Desapareció. Mariano Rajoy no saltó al terreno de juego en el segundo tiempo. Tampoco dimitió, algo que esperaban en su partido. Le habría dado la vuelta al desastre. Su renuncia habría tumbado la moción de censura, que ya se sabía perdida, frustraba el acceso de Sánchez a la presidencia y abria la puerta a otro escenario, quizás con elecciones en el horizonte. En el PP, entre el desconcierto y la irritación, no acertaban a entender el inesperado mutis de su líder.
"Con la renuncia se desactivaba la votación y se iría a otra historia", comentaban en el PP. De haber aparecido, Rajoy le habría hurtado el protagonismo a Pedro Sánchez, que se quedaría a las puertas de la Moncloa y con los piés colgando, y habría conservado la iniciativa, tanto para él como para su formación. Este viernes sería Rajoy el centro de atención, el eje del debate. "Ahora sólo es un perdedor, que ha abandonado la batalla en el momento capital y le ha entregado la victoria a su rival", insistían.
No se presentó en la Cámara tras el receso para el almuerzo. El escaño del presidente del Gobierno permanecía vacío. Pasadas las tres de la tarde, cuando se reanudó la sesión de investidura, no había noticia de Mariano Rajoy. "No sabemos dónde está", comentaban algunos diputados del PP. Ya en la moción de Pablo Iglesias, hace un año, llegó tarde tras el almuerzo. Pero llegó. Este jueves, sin embargo, no apareció. Se refugió con su gente en un restaurante de la calle de Alcalá, allí siguió el debate por televisión y de allí salió pasadas las diez de la noche. No hubo explicaciones. Quizás meditó opciones de futuro. En el partido, en el grupo parlamentario... "No es su estilo, nos ha decepcionado", decían estas fuentes.
Sin respuesta en la sala
Se sucedían, con ritmo plomizo, los oradores en el atril. El grupo mixto, primero. Ana Oramas, de Coalición Canaria, protagonizó la única intervención vibrante. Contra todos. Sardá, enfebrecido, la diputada de Bildu, dando lecciones de democracia. Los respaldos de Sánchez. Los oradores miraban hacia el sillón desnudo, con sugerencias o reproches al Gobierno, según el color. No obtenían respuesta. El bolso de Sáenz de Santamaría ocupaba el sitial del presidente.
Llegó entonces la noticia esperada. El PNV desvelada sus intenciones. Los cinco votos vascos, finalmente, se sumaban a la moción, le asestaban una dolorosa puñalada a Mariano Rajoy, quien les había colmado de fondos, infraestructuras y concesiones en los presupuestos, y anunciaban que se pasaban a la propuesta de Pedro Sánchez. En entonces cuando empezó a circular la especie de la dimisión. "No hay nada que hacer. Rajoy va a dimitir", se insistía en los pasillos del Congreso. No llegaba información oficial al respecto. Cundía la duda incluso entre sus filas. Alguien comentó que ya estaba rumbo a la Zarzuela, a presentar su dimisión ante el Rey. En fuentes de Palacio desmentían la especie.
Las redes se llenaban de especulaciones, todas en la misma dirección. Rajoy va a renunciar porque así decae la moción y se abre el camino a otro escenario. Se aplazaría la consumación de la censura y Sánchez tendrá que esforzarse para ser investido. Seguía el escaño vacío. Circulaba un tuit, quizás apócrifo, del PP: "Nos preguntamos por qué el presidente está en el bar del Congreso mientras se debaten las propuestas".
El enojo en la bancada popular era ostensible. Algunos parlamentarios populares no disimulaban su contrariedad. "Nos ha dejado solos, nos ha abandonado en el peor momento", señalaban en los pasillos. Muchos de ellos optaban también por desaparecer de la sala, de desaparecer del escenario de la derrota. La sesión proseguía y sin noticias del presidente.
Finalmente, se conoció la verdad, a través de una agencia de noticias. Rajoy estaba comiendo en un restaurante próximo al Congreso, con algunos ministros y miembros de su partido. No volvería al Hemiciclo hasta la mañana del viernes. para votar y punto. Nada de dimitir, algo que reclamaban incluso los suyos. La versión de Moncloa explicaba que con la dimisión no se evita un Gobierno de Sánchez, sino que se facilita ya que no precisaría la mayoría absoluta.
La aritmética parlamentaria
Una teoría discutible ya que no es lo mismo respaldar al PSOE para echar a Rajoy en una moción de censura que respaldarlo para una investidura. Dos escenarios diferentes con resultados quizás también distintos. Dolores Cospedal, que había participado en el almuerzo con el presidente, compareció ante la prensa para clarificar el entuerto. Eran las 18,30. "El presidente no dimite. La aritmética parlamentaria actual no permitiría que el PP pudiera gobernar", explicó. Poco más. No despejó dudas sobre si seguirá al frente del partido ni si ejercerá de líder de la oposición en el Congreso. "No es el momento de hablar de eso", señaló como única explicación. Círculos populares adelantaban ya que Rajoy dejará la dirección del partido y se abrirá un periodo de renovación profunda del PP, tras la celebración de un congreso nacional.
La ausencia de Rajoy convirtió a Rivera en líder de la oposición a Sánchez. El dirigente de Ciudadanos sostuvo una encendida polémica con el aspirante, quien abandonó también su línea mesurado para "bajar al barro", según el presidente de la formación naranja. Rivera incluso, en algún momento, se refirió al escaño vacío de Rajoy en tono irónico. Ganas le dieron de interrogar al bolso de la vicepresidenta, que seguía ocupando su espacio.
Dar la cara
"No ha estado a la altura, Rajoy tenía que haber dado la cara", insistían en fuentes de su formación, en estado de shock. Algunos diputados se maliciaban una jugada de última hora. Que Rajoy, tras la espantada de la tarde, quizás decida dimitir en un gesto postrero, antes de que se consume la moción. "Todo es posible, ya no nos fiamos porque nadie nos cuenta nada", señalaban estas fuentes.
Durante la mañana, Rajoy se manejó con su habitual soltura durante el cara a cara con Sánchez. Sin embargo, según avanzaba la mañana y llegaban las primeras noticias de Bilbao, se apreció en su verbo un decaimiento. "Estamos muertos", empezó a comentarse por los corrillos de la Cámara. El tono del presidente perdió músculo, mientras que el de Sánchez crecía en vuelo. Luego, el mazazo de la confirmación vasca. Y el vértigo ante la caída inevitable. Quizás de ahí la ausencia del presidente. Su futuro ha terminado.