"Todo esto es vomitivo, es de vergüenza". Mariano Rajoy mostraba su faz menos habitual. La de la irritación desbordada. Su tradicional displicencia se había evaporado. Hablaba con un reducido grupo de colaboradores quedo pero firme, sobre los diez días que han conmocionado al partido hasta dejarlo a dos centímetros del K.O.
La campaña había quedado triturada, justo cuando todo iba sobre ruedas. Los datos del desempleo, el crecimiento, el respaldo europeo, los problemas del PSOE, la no-investidura de Susana Díaz, los desfiles de Griñán y Chaves por las alfombras del Supremo. Hasta que, de repente, alguien golpeó en la puerta del domicilio de Rato y no era el lechero. Ni siquiera era de madrugada. A las cinco de tarde, en pleno barrio de Salamanca de un Madrid bullicioso y primaveral, uno grupo de individuos con inexplicables camisas a cuadros y chalecos con la inscripción Agencia Tributaria Aduanas procedían al registro de la vivienda de quien fuera el poderoso vicepresidente de José María Aznar y tótem apócrifo del denominado 'milagro económico' de la derecha. A las 20,15 horas, minutos antes de los telediarios de la noche, Rato salía de casa, detenido. Ante un despliegue de televisiones digno de un briefing de Moruiño, se produce la expresiva fotografía de una ruda mano policial sobre el arrogante cogote. El público se arremolinaba ante la escena. ¿Y qué hacen los de aduanas en pleno centro de Madrid? ¿Será un contrabandista de tabaco? No era ni la Guardia Civil ni la Policía Nacional. Ni siquiera el ministro del Interior había sido informado. La fiscal general del Estado, casi de casualidad.
El principio del cataclismo
Lo que arrancó como una sacudida, nada más publicarse la exclusiva de Vozpópuli sobre la amnistía fiscal y la investigación de blanqueo, se transformaba, súbitamente, en un terremoto. Todo se ha hecho mal, comentan en el entorno del presidente. Dislocado, disparato y chapucero, rumian en el partido. "Todo esto es vomitivo", sentencia Rajoy. La rocambolesca detención del augusto ex director del FMI no sobrevino por ensalmo en horas veinticuatro. Rato estaba siendo investigado, tanto por Hacienda como por Economía (con sus agencias Onig y Sepblac, respectivamente) desde que tuvo la fatal ocurrencia de acogerse a la torpe aministía fiscal habilitada por Cristóbal Montoro. Meses y meses de seguimiento. A él y a otros 714.
Militantes y candidatos 'populares' asisten atónitos al enrabietado revuelo. Los grandes jefes de Madrid acuchillándose y las urnas cada vez más cerca
El libreto de esta función en varios actos ha sido un galimatías delirante. Una suerte de danza espasmódica y ebria, un irrefrenable descontrol. Ni el Gobierno ni el partido han atinado a reaccionar ante la hecatombe como se debía. No ha habido un discurso coherente o unívoco. Ni talento para desarrollarlo. Todo lo contrario. Una merienda de negros en familia. Puñaladas de entrecasa. Todos contra todos a la busca del filtrador, del culpable, del gran Judas. En Génova y Moncloa los dedos acusadores no encontraban reposo. Guindos, Montoro, Soraya...Y sus respectivas 'armas operativas': Agencia Tributaria, CNI, Sepblac. Y así sucesivamente. En curiosa entrevista en las mañanas de Onda Cero, (donde ahora se le da cera al Gobierno), el titular de Economía apuntaba sin disimulos a la Fiscalía Anticorrupción, el negociado de un gran amigo de Conde Pumpido, el jefe Linares, que ahí sigue, controlando los destinos políticos de media España. Ruiz Gallardón le renovó en el cargo hace un año y medio.
Campaña desportillada
Militantes y candidatos populares asisten atónitos al enrabietado revuelo. Los grandes jefes de Madrid acuchillándose y las urnas cada vez más cerca. Se suspenden mítines, se evitan comparecencias ante la prensa, se esquivan debates. "La campaña está rota", murmura Rajoy, indignado con la impresentable reacción de sus jefes de filas, con el navajeo intramuros. Este espectáculo de descontrol y desconcierto entre sus centuriones, le ha sacado de sus casillas. Nadie controla nada. Los 'hombres de Harrelson' de la Agencia Tributaria, por un lado. Los del servicio de blanqueo de capitales, por otro. La fiscal general del Estado, en la inopia. La Fiscalía de Madrid, reclutada a deshoras. Y la Anticorrupción, en el centro del bochinche. Nada está en su sitio, nada funciona como debe. El espectáculo es grotesco y la situación, desesperada. Instancias, despachos, departamentos, negociados de la Administración, cada una funcionando por su lado. "Le hemos regalado a la oposición un bazoca para que nos vuele la cabeza a dos días de las elecciones", comenta un asesor presidencia. La corrupción, finalmente, va a pasar factura, insisten. Se miró hacia un lado en el asunto Bárcenas. Ahora se ha querido reaccionar ante lo de Rato. Pero sin orden ni concierto, a palmetazos y sacudidas. Sin estrategia ni guión.
Los augures desinformados dan por hecho el manoseado cambio en el cartel del PP para las generales de noviembre
Guerra de sucesión
El pasado domingo, en campaña por tierras mediterráneas, el presidente ofrece una imagen triste y abatida. Carlos Floriano, jefe da la campaña, le anima a pasear por las calles de Benidorm, territorio propio, hormigueo de pensionistas madrileños, gente de orden, tranquila y espantada de izquierdas. Le aplauden, le hablan. Alguien, veterano dirigente 'pepero' de la zona, le interroga: "Presidente, ¿por qué siempre detienen a los nuestros?". No hay respuesta. Eso quisiera saber él. Matas, Fabra, Bárcenas, Granados... Siempre caen del mismo lado. Y ahora, lo de Rato. Y lo de Trillo. Se hunde la "era Aznar", el brillante pasado de un partido que ignora si aguantará la embestida del 24-M.
La vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, unos días después, aparece en un vídeo indiscreto marcándose unas rumbitas en una esquifida caseta de la feria sevillana. Entre el aspecto de caballero de la triste figura de Rajoy en Alicante y el garboso jaraneo de la 'vice' en el Real hispalense han pasado sólo unos días. Material para el chismerío de la chusma. La inestable algarabía que palpita en los despachos del PP alienta un nuevo episodio de la guerra de sucesión entre Santamaría y Cospedal. La secretaria general había sido, como siempre, la primera en saltar: "Rato no es militante del PP". Luego, incurrió en el desliz de 'saquear España' y optó por la prudencia. El duelo de damas ha despertado de nuevo de su letargo. Moncloa dispara primero. Tiene a los medios y a los espías, como dicen en Génova.
Los augures desinformados dan por hecho el manoseado cambio en el cartel del PP para las generales de noviembre, caso de estropicio en las autonómicas. La frase más manoseada del momento en el hashtag de la política madrileña es: "Mariano no será el candidato". Y miran hacia Galicia o a Moncloa. Poco se detienen en Toledo, donde Cospedal, como número dos del partido, tendría la manija en el caso de un Congreso extraordinario. Un detalle que a muchos se les escapa porque se pasan el tiempo urdiendo añagazas sobre el esposo empresario de la presidenta castellano-manchega. La inestabilidad se ha apoderado de la situación. La batuta permanece inerme. No hay signos de reacción.