Hace poco más de un año, a finales de enero de 2023, un vecino que estaba paseando por la costa del municipio pontevedrés de Oia, de apenas 3.000 habitantes, encontró en unas rocas una pequeña botella de whisky que le llamó la atención. El envase iba recubierto de un producto especial para protegerlo de los golpes y en su exterior se podía ver un billete de dos dólares convenientemente plastificado. Picado por la curiosidad, Secundino Vicente decidió abrir la botella y su sorpresa fue mayúscula al descubrir que aquel pequeño frasco llevaba navegando desde marzo de 2020 y que su largo viaje había comenzado nada menos que en Florida, en Estados Unidos, a unos 6.500 kilómetros del litoral gallego.
Eso decía el mensaje que encontró en su interior, que también contenía otros dos dólares y un tubo de plástico transparente de unos cinco centímetros de largo cuyos extremos estaban cerrados por sendos tapones. El asombro de Secundino alcanzó el grado máximo al comprobar que el contenido del tubito eran parte de las cenizas de un surfista norteamericano que había fallecido ocho años atrás, en 2015, mientras practicaba su deporte preferido. El difunto se llamaba Paul Nichols y tenía solo 35 años cuando encontró la muerte. Su cuerpo fue incinerado y el padre del deportista se encargó de meter las cenizas en varias decenas de botellas similares a la que llegó a Galicia después de cruzar el Atlántico desde Cabo Cañaveral, que fue el punto exacto desde el que se arrojaron al mar los recipientes.
El mensaje que halló Secundino dentro del envase detallaba varios de los deseos que había expresado Paul antes de morir. Así, la nota, escrita en inglés, explicaba que los dos dólares eran “para que quien encuentre este mensaje se tome una cerveza a mi salud en un bar de playa”. Otra de las peticiones realizadas a quien encontrase la botella consistía en que esta, en la medida de lo posible, fuese llevada a un bar “para ser un simpático fantasma de chiringuito con el que se puedan hacer fotos”. El último mensaje pedía al receptor que se pusiese en contacto con su hermana a través de una dirección concreta, todo con la siguiente indicación: “Cuénteselo a mi hermana y a mi madre. Ellas le dirán a mi hija Zoe que yo sigo surfeando por el mundo”.
Dicho y hecho. Secundino cumplió todos los deseos del difunto e incluso se tomó una cerveza a su salud, como pedía Paul, en compañía del responsable de la famosa Tapería A Camboa, que es donde se exhibe desde hace meses la botella que trasladó las cenizas del surfista desde Cabo Cañaveral. Se trata de un enclave que a Paul, seguro, le hubiese encantado, porque este restaurante de Oia cuenta con unas vistas impresionantes sobre el mar y en su extensa clientela no faltan los amantes del surf. El “simpático fantasma de chiringuito” no podría haber encontrado mejor sitio para pasar la eternidad.
"Nunca pensamos que las cenizas cruzarían el Atlántico"
Ahora, pasados casi quince meses desde el hallazgo del peculiar ‘féretro’ de Paul Nichols en la costa de Oia, la curiosa historia de este surfista empedernido acaba de sumar un nuevo capítulo con la llegada a Galicia de su hermana, que estaba deseando conocer los lejanos parajes que ‘eligió’ la botella para poner fin a su largo viaje desde Estados Unidos. Emmalee Nichols y su marido, residentes en Norteamérica, se encuentran desde hace unos días recorriendo todos los lugares de Oia que guardan relación con la historia de Paul, desde el enclave exacto donde fue encontrado el recipiente hasta la tapería desde la que el fantasma del ‘sufer’ vigila las olas y otea el horizonte.
En unas declaraciones realizadas a Telemariñas, la familia del fallecido ha confesado sentirse muy emocionada con todo lo ocurrido: “Nunca pensamos que las cenizas de mi hermano cruzarían el Atlántico. No tenemos más que palabras de agradecimiento a todo el mundo, sobre todo a Secundino, que fue quien encontró la botella”.
La historia de Paul tendrá, seguro, nuevos e interesantes capítulos, pero ahora toca alzar las jarras de cerveza y brindar por él y por el surf. Por supuesto, mirando al mar.