Isabel Bonig se llama la nueva Margaret Thatcher del PP. Así lo aseguran sus fieles y seguidores. Tiene 44 años, es abogada y milita en la formación conservadora desde hace dos décadas. Ahora es la líder regional del PP en la Comunidad Valenciana. Tiene las ideas muy claras, no rehúye el choque ideológico y no le asusta llamar a las cosas por su nombre. Actúa sin complejos. Algunos de sus colaboradores la señalan como la más firme heredera del papel que ha representado Esperanza Aguirre, pero sin problemas añadidos. Ambiciones de salto a la política nacional, las justas.
Este verano, tras el batacazo de las autonómicas y locales, sucedió a Alberto Fabra al frente de la organización en la comunidad levantina. Un cambio radical. De 'míster dudas' a 'miss pitbull', como dicen en la zona. El fin de semana pasado, Mariano Rajoy acudió a Valencia para respaldar a la nueva líder, algo que no hizo con Fabra en sus cuatro años de mandato. Un gesto que no pasó inadvertido y del que tomaron nota todos los cabecillas locales del partido, acostumbrados a zancadillear al presidente depuesto dada su escasa conexión con Madrid. Fabra era demasiado blando para una organización erizada de puñales, insidias y venganzas. Ahora ocupa su tiempo en las templadas sesiones del Senado, sin voluntad de relevancia alguna y obsesionado en huir de los medios.
La complicación de Madrid
Rajoy le ha encargado a Bonig recuperar la potencia del PP en esa demarcación clave. Le ha dado manos libres para hacer las listas, para renovar la estructura y para darle la vuelta a la formación sin consultar con Madrid. Fe ciega en la nueva dirigente. El PP necesita resucitar apoyos de cara a las generales. Bonig, bien amparada y respaldada desde Madrid, se ha puesto manos a la obra y ha emprendido la puesta en marcha de un proceso de renovación tranquila, imprescindible de cara a las urnas. Valencia, donde el PP tiene un horizonte oscuro, según una encuesta de 'El País' que coloca a Ciudadanos como el partido más votado, es el banco de pruebas perfecto para abordar luego procesos similares en otros territorios. Madrid resulta más complicado por el perfil de los protagonistas, Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. Bonig promueve en estas fechas una prudente transición hacia una derecha clásica y abierta, sin ataduras con la molicie y las corruptelas del pasado, y con refuerzos importantes para abordar la cita de diciembre.
Sea cual fuere el resultado del 20D, el PP abordará a primeros del año próximo un congreso fundamental para el futuro del partido. Habrá drásticos relevos al frente de casi todas las estructuras regionales, y se pretende dar un vuelco en las primeras líneas de responsabilidad.
Control de las riendas
El aterrizaje de Bonig en territorio tan convulso ha sido un empeño de determinación y mano izquierda. Ha conseguido, al menos hasta el momento, controlar las riendas de todas las familias que sobreviven en la formación, desde viejos zaplanistas a exfieles de Camps y algún que otro fabrista, ya en extinción. Ha mantenido a la tropa alineada en una misma dirección, sin demasiados ruidos ni estridencias, sin choques ni disputas. Es cierto que quienes más problemas podrían plantearle están imputados o apartados de la actividad. Pero no era misión sencilla recuperar la unidad en una de las demarcaciones más envenenadas del PP.
Sea cual fuere el resultado del 20D, el PP abordará a primeros del año próximo un congreso fundamental para el futuro del partido
Al mismo tiempo, mantiene un pulso nada sencillo con Ciudadanos, que también aspira a una preponderancia en una zona donde el PP ha controlado el Gobierno desde hace 20 años. Carolina Punset, jefa de filas del partido naranja en la demarcación, libra un pulso estimulante con Bonig. Mujer contra mujer en el centro derecha levantino. Una pugna que moviliza pasiones, adhesiones y discusiones. La líder del PP ha de controlar su punch, que es potente, para no crearle problemas a Moncloa con Ciudadanos en el caso de que sean necesarios para urdir pactos en el futuro. La semana pasada se dirimió un acalorado debate en el Parlamento regional en el que Bonig y Punset lograron noquear a un Ximo Puig cada día más desvaído atribulado y desvaído. El presidente valenciano no consigue encontrar su sitio.
La Comunidad Valenciana es uno de los territorios clave del Partido Popular. Representa entre el 13 y el 15 por ciento de los votos en unas generales. Es un vivero tradicional de militantes y, hasta hace no tanto, una de sus fuentes de financiación. También ha sido el escenario de mayor corrupción por metro cuadrado. El escándalo Gürtel ha pasado una factura muy severa al PP. En las elecciones de mayo perdió 600.000 votos y 24 escaños. Un cataclismo.
Salir de ese agujero, recuperar la Comunidad es fundamental para el PP y para Rajoy. Bonig cuenta con las bendiciones de Rajoy, el apoyo de Cospedal (si es que ahora eso sirve de algo), la neutralidad de Moragas, cierta simpatía de Arenas y la complicidad estridente de Rita Barberá, una relación peligrosa pero de enorme utilidad desde su nueva atalaya en el Senado en Madrid. El proceso se ha puesto en marcha. El PP, enredado ahora en el fárrago vasco, con una Arancha Quiroga en fase de capitulación, necesita recuperar Valencia. Volver a los viejos tiempos de mítines abrumadores y plazas de toros a reventar.