Joan Clos heredó la alcaldía olímpica de Pasqual Maragall. Formaba parte del sector intelectual del PSC pese a que su formación era de la rama médica. Primero, como anestesista. Luego derivó en epidemiólogo Y de ahí, a la política, a la Barcelona olímpica, al Ayuntamiento barcelonés donde se encaramó al frente del área de Salud Pública. Carrera meteórica en el aparato de Maragall.
Clos se ha incorporado ahora a la Generalitat, al Gobierno de Quim Torra, un fichaje por parte de Alfred Bosch, consejero de Acción Exterior y Relaciones Institucionales. Bosch es de ERC. Las relaciones entre el PSC y el partido de Oriol Junqueras son cada vez más estrechas. No tanto en el consistorio, donde los socialistas se inclinaron por seguir en su papel de adláteres de Ada Colau, sino en el escenario autonómico y nacional. Clos se incorpora al Consejo Asesor de Desarrollo Sostenible del Gobierno catalán, una entidad que se ocupará de asuntos relacionados con la calidad del agua, la energía, la seguridad sanitaria, el cambio climático y todo aquello que tenga que ver con el adjetivo de sostenible.
Hasta ahora, Clos ejercía de director ejecutivo en un programa de la ONU sobre asentamientos humanos. Siete años llevaba implicado en este proyecto, al que saltó luego de haber pasado, mediante el procedimiento de la designación a dedo, por las embajadas españolas en Turquía y Azerbayán. Durante algún tiempo, en especial cuando asumió la alcaldía de Barcelona como sucesor de Maragall, Clos se convirtió en una de las figuras más notables del mundo político catalán.
La era del despilfarro
Fue un edil prudente y gris, la antítesis del delirio maragalliano. Puso en marcha el polémico Forum da las Culturas, un empeño por mantener el espíritu olímpico en una ciudad que, tras los Juegos del 92, mostraba ya los primeros signos de decadencia. Un despilfarro económico sin apenas aportación alguna salvo la exhibición de los Guerreros de terracota de Xian, las famosas figuras chinas que se vieron por primera vez en nuestro país en aquella ocasión. La eclosión del secesionismo, dos décadas después, determinarían la evolución crepuscular de una ciudad convertida ahora en un escenario de inseguridad y decadencia.
Clos fue remitido a Madrid para asumir el ministerio de Industria como cuota catalana, en sustitución de José Montilla, quien, pese a su condición de cordobés, se lanzaba en ese momento a la carrera electoral por la Generalitat, empeño en el que triunfó pese a su origen cordobés. Al frente del departamento de Industria y Turismo, Clos mostró tan escasas virtualidades como en la alcaldía de Barcelona. Pasó inadvertido dentro de un gobierno como el de Zapatero centrado en la pugna ideológica, con la puesta en marcha de iniciativas tan polémicas como la retirada de Irak, la ley del matrimonio homosexual y, especialmente, la ley de Memoria Histórica, aún objeto de polémica.
Ahora Clos ha sido acogido por el Gobierno separatista de Torra en un puesto de relevancia institucional pero sin apenas cometido concreto alguno. "Una asesoría a sueldo del procés para cobrar a fin de mes", comentaba un dirigente del PSC, donde ya ni siquiera le consideran uno de los suyos.