paisano y rival Ángel Víctor Torres, Clavijo es una persona fría. Cinturón negro primer dan, dicen sus hagiógrafos (que los tiene). Así que su estrategia como político bien podrá basarse en las sapientísimas enseñanzas del señor Miyagi: dar cera, pulir cera. Lo demás son bobadas.

Cuando hay que dar cera, Fernando Clavijo es un maestro. La primera vez que lo eligieron diputado del Parlamento autónomo de Canarias fue en 2015. Para ello había que librarse antes de un estorbo: Paulino Rivero, líder de Coalición Canaria y candidato a la reelección como presidente del archipiélago, puesto en el que llevaba desde 2007. Se organizó una conspiración contra él que conocía más gente y que en la que estaban implicados más conspiradores que en la muerte de Julio César: todo el mundo sabía lo que iba a pasar, y pasó. Rivero, que se resistió muchísimo, acabó cayendo (bien es cierto que no a los pies de la estatua de Pompeyo; no se puede tener todo) y Clavijo fue elegido por primera vez presidente de Canarias en julio de 2015. Necesitaba un aliado y lo encontró: el PSOE.

Cuando su mandato terminó, cuatro años después, llegó el momento de pulir cera. Como ciertas aves marinas que pasan largos periodos en el mar, volando en solitario allá donde sople el viento, Clavijo se alejó: fue nombrado senador por el parlamento de Canarias. Le sustituyó en la presidencia precisamente Ángel Víctor Torres, el socialista que no buscó sus apoyos en los diputados de CC sino en otras aguas más agitadas. Clavijo esperó.

Cuatro años después, en 2023, regresó de alta mar y se presentó de nuevo a la presidencia. Y la consiguió. Pero esta vez con el apoyo del PP. Los odios y rencores, que siempre son frecuentes en política, se exacerban y multiplican en los escalones “menores” de la refriega, como son el escalón autonómico y el local o municipal. Prueba esto el conocido axioma de que el poder es un veneno por sí mismo, y el ansia por ejercerlo no depende del tamaño del poder que se pretende, sino del poder mismo como concepto.

Esto explica que los socialistas canarios, al maliciarse de que el sonriente pero frío Clavijo andaba “con otra” (con la derecha), se comportasen como amantes despechados y tratasen de vengarse. Eso está en el origen de las dos denuncias que llevaron al entonces senador a los Juzgados, denuncias que no llegaron a ninguna parte. Clavijo no llegó a ser procesado y, efectivamente, cuando llegaron las elecciones autonómicas de mayo de 2023, la victoria en votos y escaños fuese para los socialistas, pero la suma de CC y el PP dio la presidencia, por segunda vez, a Fernando Clavijo.

Y en esto reventó el problema de los cayucos. La llegada ilegal a las costas de Canarias de miles y miles de personas, que atraviesan el mar en condiciones terribles desde las costas de África, no es nueva, pero se ha multiplicado en los últimos meses de forma dramática. Son miles de personas, muchas de ellas menores que viajan solos sin nadie que se ocupe de ellos. Los centros de asistencia en Canarias están repletos; algunos están alojando a tres veces más personas de las que caben.

Y la reacción de los políticos no es la de ponerse de acuerdo para ver la forma de solucionarlo, sino gritar para ver quién tiene la culpa, o más culpa. Mientras los cayucos siguen llegando todos los días a las playas, el PSOE dice que ese es un asunto del gobierno de Canarias (que preside su antiguo aliado, Clavijo), este acusa al gobierno de deslealtad y de decir digo donde antes dijo Diego, y el PP busca, como siempre, la manera de erosionar a Sánchez y vota en contra de la ley de extranjería. La crisis humanitaria se mezcla con el fango espeso de la política y ahí siempre salen perdiendo los mismos: los más débiles, sean los ciudadanos del archipiélago o los miles de seres humanos que se hacinan en los centros de acogida.

La Coalición Canaria que lidera Clavijo ha amenazado con retirarle al gobierno su único voto (el de Cristina Valido, sucesora de Ana Oramas) en el apoyo parlamentario, algo que ya hizo con la amnistía. La pelota, mientras tanto, sigue en alta mar.

*     *     *

El albatros errante (Diomedea exulans) es un ave marina procelariforme de la familia de las diomedeidas. Del extenso y muy numeroso grupo parlamentario de los albatros, es el de mayores dimensiones, el de mayor envergadura y el primero en ser descrito por los científicos.

Lo primero que llama la atención, naturalmente, es su tamaño. De punta a punta de las alas puede llegar a medir 3,60 metros. No hay ave voladora en el mundo que tenga mayor envergadura. Y lo segundo es su forma de vivir.

El albatros errante o viajero, que se casa muy jovencito y se suele emparejar para toda la vida, pasa la mayor parte de su existencia en alta mar. Su impresionante habilidad para el planeo hace que pueda permanecer en el aire, sin gastar apenas energía, durante días enteros. De vez en cuando, si el estado de la mar lo permite, baja a la superficie del agua, se alimenta si a bien lo tiene, descansa si está cansado, duerme si tiene sueño y luego vuelve a las alturas.

¿Hacia dónde va el albatros? Ah, pues eso nunca se sabe. Depende del viento. Si pilla los alisios que soplan de la izquierda, pues a la izquierda. Si pilla los contralisios que soplan de la derecha, pues a la derecha. Eso a él le importa poco. Si pilla los mistrales, o los levantes, o los lebeches que pueden llevarle hasta el Senado, pues mira qué bien. Lo que le importa es seguir en el aire, pescar de vez en cuando y, cada cierto tiempo, regresar a las islas (antárticas o subantárticas) donde tiene su nido y donde espera su pareja, no sin paciencia.

Es difícil ser albatros, hay que admitirlo. Y también solitario. Pero una vez que lo consigues, lo importante es mantenerse en el aire.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.