Hace falta remontarse diez años atrás para encontrar el último gran acto de Estado que generó consenso entre Gobierno y oposición. Hablamos de la abdicación de Juan Carlos I en favor de Felipe VI; un proceso que se cocinó a fuego lento, derivado de la erosión de la Corona en los últimos años de reinado del hoy emérito, y la necesidad de renovar la institución ante unos tiempos que abrían nuevos escenarios políticos.
Un proceso que, además, aunó los esfuerzos colectivos de la Casa Real, del Gobierno dirigido por Mariano Rajoy -con Soraya Sáenz de Santamaría como vicepresidenta- y de la oposición, con un Alfredo Pérez Rubalcaba que también estaba a punto de abandonar el liderazgo del PSOE. Todo ello en un contexto convulso, tras la reciente muerte de Adolfo Suárez, el desafío independentista de Artur Mas y la celebración de unas elecciones -las europeas- que sacudieron todo el tablero político, con la irrupción de Podemos y la ruptura del bipartidismo tradicional.
El accidente de Botswana en 2012 abrió las puertas a algo que parecía impensable y la Pascua Militar de 2014 acabó por confirmarlo: la Corona no se sostenía con Juan Carlos I al frente. Al menos esa es la conclusión a la que llegaron tanto en Zarzuela como en el poder legislativo. La primera institución debía dar el paso definitivo, mientras que la segunda, aparcando las diferencias de Gobierno y oposición, tenía que darle forma definitiva.
Una cacería en África, unos elefantes y la rotura de la cadera de Juan Carlos I revelaron un nombre que hasta entonces apenas tenía trascendencia en España: Corinna Larsen, también conocida como Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Especulaciones aparte sobre su vida privada, lo cierto es que aquellos acontecimientos confirmaron ante toda la sociedad que el entonces Rey llevaba una vida paralela a la de su familia, al margen de la Reina Sofía, con quien aún compartía espacios en actos institucionales de relevancia.
“Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, fueron las palabras con las que Juan Carlos I, ante los medios, trató de hacer propósito de enmienda. Pero las sombras se extendían y se azuzaban desde poderes políticos emergentes. Cabe recordar que un año atrás había surgido el Movimiento 15-M, del que terminaría naciendo Podemos. La Corona ya no era intocable. Los titulares en prensa ocupaban portadas antes impensables. La trayectoria de Juan Carlos I, en juego.
Con todo, el Jefe del Estado se mantenía reacio a dejar su puesto. ¿Cómo iba a hacerlo? Era una situación inédita en la Historia reciente. Era necesario remontarse tres siglos atrás para encontrar la última abdicación de un monarca, en este caso la de Felipe V.
Juan Carlos I decide abdicar
Pero el paso de los años y las crecientes críticas hacia la Corona hicieron decantarse la balanza hacia la abdicación. Se fraguó lentamente. Cada vez eran más las voces dentro de la Zarzuela que admitían que la renuncia a la Jefatura del Estado era posible en términos legislativos; toda una declaración de intenciones, habida cuenta de que años atrás era un tema tabú y que ni siquiera estaba encima de la mesa.
La Pascua Militar de 2014 fue el torpedo que alcanzó la línea de flotación. La fecha, como todos los años, estaba marcada en rojo para las Fuerzas Armadas: es el acontecimiento militar con mayúsculas, que reúne a la cúpula castrense y en la que el Jefe del Estado, capitán general de los Ejércitos y la Armada, no sólo les traslada su agradecimiento por su labor, sino que repasa las principales amenazas y desafíos que se ciernen sobre la soberanía de España.
Fue un discurso trastabillado. Hay quienes dicen que Juan Carlos I llegó tarde la noche anterior de una celebración familiar precisamente con Corinna
Fue un discurso trastabillado. Hay quienes dicen que Juan Carlos I llegó tarde la noche anterior de una celebración familiar precisamente con Corinna; y que, víctima de ese cansancio -sobre él pesaban 76 años, que cumplía ese mismo día-, no fue capaz de leer con precisión su discurso, retransmitido en directo ante todos los españoles. Confundió algunas palabras y por momentos parecía perder el hilo de la alocución.
Había llegado el momento. El propio Juan Carlos I activó los resortes de la abdicación, dando pie -quizá sin saberlo- al último gran acto de Estado que reunió a Gobierno y oposición.
El contexto político es fundamental. Surgía con fuerza un nombre, Pablo Iglesias, y un partido, Podemos, que se consagrarían como nueva vía política en las elecciones europeas de mayo de 2014. No fue la irrupción de este partido, sino lo que representaba -la caída del bipartidismo- lo que puso en marcha toda la maquinaria legislativa. Un cóctel al que había que sumar el desafío separatista de Cataluña bajo la presidencia de Artur Mas.
Consenso nacional
Juan Carlos I y la Zarzuela eran conscientes de que la abdicación requería un consenso nacional. Era ‘ahora o nunca’. La trayectoria política de Alfredo Pérez Rubalcaba pendía de un hilo tras los malos resultados electorales que cosechó el PSOE bajo su liderazgo. Y el Rey veía en Rubalcaba a un hombre de Estado, capaz de remangarse y remar junto al Gobierno de Mariano Rajoy en un asunto de esta envergadura, aparcando cualquier diferencia política.
Coincidencias del destino, en esos días Adolfo Suárez, que junto a Juan Carlos I fue actor principal de la Transición del 78 -la misma que Podemos quería “abolir”-, respiraba sus últimos estertores. Fue precisamente en torno al funeral del expresidente del Gobierno donde se fraguó la abdicación.
El aún Jefe del Estado reunió primero a Mariano Rajoy para comunicarle su decisión. Después hizo lo propio con Alfredo Pérez Rubalcaba. Éste último ya tenía asumida su propia dimisión al frente del PSOE, pero encomendó sus últimos esfuerzos como dirigente de la oposición para sellar la abdicación en favor de Felipe VI y, al mismo tiempo, consumar el último gran acto de Estado que se ha vivido en España.
Varios actores confluyeron en las maniobras. Félix Sanz Roldán, director del CNI y guardián de los secretos de Juan Carlos I, apoyó la decisión y respaldó institucionalmente todo el procedimiento. Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, dio forma a la ley que debía refrendar la abdicación. Alfredo Pérez Rubalcaba y Elena Valenciano, su lugarteniente en el PSOE, hicieron lo propio desde el PSOE.
2 de junio de 2014. Mariano Rajoy convocaba a los medios para una comparecencia sin preguntas. Sólo había un asunto que comunicar a los españoles: la abdicación de Juan Carlos I. Poco después hizo lo propio el Rey, en un anuncio previamente grabado que se emitió por televisión.
La tramitación legislativa tendría lugar pocos días después, el 11 de junio. El Congreso de los Diputados aprobó la Ley Orgánica 3/2014 “por la que se hace efectiva la abdicación de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón”, con 299 votos a favor, 19 en contra y 23 abstenciones.
Una ley que tenía un único artículo: “Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón abdica la Corona de España. La abdicación será efectiva en el momento de entrada en vigor de la presente ley orgánica”. La última que firmó Juan Carlos I y que dio paso a una nueva Jefatura del Estado, en nombre de su hijo, Felipe VI, quien se coronó Rey de España hace ahora diez años.