"Llegó el momento de contemplarlo. Desde lejos centré mis ojos en el edificio. Me pareció una especie de mamotreto arquitectónico, de esos que se encuentran en países que han estado dominados por los comunistas. Gris, todo gris; cemento, todo cemento; hierro, mucho hierro". Estas palabras fueron escritas por Mario Conde en su libro Memorias de un preso (Martínez Roca, 2009), en el que relata su estancia en la prisión de Alcalá-Meco desde 1994 –año en que sólo estuvo un mes encarcelado– hasta su puesta en libertad en 2008. Quizá alguien, guiado por la ágil prosa de Conde, crea que tarde o temprano el exbanquero escribirá de nuevo sobre ese otro "monasterio de oscuridad" que es ahora su nuevo hogar, la prisión de Soto de Real. Pero si sucediera tal cosa, tranquilidad. El grueso de los recuerdos carcelarios de Conde son una "exageración" literaria, tal y como revelan fuentes cercanas a este diario conocedoras del mundo penitenciario.
Conde disfrutaba de una media de seis vis a vis al mes, aunque las fuentes consultadas por este diario testifican que la cantidad podría llegar a ser superior
El paso de Conde por la prisión de Alcalá-Meco no fue como el expresidente de Banesto trató de hacer creer a sus lectores. Para empezar, según relatan dichas fuentes, Conde "exagera constantemente" (por sus dramáticas referencias al frío, más que habitando una cárcel madrileña parece estar reviviendo la experiencia de Solzhenitsyn en los campos de trabajo siberianos) y tamiza su verdadera relación con el director de la cárcel, Jesús Calvo, que le colmaba de privilegios que granjearon el malestar entre el resto de presos y funcionarios de la prisión.
Aunque en descargo de Conde hay que precisar que, desde la primera página del libro, habla maravillas de Calvo, a quien llama "gran director de prisiones" y "excelente persona". "No le querían", exponen estas fuentes a Vozpópuli, “ni los funcionarios ni los presos”. Los primeros tenían que tratarle bien por orden de Calvo, que era "cercano a Conde", mientras que los segundos estaban molestos por el trato de favor recibido del director de la prisión, que en 2004 fue destituido por favorecer a Conde durante su estancia entre rejas. Pese a ello, puntualizan estas fuentes, "los presos no le temían", sino que “le respetaban por su posición y por lo que había hecho fuera". "No todos los días un personaje como Mario Conde llega a Alcalá-Meco", dice de sí mismo al comienzo de su libro.
Entre los privilegios de los que disfrutaba Conde estaba el tener una celda para él solo, mientras que todos los demás presos –salvo los considerados peligrosos y los etarras– la compartían, la opción de realizar múltiples llamadas telefónicas, estar destinado en el módulo de Ingresos –donde solo vivían las personas que esperaban un destino o tenían un trabajo que no estaban dispuestas a perder por enfrentarse a un protegido del director– y un trato favorable desde las instituciones –la junta de tratamiento aprobó su tercer grado, más tarde rechazado, tras llevar solo unos meses en prisión–. Además, Conde disfrutaba de "varios vis a vis todas las semanas", relatan las fuentes a este diario. En la prisión de Alcalá Meco los vis a vis familiares tienen lugar en una sala común, al contrario que en otras prisiones, en las que se llevan a cabo en habitaciones separadas. La razón del malestar de los convictos con el exbanquero era que habitualmente se le veía disfrutar de los privilegios del vis a vis familiar frente al resto de presos, que tenían solo uno al mes, además de los conyugales de los que disfrutaba el exbanquero. Según la sentencia de la destitución de Calvo, Conde disfrutaba de una media de seis vis a vis al mes, aunque las fuentes consultadas por este diario testifican que la cantidad podría llegar a ser superior. Pero Calvo no era el único 'padrino' de Conde en Alcalá-Meco. Arturo Romaní, exvicepresidente de Banesto, llevaba ya una temporada entre rejas cuando Conde traspasó la puerta de la cárcel. Fue él quien le hizo de cicerone en prisión y quien, por ejemplo, le proporcionó un televisor el primer día, algo que los presos conseguían solo a través del economato de la prisión.
"Inteligente, pero soberbio"
En 1998 Jesús Calvo solicitó el tercer grado penitenciario para Conde, algo que se aprobó unos meses después por la Junta de tratamiento con los votos a favor de seis de sus integrantes, incluido Calvo, y los votos en contra de la psicóloga y el jurista de la prisión. La psicóloga de Alcalá-Meco se opuso a esta medida y describió a Conde como una persona "inteligente y manipuladora", con un "acentuado narcisismo" y poseedor de “un hábil y seductor manejo de las relaciones interpersonales”, algo que las fuentes con las que ha contactado este periódico suscriben por completo: “Se trata de una persona muy inteligente, pero con mucha soberbia”; y eso, añaden, le situaba en una posición diferente a la de otros ‘presos famosos’, como Ruiz Mateos o Jesús Gil (hoy serían Díaz Ferrán o Luis Bárcenas), que según relatan estas fuentes eran muy queridos por los convictos por su cordialidad y campechanía, afecto que, puntualizan, no se tenía hacia Conde. En su libro, el exbanquero trata de igualarse moralmente con el resto de compañeros de cautiverio –“a fin de cuentas, cualquiera que fuera tu posición en el otro mundo, cuando estás dentro eres preso”, escribe-, pero bajo esa retórica igualitarista subyace su soberbia de hombre cultivado, casi como de ‘ser superior’.
