Una 'tour de force' sin precedentes, interminable. Una maratón digna de Murakami. Pablo Casado ha tenido que luchar en dos frentes: unas elecciones prematuras para un partido en plena transformación y la sombra de Vox, el fantasma sobrevenido, pisándole los talones.
El líder del Partido Popular ha dado su tercera vuelta a España para vender su mercancía: "El nuevo PP". Ya había dado otras dos desde que sucediera a Rajoy, en junio del pasado año. Ha vivido nueve meses al límite y acelerando. Le metía tralla a Javier Maroto, su director del montaje, y a María Casado, su jefa de comunicación. Más mítines, más encuentros sectoriales, más entrevistas, más paseos, visitas a pueblos, fotos, abrazos. Sin respiro, sin tregua. Ahora la ternera, luego el tractor, mañana la paella, y a trotar por la playa.
Todo este despliegue mientras reestructuraba el partido, derribaba los viejos muros del 'marianismo' e intentaba recomponer cimientos, paredes, despachos, ventanas, sin cortar el agua y sin cortar la luz. Y, además, Vox, al acecho, ascendiendo en las encuestas, lanzando la red en los caladeros tradicionales del PP. Abascal, casi más que Sánchez, ha sido el antagonista de la campaña de Casado. Tanto, que en el mitin de cierre de la 'gran tournée', Cayetana Álvarez de Toledo, la gran revelación del nuevo reparto, la nueva 'prima donna' de la formación, le dedicó la parte más golosa de su discurso.
Vox se parece a la izquierda
"Aún no saben qué quieren ser de mayor. Cuando dejen la adolescencia, ya les dedicaremos más tiempo. La realidad es difícil y Vox es el partido fácil. Votar es difícil y gobernar lo es todavía más. El patriotismo es adulto, porque le dice a los votantes la verdad y no les embauca con la ilusión de la utopía". Las 8.000 almas que abarrotaban el Palacio de los Deportes madrileño, guardaron primero silencio. Luego estallaron en risas y aplausos. Nadie en el PP habla así de Vox, para no molestar al futuro socio. Cayetana les calificó de izquierdistas y hasta los comparó con los separatistas. "Yo os diré de qué pie cojea Vox. Se parecen más a la izquierda, porque sólo muestra su capacidad cuando plagia, que hasta es capaz de doctorarse. En nombre de la Constitución no se pueden alentar ficciones".
Casado llegó a reventado a este 'happy end' de su campaña. Y casi afónico. Pronunció su discurso más flojo del casi centenar que ha pronunciado. Entre la emoción y el agotamiento, se quedó casi sin ideas. Hasta que, al final, arengó a los asistentes a salir a las calles a predicar la buena nueva, a anunciar que ha llegado una ola de cambio y de ilusión, y "a ganar, a ganar, a ganar".
Tropiezos y patinazos
Cinco días ha estado con su familia desde que llegó a la cúspide del PP. Está satisfecho del resultado de esta odisea casi prometeica, a la espera de la sentencia de las urnas. Con tal despliegue de actividad, resulta imposible no dar algún patinazo. Los ha habido. Alguno, muy estrepitoso. Aquella frase de "las manos manchadas de sangre", dirigida a Pedro Sánchez, ha quedado para la antología. El candidato socialista se la restregó por la cara en uno de los debates televisivos.
También hizo ruido la elaboración de las listas. Algo inevitable cuando cambias al 80 por ciento de los cabezas de cartel. "Sabíamos a lo que nos exponíamos, pero había que hacerlo, para eso le eligieron los afiliados", explicaba un estrecho colaborador del presidente ante las tormentas internas desatadas por la 'purga' de la vieja guardia o de afines al 'sorayismo', otro elemento disturbador.
Una traición en el último acto
El último cimbronazo, la traición de Ángel Garrido, el presidente de la Comunidad de Madrid, que emuló a Viriato y se pasó al enemigo a cuatro días de los comicios. Casado se la devolvió a Rivera y fichó a Leopoldo López, el padre del héroe venezolano, que estuvo con los naranjas en el cierre electoral del 2015.
Hubo más fichajes. Algunos, recibidos con escepticismo, como Adolfo Suárez hijo, quien incurrió en un par de declaraciones de las que hacen estallar la vajilla. O el de Juan José Cortés, el padre de la pequeña Mari Luz, una apuesta por la prisión permanente revisable que no todos entendieron. El mayor acierto, Álvarez de Toledo, que, según sea el resultado de las urnas, aterrizará en un ministerio o en la portavocía del Congreso.
Cuando se pone sus gafitas amarillas, Casado parece un adolescente frágil y desvalido. Un muchacho delicado y tímido, que pide permiso para ir al baño en clase y no levanta la voz cuando hablan los mayores. Cuando se calza la corbata de combate, se transforma en el Casado que todos conocen, un tipo valiente y decidido. Dio el paso en las primarias cuando Feijóo se achantó. El gallego le temía a Soraya Sáenz de Santamaría. Y ahora, con apenas un puñado de los suyos, un equipo reducido y tenaz, con Javier Maroto al frente, ha protagonizado una gesta que merece recompensa. Quizás no consiga echar a Sánchez de la Moncloa. Nadie alcanza la presidencia a la primera. Ni González, ni Aznar, ni Rajoy. Sólo Zapatero, y fue por lo que fue.
Pretende, en cualquier caso, mantenerse al frente del partido. Le queda la segunda vuelta de las autonómicas, donde podrá sacarse la espina en algunas regiones y ayuntamientos. Fue elegido para cuatro años y así será, ha dicho. Ha demostrado su carisma y está a punto de coronar su liderazgo. Para eso ha venido. Para mejorar el mundo, como decía la Thatcher. En ello está. Si los suyos y Abascal le dejan.