Prefiere hablar de "verdad" antes que de "relato" sobre el terrorismo de ETA. E intenta dibujar lo que ocurrió en dos libros publicados casi al mismo tiempo. Lourdes Pérez es la autora de Déjame que te cuente (Catarata), donde ofrece una suerte de crónica periodística personal sobre el terrorismo, y la coautora de Todos los futuros perdidos (Plaza y Janés), donde entrevista a Borja Sémper y Eduardo Madina.
De alguna manera, ambos libros son complementarios. Los dos hablan de qué fue el terror etarra y de cómo es todavía la huella indeleble en la sociedad del País Vasco. Ambos son obras periodísticas, "porque el periodismo es lo que yo sé hacer". Y lo que cambia es el punto de vista escogido: Déjame que te cuente está construido con los recuerdos y datos de una informadora que escribió más de lo que hubiera querido sobre ETA durante años en El Diario Vasco y en El Correo; y Todos los futuros perdidos es una larga entrevista de tres días que hurga en las vivencias de los dos políticos citados.
Las dos obras vieron la luz el pasado octubre, con motivo del décimo aniversario del final de ETA. La autora, subdirectora de Colpisa, explica en esta conversación con Vozpópuli que las propuestas de ambos libros le llegaron casi al mismo tiempo. En cuanto al libro de Sémper y Madina, no se lo pensó dos veces porque conocía a ambos y sabía que tenían muchas cosas que contar. Fueron 20 horas de conversación que también se filmaron para el documental Impuros. Pérez destaca la generosidad de los entrevistados, porque "les hice preguntas que forzaban sus límites, que hablaban de cosas muy íntimas y nada agradables". En el libro los dos protagonistas cuentan experiencias que nunca antes habían contado y hablan también, claro, de cómo se sintieron cuando la banda terrorista intentó asesinarles.
Cuando le propusieron la otra obra, esta informadora tampoco dudó. "Dije que sí porque me parecía una oportunidad y un deber de hacer memoria, para que se sepa lo que ocurrió y de la forma más fidedigna". Déjame que te cuente es una obra más personal, una suerte de memorias periodísticas porque "me pareció lo más honesto, lo más tangible e incontestable" puesto que "mi visión sobre cómo veo yo el drama de la violencia terrorista y sus consecuencias puede ser discutible pero lo irrebatible es que estuve allí como periodista".
Son dos libros para recordar cómo eran los años del terrorismo y también cómo fue final. ¿Con ellos quiere ayudar a construir el famoso relato? Sobre todo con Déjame que te cuente, que es más personal...
Quiero contar lo que yo he vivido y la verdad de lo que ocurrió, porque me preocupa más la verdad que el relato. Y también que quede fijado que la violencia, que exterminar a otro por pensar diferente, no puede tener cabida ni justificación ni ser exonerado penal ni moralmente. Escribo desde esa inquietud. Me perturba singularmente que tengo una sobrina de 7 años y qué le voy a contar cuando me pregunte. Quiero trasladarle un relato, como digo, en que quede claro que no hay justificación para arrebatar la vida a otro ser humano por la decisión sumaria de alguien que cree que defiende una causa. Pero tampoco quiero convertirme en alguien con un recordatorio tóxico: tengo una mochila como ciudadana y periodista y eso me deja un poso que me va a acompañar pero no me gustaría que mi sobrina y las nuevas generaciones carguen con esa mochila. Quiero que sea libre en una Euskadi libre. Déjame que te cuente quizás pueda valerle, porque cuando me pregunte le podré decir que lo lea.
Pregunta: En el epílogo de Todos los futuros perdidos usted habla de "los secretos ocultos" y "las ventanas cerradas" en Euskadi. Con Madina y Sémper usted bucea en esos silencios y ellos cuentan cosas que no habían contado antes. ¿Pero no le falta a la sociedad en su conjunto romper esos silencios y esos tabúes?
Respuesta: En Euskadi siguen existiendo muchos tabúes, muchas realidades que siguen sepultadas, de las que no se habla. Hay 300 asesinatos de ETA sin esclarecer y hay quien sabe lo que pasó y se lo calla. Es una sociedad que ha acumulado mucha suciedad, mucha toxicidad y airear eso tal vez nos cueste un par de generaciones. Por ejemplo, después del final de ETA hemos sido incapaces de hacer un gran acto colectivo de homenaje y reconocimiento a las víctimas.
P: Termina usted el libro de entrevistas mencionando, en contraste con el título, "la libertad de todos los futuros ganados". Ahí se atisba un mensaje de esperanza pero al mismo tiempo denuncia cosas como esos silencios existentes en el País Vasco. ¿Podemos ser optimistas o pesimistas respecto a esa memoria que todavía se construye?
R: Sobre la memoria no me atrevo a decir ni pesimista ni optimista. Me limito a decir que esa memoria tiene que ser exigente, fidedigna y que no nos debemos conformar con cualquier cosa. Soy un poco descreída, pero soy optimista sobre que esto no tiene vuelta atrás. Pero en términos de memoria no lo estamos haciendo bien. Me refiero a una memoria tasada, con contenido, que deje muy claros los problemas que puede acarrear la intolerancia más atroz, el daño irreversible que crea el señalamiento sectario del que piensa distinto.
