Los ministros más próximos a Rajoy, los que integran el denominado G-7, han conseguido convencerle de que es preciso modificar muchas cosas en el día a día de la acción del Ejecutivo. Y la primera, poner coto a los superpoderes de la vicepresidenta, hasta ahora auténtico factótum de la Moncloa. Después de un goteo permanente que ha durado meses, el presidente ha modulado algunas de sus actuaciones, según confiesan a este periódico al menos dos ministros del restringido club del Ejecutivo. Rajoy ha empezado a cortarle el vuelo a su vicepresidenta. Asuntos importantes como el reparto de licencias de televisión ha decidido asumirlos en persona. Incluso ya no es Santamaría la interlocutora principal con quien estudia la reforma que piensa llevar a cabo en el Gobierno tras el revés del 24-M.
La irritación del G-7 para con la vicepresidenta ha crecido en forma notable en los últimos meses. Le reprochan su gestión personalista, el no consultar con nadie algunas decisiones e a otros afectan, el ignorar a sus compañeros de Gabinete. También murmuran sobre el grupúsculo que tiene montado en Moncloa con sus más fieles colaboradores, los ministros Montoro, Báñez y hasta Alonso, quien sustituyó en Sanidad a Ana Mato. Y, por supuesto, en esa gavilla se incluyen también a los famosos 'sorayos', esa segunda línea de abogados del Estado, con los hermanos Nadal a la cabeza o el insustituible Pérez Renovales, 'eficaz y multiusos', como dicen en Presidencia. Y no se olvida que bajo el área de Santamaría se encuentra el Centro Nacional de Inteligencia, el CNI, cuyo manejo ha despertado algunas sospechas y no pocas quejas entre alguno de los ministros del mentado grupo. Medios, espías, el BOE... Los superpoderes de Sáenz de Santamaría han sido, de acuerdo con estos críticos, una irregularidad, algo heterodoxo, que tocaba arreglar.
Catalá es posiblemente uno de los miembros del Gobierno menos valorado por la vicepresidenta, incluso en comentarios nada privados
El presidente ha venido escuchando en las últimas semanas, con enorme interés, los comentarios de sus ministros más fieles, los denominados miembros del G-5. Inicialmente formado por García-Margallo, José Manuel Soria, Ana Pastor, Jorge Fernández Díaz y Miguel Arias Cañete, la sociedad ha crecido. En los ambientes políticos se les denomina ahora el G-7. Cañete ha causado baja al incorporarse a la comisaría europea y se han incorporado Isabel García Tejerina, su sucesora en Agricultura, Pedro Morenés, ministro de Defensa y Rafael Catalá, titular de Justicia y protegido de Pastor. Catalá es posiblemente uno de los miembros del Gobierno menos valorado por la vicepresidenta, incluso en comentarios nada privados.
Cenas y excursiones
No son los siete magníficos pero sí son los imprescindibles del Gabinete, los mejores amigos del presidente. Cuando eran el G-5, organizaban cenas y excursiones de fin de semana, generalmente acompañados de maridos y esposas, y 'conspiraban' relajadamente en un ambiente de relativa amistad. Pastor, Margallo, Fernández y Soria conversan frecuentemente con Rajoy sobre asuntos no necesariamente relacionados con sus responsabilidades. Tejerina se ha sumado al grupo de la mano de su protector, Cañete, quien está ahora alejado dadas sus ocupaciones en Bruselas. Morenés, veterano en el Ejecutivo desde la primera hora, ha sido finalmente admitido en el club, no sin enormes reticencias. Se le concedió el 'carnet de socio' tras la abdicación del rey, auténtico valedor de su ingreso en el Ejecutivo como titular de Defensa.
