Si lo que hablaron en Barajas el ministro Ábalos y la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez "es un secreto", la comparecencia este lunes en el Congreso del titular de Interior Fernando Grande-Marlaska no ayudará a desvelarlo. En multitud de ocasiones los grupos parlamentarios trataron sin éxito de que el máximo jefe de la Policía arrojase luz sobre un capítulo al que se le han sucedido las versiones sin que ninguna de ellas aclare, entre otras cosas, qué se trató en aquel avión.
El ministro del Interior se dejó para el final -al filo de las 21.00 horas, la del Telediario- su respuesta a esta cuestión tras cuatro horas de sesión: "Me faltaba hablar del 'Delcygate', ¿no?. Esta señora tenía prohibido entrar en Schengen. La Policía sabe que esa persona no podía entrar y esa persona no entró. Lo podemos decir por activa y por pasiva, pero esa es la única cuestión". Fin.
Casi todas las cuestiones relacionadas con la entrevista entre el ministro Ábalos y la vicepresidenta venezolana se quedaron sin respuesta. Eso a pesar del consejo del portavoz de Ciudadanos, el policía Pablo Cambronero, que le aconsejó decir la verdad porque al final todo se sabe. Pero no hubo suerte. "Hemos resuelto casi 60.000 expedientes de asilo, ustedes que hablan tanto de Venezuela", deslizó el ministro en su respuesta a otro tema.
La reedición de la actividad en el Congreso de los Diputados no ha variado la tendencia a alargar hasta la extenuación las comisiones parlamentarias. La Cámara Baja ha visto llegar la nueva política, el fin del bipartidismo, un Gobierno de coalición y hasta toreros en el hemiciclo, pero habrá que seguir esperando a que los diputados cumplan la promesa de ser breves en sus intervenciones. La primera comparecencia de la legislatura del ministro del Interior se celebró en la misma sala en la que durante toda la mañana y parte de la tarde lo hizo durante cuatro horas su homólogo de Justicia, Juan Carlos Campo.
"¿Llamó usted al comisario de Barajas?"
Casi se solaparon la defensa de la reforma del Código Penal para rebajar el delito de sedición con la apuesta por fomentar los beneficios penitenciarios en las prisiones que prometió Grande-Marlaska. El titular de Interior también explicó que las concertinas en Ceuta y Melilla se sustituirán por vallas “un 30% más altas”. “Fronteras del siglo XXI, menos cruentas”, explicó antes de fijar, de paso, como una prioridad la derogación de la “fallida” Ley de Seguridad Ciudadana ('Ley Mordaza'). Por lo general, fue un repaso optimista a sus planes de futuro hasta que te le tocó el turno a los portavoces parlamentarios.
Uno tras otro le fue recordando al ministro las cuestiones que se le habían caído de su primera intervención: equiparación salarial, la cesión de las competencias de tráfico en Navarra, un posible acercamiento de los presos de ETA, la retirada de medallas al torturador ‘Billy El Niño’ (la portavoz del PP le rebautizó como “Willy”, como la ballena de la película), Villarejo y hasta el 1-O… pero sobre todo se le preguntó por el ‘Delcygate’. “¿Es el Gobierno español amigo de dictaduras?”, “¿cuándo se enteró de que venía?”, “¿llamó usted al comisario de Barajas?” “¿había escoltas en el Hotel Santo Mauro para la delegación venezolana?”... El portavoz de Junts per Catalunya se conformaba ya con una versión definitiva.
Grande-Marlaska, que hace menos de dos años se presentó en el mismo foro como un técnico, tardó exactamente 12 minutos en marcar perfil político con su primer dardo al PP. Les acusó del desamparo al que sometieron a las fuerzas de seguridad. La portavoz popular, Ana Vázquez -también policía- le tomó la matrícula y a la primera de cambio le recordó la noche en la que se fue a “tomar un mojito” cuando los disturbios incendiaban Barcelona. Lo hizo hurgando en la herida: felicitó a la exsecretaria de Estado Ana María Botella de no haberse sumado. Grande-Marlaska la cesó y ahora preside la Comisión de Interior.
Cambios en Interior
En su lugar -recordó la diputada del PP- el ministro ascendió a su jefe de gabinete, Rafael Martínez, la persona que le acompañaba esa noche. El nuevo secretario de Estado tomaba notas y arqueaba las cejas en señal de asombro al fondo de la sala. Botella, en cambio, mantenía hierática el gesto a 30 centímetros de su exjefe con el que mantuvo una relación con altos y bajos. Vox, que empezó por pedirle la dimisión al ministro, hurgó aún más y le pidió que explicase los cambios en su Ministerio. Tampoco hubo respuesta a esto.
En el capítulo de la miscelánea insistió en que la Guardia Civil no va a salir de Navarra. Negó haber acercado a 31 etarras al País Vasco y pidió dejar a las víctimas "tranquilas". Se despojó de la responsabilidad de haber trasladado a Cataluña a los presos del procés y delegó esa decisión en el Tribunal Supremo. Todos pasaron de puntillas sobre la violencia machista, pese a que este año apunta a cifra récord de asesinatos.