La histórica caída de Ciudadanos en los comicios del 10-N, sin apenas precedentes en la democracia, se veía venir en los sondeos de los últimos meses en los que se constataba una fuga de votantes naranjas a otros partidos o a la abstención. Pero nadie se imaginaba que la hecatombe iba a ser tan dura, hasta el punto de que Albert Rivera tuvo que dimitir al día siguiente de los comicios.
El derrumbe provocó que el 15,8% de votos del 28-A, sólo seis meses antes, se convirtiese en un pírrico 6,7% que dejó al partido de Rivera en sexto lugar dentro de la nueva aritmética parlamentaria. De 57 escaños a sólo 10 en medio año. La catástrofe fue de tal calibre que ERC 'sorpassó' a Cs.
Las cifras fueron demoledoras en todos los territorios. Si en abril cosecharon 4,1 millones de votos, en la funesta noche de noviembre, apenas superaron los 1,6 millones papeletas. Es decir, 2,5 millones de votos perdidos por el camino. La debacle de Ciudadanos implicó que sólo quedase en pie en cuatro comunidades autónomas: Madrid (3 escaños), Andalucía (3), Cataluña (2) y Comunidad Valenciana (2).
Muy llamativo fue el resultado final de Cataluña. De los 1,1 millones de votos que Cs obtuvo en las autonómicas catalanas de 2017, en las que la candidatura de Inés Arrimadas quedó en primer lugar aunque no pudo formar Govern, se pasó ayer a 215.000 votos y ¡Cs cayó a la octava posición! por detrás de ERC, PSC, JxCat, En Comù Podem, PP, la CUP... y Vox. Un dato poco esperanzador de cara a unos comicios catalanes que Quim Torra puede convocar en cuestión de días o semanas.
En Madrid la sangría fue similar. De los casi 800.000 votos y 8 escaños del 28-A, la formación de Rivera se precipitó a menos de 320.000 papeletas que sólo le sirven para recolectar tres actas de diputado. El panorama fue igual de sombrío en el resto del país, donde desapareció tanto en la España 'vacía' como en la periférica -Galicia, Asturias, Cantabria, Aragón, Extremadura, Murcia- e insular -Baleares y Canarias-.
Ello supuso que las principales caras del núcleo duro de Albert Rivera perdiesen su condición de diputado. José Manuel Villegas, Fran Hervías, Juan Carlos Girauta, Joan Mesquida, Melisa Rodríguez, Ignacio Prendes, Miguel Ángel Gutiérrez y un largo etcétera.
Los únicos estandartes
Con ese panorama, a la formación naranja sólo le quedaron de estandartes en el Congreso Inés Arrimadas, Marcos de Quinto, José María Espejo-Saavedra y Edmundo Bal (estos dos últimos sólo después de que Rivera y Fernando de Páramo abandonasen la política). Las otras seis caras en el Cámara baja son menos conocidas: Sara Giménez (Madrid), Guillermo Díaz (Málaga), María del Carmen Martínez (Cádiz), Pablo Cambronero (Sevilla), María Múñoz (Valencia) y Marta Martín (Alicante), la única dirigente naranja que desde 2015 ha repetido en las últimas cuatro elecciones generales.
El partido centrista empezó este 2019 con el viento de cara tras haber formado un Gobierno de coalición con el PP en Andalucía. Y cuando olió la sangre del posible fracaso de Sánchez para sacar adelante los Presupuestos Generales, convocó una manifestación en la plaza madrileña de Colón a favor de la defensa de España a la que se unieron PP y Vox.
Aquella 'foto de Colón' con todo el centro-derecha al completo fue el comienzo del precipicio naranja. Primero sirvió para convocar elecciones anticipadas a Sánchez, quien lejos de sentirse intimidado por el 'trifachito' vio una oportunidad electoral de movilizar al electorado de izquierdas. Además, puso el foco en Vox.
Y fue en ese momento cuando Rivera lanzó a los cuatro vientos su medida más polémica y la que, a la postre, ha sido su tumba política: el ‘no es no’ a Sánchez. Se descartó de esta forma cualquier pacto entre PSOE y Cs, incluso después del 28-A que dio una suma de 180 escaños, por encima de la mayoría absoluta.
El fallido fichaje de Valls
Otro error naranja fue el fichaje de Manuel Valls para intentar ampliar su electorado en Barcelona. La jugada política le salió penosa. La gestación del pacto para que Cs se diluyese en una plataforma constitucionalista -Barcelona pel Canvi- fue muy complicada y Valls empezó pronto a mostrar discrepancias.