El asunto más debatido
La preponderancia política de la vicepresidenta era uno de los temas habituales en estas conversaciones informales, que fueron subiendo de tono, hasta que llegaron a los oídos del presidente. Las quejas iban siempre en la misma dirección. Soraya sólo se preocupa de su perfil, ha hecho grandes favores a algunos medios con este único objetivo, no ha mirado por el presidente, ni por el el Gobierno, ni por el partido.... Estas quejas empezaron a menudear no sólo en el gobierno y en el PP, sino que se hicieron frecuentes en los medios y en los chascarrillos de salón. Rebajar el poder de Soraya era el objetivo. Rajoy, sin embargo, no atendía estas críticas, pese a que llegaban de su gente de mayor confianza. La vicepresidenta era figura indiscutible, imprescindible e insoslayable en el funcionamiento diario del presidente.
La imagen del Gobierno se hundía y la de Rajoy caía al subsótano mientras la vicepresidenta aparecía siempre a la cabeza de los sondeos. Un detalle que le llamaba la atención de Rajoy. Algunos ministros se quemaban mientras Santamaría cosechaba aplausos. La fría asepsia de la vicepresidenta en sus comparecencias semanales en asuntos incómodos o ingratos para el Ejecutivo era otro de los comentarios más frecuentes de los ministros 'marianistas'. Se quejaban de que parecía ajena al Gabinete en temas que a todos afectaban. Incluso le reprochaban haber tomado distancia para con su fiel Montoro con motivo de la frustrante aparición de su reforma fiscal, mal vendida y peor encajada.
La fría asepsia de la vicepresidenta en sus comparecencias semanales en asuntos incómodos o ingratos para el Ejecutivo era otro de los comentarios más frecuentes de los ministros 'marianistas'
La guerra más abierta
La vicepresidenta iba asentando su poder mientras crecía la enemiga de ese club del presidente y del propio partido. El pulso con Cospedal con motivo de la designación del presidente del partido en Andalucía resultó incendiario. El pulso subió de tono con motivo de la detención de Rodrigo Rato y la filtración de sus dineros en Suiza. Hubo cruce de mandobles y acusaciones entre Moncloa y Génova sin apenas disimulos. Hace unos días, con motivo del batacazo electoral de las municipales, se revivieron esas trifulcas. Esta vez los 'azumuts' salían de Moncloa contra la perjudicada Cospedal, quien telefoneó a Rajoy para mostrarle su hartazgo con este fuego nada amigo y perfectamente identificado. La vicepresidenta, entonces, compareció ante los medios para dedicarle un corrosivo elogio a la labor de la secretaria general.
Rajoy ha tomado el timón, tanto de la relación con los grupos de comunicación como con la línea general de los complicados pactos postelectorales. Pero no prescindirá ni de Santamaría ni de Cospedal, pese a las versiones que han circulado en estos últimos días. El presidente salió muy tocado de la noche electoral. No se esperaba el presidente un resultado tan negativo. Está preocupado por las generales de noviembre, aunque también se muestra convencido de que el PP se impondrá en las cruciales urnas. Nadie espera que los cambios anunciados para antes del verano sean de importancia o de calado. En el Ejecutivo, sustituir al ministro Wert, rumbo a París, donde trabajará junto a su futura esposa. Y en el partido, todos hablan de darle más cancha al joven Pablo Casado, aznarista y experto en comunicación y redes. Quizás haya algunas sorpresas.
El cambio más apreciable a partir de ahora será la actitud del presidente hacia su mano derecha en la Moncloa. Santamaría, que "aspiraba a todo y más", según un destacado ministro del G-7, encantado ahora con la 'caída del guindo' de Rajoy, va a perder relevancia y hasta cotas de poder. "Ya no va a ser la Fernández de la Vega de Zapatero", dice la misma fuente. "Ha actuado con escasa prudencia, ha cosechado demasiados enemigos y Rajoy la pondrá en su sitio. En ello está", asegura a este periódico el mencionado ministro. Nada drástico, nada dramático, pero sí algo sutil que sin duda tendrá repercusión en algunos frentes. Ya hay grupos mediáticos que lo están notando.