"Era distante", relatan las fuentes consultadas, "prefería caminar solo o quedarse en su celda leyendo", aunque precisan que "no era fardón"
"Era distante", relatan las fuentes consultadas, "prefería caminar solo o quedarse en su celda leyendo". Aunque precisan que “no era fardón”, su situación en la cárcel y su destino en el módulo de Ingresos le hacían llevar una vida un poco apartada del resto de presos (“desde el primer momento comprendí que lo importante allí dentro era sobrevivir", relata en sus memorias). Conde hizo en prisión dos amigos, como él mismo cuenta: Juan Asensio y Emilio el Gitano. "Algunos machacas se suelen pegar a gente importante", detallan las fuentes, gente que tienen recursos dentro y fuera, con la esperanza de que les beneficien en prisión y una vez salgan de ella.
Mario Conde entró con medio millón de pesetas en prisión (en el libro lo cuenta como si llevar encima tanto dinero fuera algo normal, como las perchas, el flexo y la manta que le mandaba su mujer). Pese a esto, la condición de 'preso famoso' de Mario Conde le supuso ser víctima de una estratagema planeada por dos personas de ingresos, recién internados en la cárcel, que quisieron tomar unas fotos para la revista Interviú y que fueron pillados por el personal del centro. Según relatan fuentes conocedoras del caso, la novia de uno de los internos intentó introducir una cámara Polaroid durante un vis a vis con el fin de tomar unas imágenes de Conde en el interior de la prisión, una acción que fracasó estrepitosamente, tal y como ha podido saber este periódico.
¿Un preso de vida espartana?
En su libro Conde hace de la frugalidad virtud. Más allá de las prendas de calidad que le enviaba su familia y el (muchísimo) dinero en su cuenta carcelaria, el exbanquero se veía a sí mismo como un preso de costumbres monacales, sumido más en sus cavilaciones espirituales que en las premuras materiales. En un artículo publicado por El Mundo en 2002, que cita documentos inéditos del paso de Conde por prisión, se da cuenta del austero menú consumido en su 50 cumpleaños: "El vino y el champagne fueron sustituidos por agua mineral, la tarta por unos bizcochos comprados a través del economato de la prisión, las velas por la luz mortecina de un halógeno del techo, y mi familia por un chaval que cumple destino conmigo en el mismo almacén". Sin embargo, las fuentes consultadas aseguran que en prisión uno puede comer manjares como gulas o cigalas sin el más mínimo problema, beber el mejor whisky o paladear excelentes vinos sin problemas, siempre que se cuente, claro, con el dinero para pagarlo, detalle que con medio millón de pesetas en el bolsillo no debió de suponer obstáculo alguno para el expresidente de Banesto.
Asimismo, en el citado artículo se recogía el relato de Conde en el que aseguraba haber visto "desangrarse en una camilla a un muchacho que se cortó el cuello y la femoral, mientras los presos que vigilan la enfermería sentían repugnancia a ayudarle porque su sangre, posiblemente infectada de sida, podía contaminar la suya". También decía haber visto "extraer del ano de uno de los internos un condón, en cuyo interior, apretados con increíble fuerza, se encontraban tres estiletes de unos 20 centímetros de largo cada uno, destinados a ser instrumentos adecuados para un ajuste de cuentas con un grupo disidente de su mismo módulo". Relatos ambos que, tal y como aseguran las fuentes consultadas, "son exagerados". En realidad allí, explican, casi todo el mundo tenía sida y en el módulo en el que residía el exbanquero ese tipo de situaciones tan brutales no se vivían. Estos recuerdos y los que aparecen en el libro bien podrían pertenecer a dos Conde distintos. En la obra, a lo máximo que llega el exbanquero es a especular –casi cinematográficamente– con el ‘momento ducha’. Es llamativo que en esas partes del libro, Conde cambie la primera persona y su propia experiencia por el "me contaban", el "tal vez" o "el propósito parecía muy claro". Y es que, según relatan las fuentes, en las duchas donde se duchaba Conde "no sucedía nada".
Vida cómoda en Soto del Real
Han pasado más de 20 años. Lejos queda ya su "Moraleja de Meco", como la definía irónicamente el exbanquero. Hoy, Mario Conde duerme en el módulo 10 de la cárcel de Soto del Real (la Audiencia ha ratificado este viernes la prisión incondicional), un módulo que según explican las fuentes a Vozpópuli, contiene una estancia "comodísima" dentro de lo que es un centro penitenciario. "Es algo así como un módulo de respeto", en el que los convictos pueden llevar una vida tranquila. Además el exbanquero ha sido designado como bibliotecario, un puesto que según relatan a este diario es lógico debido a su pasado en prisión y a sus estudios. Desde ese cargo, Conde podrá llevar una vida muy tranquila, realizando su trabajo desde su celda o en los patios de la prisión, aunque sin más privilegios que el resto, una situación muy diferente a la de su anterior presidio. Los años 90 acabaron definitivamente para el preso Mario Conde. O no...