Llegó arrastrando los pies a la manifestación de Colón de febrero y evitó salir en la foto de familia con el resto de líderes del centro-derecha. El exprimer ministro galo advirtió en ese momento de los riesgos de salir del brazo en fotos con Vox cuando, a su juicio, había que hacer un cordón sanitario como el de Francia contra el Frente Nacional de Marine Le Pen. Con el paso de las semanas, la relación entre Rivera y Valls fue empeorando y acabó en ruptura después de que este último decidiese apoyar en junio a Ada Colau para la Alcaldía de Barcelona junto a otros dos ediles.
El líder de Barcelona pel Canvi ha continuado su opa hostil a Ciudadanos en Cataluña -ya promociona por su cuenta una candidatura a la Generalitat- y da sus primeros pasos en Madrid con un manifiesto constitucionalista -'La España que reúne'- junto a críticos socialistas con el sanchismo y exfundadores de Ciudadanos como Francesc de Carreras. La enorme distancia entre Rivera y Valls llevó a este último a decir que no votaría por Cs en las elecciones del 10-N.
A punto de superar al PP
El siguiente error de Rivera fue descartar desde el principio cualquier posibilidad de acuerdo con Sánchez tras el 28-A, a pesar de que por primera vez en la historia de España daban los números -180 escaños- para formar una coalición limpia entre dos partidos y sin el concurso de los nacionalistas o independentistas. Tampoco ayudó en nada el líder socialista, quien siempre pidió la 'abstención patriótica' a cambio de nada.
Ciudadanos se quedó el 28-A a sólo 200.000 votos del PP y, en vez de convertirse en la muleta de Sánchez, sus líderes prefirieron agarrarse a la esperanza de doblegar al PP en las europeas, autonómicas y municipales del mes de mayo, con la vana ilusión de ser algún día el partido hegemónico del centroderecha.
Ahí empezaron los problemas internos para Rivera. En los triples comicios de mayo ya hubo un serio correctivo para Cs, pero su líder no se movió un ápice en su rechazo a pactar con Sánchez, convencido de que PSOE y Podemos se pondría de acuerdo para gobernar y que luego la legislatura tendría poco recorrido.
La dimisión de Toni Roldán un grito desesperado del hasta entonces jefe de la oficina económica de Cs para que su partido pactase con el PSOE de Sánchez un Gobierno de coalición
El líder naranja se obsesionó entonces con mantener la palabra dada a los votantes de que no se acercaría al PSOE, cansado de la etiqueta de “veleta naranja” que Vox le colocó en sus primeros compases en política. La traumática salida de Toni Roldán y el conato de rebelión interna liderada por Luis Garicano y Francisco Igea fue la antesala de un goteo de ruidosas salidas como las de Francisco De la Torre, Javier Nart o Xavier Pericay. Otro golpe duro fue la decisión de Francesc de Carreras, el padre político de Rivera, de abandonar el partido que ayudó a fundar.
Aquella dimisión por sorpresa de Roldán provocó un terremoto del que no se ha recuperado Ciudadanos. Fue el 24 de junio, justo antes de una reunión de la Ejecutiva Nacional, y se trató de un grito desesperado del hasta entonces jefe de la oficina económica de Cs para que su partido pactase con el PSOE de Sánchez un Gobierno de coalición.
La abstención condicionada de Garicano
Cuando empezó la reunión de la Ejecutiva, Luis Garicano no llegó a tanto, sino que propuso una abstención condicionada a tres puntos -aplicación de la constitución en Cataluña, lograr un Gobierno constitucionalista en Navarra y cumplir con los criterios económicos y fiscales de la UE- pero Rivera se envalentonó y promovió una votación en el sanedrín naranja porque se veía con fuerza. Hubo 24 votos en contra a la petición de Garicano, tres abstenciones y cuatro votos a favor -Javier Nart, Fernando Maura, Francisco Igea y el citado Garicano-.
Garicano e Igea guardaron silencio tras la desautorización y se refugiaron en sus feudos de Bruselas y Castilla y León, Nart dimitió y en septiembre abandonó el partido con bronca, mientras que Maura fue laminado en julio junto a otros abstencionistas en una ampliación de este órgano interno para diluir la voz de los críticos.
Fundar otro partido
Rivera encajó mal el conato de rebelión interna y a los pocos días de la cita de junio dijo en un acto del Consejo General, el máximo órgano naranja entre congresos, que aquellos que criticaban el férreo 'no es no' a Sánchez montasen otro partido.