Para la paz y la convivencia no hace falta que seas amigo del vecino pero basta con que no le pegues dos tiros ni le señales para que otros se los peguen
P: En las dos obras llama la atención lo conectado que está todo. El País Vasco es un lugar pequeño. Por ejemplo, Mondragón, donde está el caserío de las entrevistas a Madina y Sémper y donde pasaron tantas cosas como el secuestro a Ortega Lara o el entierro multitudinario del jefe etarra Txomin. Ocurre lo mismo, por ejemplo, con el barrio de Santutxu donde se produjo el primer asesinato sobre el que usted tuvo que escribir. O con Andoain, donde fueron asesinados López de Lacalle y Joseba Pagazaurtundua. En todos esos sitios hay víctimas pero también están los verdugos y sus cómplices. ¿Cómo conseguir que haya cierta unanimidad en el recuerdo en un lugar así?
R: Decía antes lo de las dos generaciones porque no soy ninguna ingenua. Para la paz y la convivencia no hace falta que seas amigo del vecino pero basta con que no le pegues dos tiros ni le señales para que otros se los peguen. Otra cosa es restañar esas heridas, porque en muchos casos son irreparables. El terrorismo es un error tan esencial que no tiene vuelta atrás. Hay que asumir que no se puede recuperar a las 853 víctimas de una violencia además entreverada por otras violencias. Tienen que pasar generaciones de vascos que solo conozcan la paz y la libertad. Y creo también que hay gente que es irrecuperable para la democracia. Me creo el artículo de la Constitución que dice que las penas están orientadas a la reinserción, pero también creo que hay terroristas y activistas que nunca van a abjurar de lo que hicieron.
P: En Déjame que te cuente usted admite que pasado el tiempo leyó una entrevista suya a una viuda y tuvo la sensación de que no reflejó quién era. Y luego dice que incluso los periodistas de sucesos son desmemoriados. ¿Qué hizo mal el periodismo en los años del terror? ¿Se prestó demasiada atención a los verdugos y poca a las víctimas?
R: Yo estaba empezando como periodista cuando Nuria envía una carta de denuncia a El Correo meses después de que asesinasen a su marido (fue en 1997, un año terrorífico). No recuerdo cómo conseguí hablar con ella pero ahora, al rescatar la entrevista, vi que hoy no la haría así, porque no contaba quién era ella, ni siquiera su origen. Mi entrevista tenía una frialdad que me estremeció un cuarto de siglo más tarde. Me di cuenta de todo lo que devasta el terrorismo. Está claro que durante mucho tiempo nos ha generado más fascinación el mal que el bien. Este libro es también una petición de perdón por esas lagunas, me refiero a las mías personales, por no haber estado a la altura.
P: Su libro también es, de alguna manera, un homenaje a las viudas de tantos asesinados, eso que llama "las damas de la memoria". ¿Ellas han sido las grandes olvidadas?
R: Fueron las grandes olvidadas. ETA ha matado considerablemente a más hombres, porque eran ellos los que desempeñaban la función como supuestos opresores, primero porque estaban en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y luego, cuando se socializó el sufrimiento, por cualquier otra cosa. Ellas han sido las sostenedoras de la democracia, porque han sostenido la dignidad de todos. El estado de derecho tiene una deuda con ellas. Lo hicieron en un gran silencio, contra todo y contra todos. Les arrebataron lo que más querían y tuvieron que tirar ellas de su familia, en el más absoluto abandono institucional y social, en el ostracismo.
No tengo el temor a que otros intenten coger las armas porque a diferencia de lo que pudo ocurrir hace medio siglo, hoy el rechazo, incluido el de la mayoría que vota a la izquierda abertzale, sería absoluto
P: En el libro también está presente su sobrina, Enma, y habla de cómo conocerá ella aquellos hechos tan luctuosos. ¿Le preocupa mucho cómo se están contando las cosas a esas generaciones que, según escribe, "no son conscientes" del pulso que se está librando por el relato?
R: No somos conscientes en general. El problema del terrorismo afortunadamente está amortizado. La gente ha pasado página rápidamente, lo cual es comprensible, humanamente y por cómo nos comportamos en su momento. No hay que olvidar que muchos ciudadanos vivieron muy alejados del terror, de la amenaza que sufrían sus conciudadanos. Es inevitable e incluso necesario pasar página, no podemos estar regodeándonos en lo que pasó, pero no hay que caer en el olvido ni en las falacias interesadas. No ha existido una política de estado después del final de ETA que aúne a las principales fuerzas políticas para construir una memoria digna de lo que sucedió. Las generaciones del futuro, como la de mi sobrina, tienen que tener claro ese clavo en la pared: no hay justificación para atentar contra otro, esa es la viga maestra de cualquier sociedad.
P: En la izquierda abertzale hay tensiones, como las que hemos visto con los ongi etorri, etc. Hay grupos juveniles que cada vez están más radicalizados. ¿Tiene usted miedo de que haya algunos que sí intenten repetir lo que pasó?
R: No tengo ese temor y ahora que vivo en Madrid no sé calibrar desde la distancia las dimensiones de hasta dónde llegan esos grupos. No tengo miedo porque si diez años después no se ha producido es difícil... y porque a diferencia de lo que pudo ocurrir hace medio siglo, hoy el rechazo, incluido el de la mayoría que vota a la izquierda abertzale, sería absoluto. Respecto a los ongi etorri, un homenaje a un preso de ETA no se tiene que hacer en un espacio público. Junto a eso, que no admite discusión, es la izquierda abertzale la que tiene el problema. Porque ha calentado durante tantos años la hoguera de la causa y de lo que significaba la pretendida la lucha armada que han creado jóvenes que añoran la épica del gudari, una supuesta guerra que por fortuna no han vivido… Son ellos los que tienen que desactivar el sectarismo que alimentaron durante décadas.