En paralelo y durante varias semanas, Rivera intentó ejercer de jefe de la oposición. Endureció su discurso sobre la unidad de España, la llegada de inmigrantes o la aplicación preventiva del artículo 155 en Cataluña como si fuera el líder de Vox. Y las encuestas del CIS empezaron a mostrar que en una escala de 1 a 10 de izquierda a derecha, los votantes situaban a Ciudadanos cada vez más cerca del 10 cuando históricamente había fluctuado entre el 5 y el 6.
La última encuesta del CIS en octubre colocó a Cs en el 7,1, su cifra más alta desde que la formación naranja dio el salto a la política nacional. El PP quedó en el 7,9. Fue la menor distancia en 28 barómetros, desde que en 2014 el CIS incluyó a Ciudadanos en esta tabla.
El giro de septiembre
Previamente, en septiembre, llegó el giro inesperado de Ciudadanos sólo cuando Rivera vio que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no iban a llegar a ningún acuerdo. Entonces, el líder de Cs lanzó una oferta 'in extremis' de tres condiciones -casi calcadas a las de Garicano en junio- para abstenerse con Sánchez y evitar la disolución de las Cortes. El presidente del Gobierno en funciones no se dio por enterado y el país enfiló la repetición electoral.
Rivera aplicó su criterio en los giros estratégicos de septiembre y el posterior de octubre -con una oferta de 10 puntos- sin debate interno y, lo peor a ojos de algunos dirigentes, sin votaciones de por medio cuando el partido se había defendido de las acusaciones de 'veletismo' con las decisiones que la directiva había adoptado en febrero y junio con respecto a Sánchez.
El partido de Rivera se lanzó a la moción de censura contra Torra a sabiendas de que no tenía votos suficientes para lograrla
Con las encuestas de otoño ya en contra, Ciudadanos intentó moverle la silla a Quim Torra tras la detención de varios miembros de los CDR que preparaban materiales explosivos susceptibles de ser utilizados en atentados terroristas. El partido de Rivera se lanzó a la moción de censura a sabiendas de que no tenía votos suficientes para lograrla.
En primer lugar, para incomodar al independentismo en los primeros días de octubre, cuando acababa de pasar el aniversario del 1-O y aún no se conocía la sentencia del procés. Asimismo, tenía un componente político porque buscaba dejar en entredicho al PSC a un mes escaso de las elecciones del 10-N.
El problema para Cs es que durante la complicada legislatura catalana, en la que Torra ha tenido que prorrogar los presupuestos en dos ocasiones y apenas ha podido aprobar leyes ante su fragilidad parlamentaria, la formación naranja se negó en 2018 a respaldar una moción del PP catalán contra Torra con el argumento de que era "regalar una victoria a los independentistas" por no tener los apoyos suficientes en el Parlament.
La candidata de Cs al puesto de Torra, Lorena Roldán, probó la misma medicina. Su iniciativa sólo contó con el apoyo del PP, mientras Torra se mostró impertérrito y evitó responder a Roldán durante el pleno. El presidente de la Generalitat consiguió uno de los apoyos más contundentes de su maltrecha legislatura: 76 diputados votaron en contra, 17 se abstuvieron (el PSC) y sólo 40 apoyaron la moción.
Una campaña de ocurrencias
Luego llegó la corta campaña electoral, de una sola semana, y que sólo sirvió para ver que Rivera no remontase en los sondeos. Su última bala, en el debate televisivo, la disparó contra Pablo Casado, con el que se enzarzó en infructuosas discusiones.
Por si fuera poco, Ciudadanos se pegó un tiro en el pie con una medida económica que se asemejó mucho a la amnistía fiscal del PP en 2012. El intento de hacer aflorar parte de la economía sumergida abría la puerta a tributar ese dinero aflorado por un tipo del 10%. El Consejo General de Cs frenó esa propuesta, al decaer antes de su debate, e incluyó un rechazo expreso a las amnistías fiscales en la última redacción del programa electoral.
El remate fue una campaña electoral llena de ocurrencias. La más famosa fue el lanzamiento al estrellato del perro Lucas antes del decisivo debate televisivo. Rivera fue pasto de los 'memes' durante días y varios dirigentes manifestaron en privado su sorpresa e impotencia por el uso de este perro en plena campaña electoral. Las polémicas se sucedieron día tras día.
Al día siguiente de la debacle llegó la dimisión de Rivera. No sólo dejó la dirección del partido, sino que renunció al acta de diputado y abandonó la política. Fue un adiós elegante y emotivo, que dejó un nudo en la garganta y muchas lágrimas a los que le habían acompañado estos últimos años. Tras el adiós del único presidente que ha tenido Cs, llegó el turno de una gestora y la convocatoria de un congreso para el 15 de marzo en el que, salvo sorpresa mayúscula, será el momento de entronizar a Inés Arrimadas.