El rey lo dejó claro en su breve y muy cuidado mensaje de despedida: "Una nueva generación reclama con justa causa el papel protagonista". Una frase con la que se pretendía justificar una abrupta y mal explicada retirada, pero que más del setenta por ciento de los españoles apreciaron como oportuna, según las encuestas ad hoc conocidas en estos días.
Don Juan Carlos, tras casi cuarenta años de reinado (se cumplirían en noviembre del año próximo), afirmaba que "hoy merece pasar a primera línea una generación más joven, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando". Hay ya en el entorno del Gobierno y del PP algunos destacados dirigentes que, con discreta preocupación, se plantean si Rajoy debe ser el candidato a las generales. El run-rún no ha hecho más que empezar.
Primer aviso a navegantes y nada menos que desde la Corona. La generación que impulsó la renovación democrática en nuestro país, después de cuatro décadas de dictadura, debe tomar el portante y hacerle hueco a quienes vienen detrás. Una reflexión más propia de monarquías como la belga o la holandesa. Impensable hasta hace unos días en nuestro país donde los reyes no abdican sino que dejan el trono cuando mueren, en versión libre de una confesión periodística de la Reina Sofía.
La renovación del socialismo
Una semana antes, Pérez Rubalcaba, después de treinta años de carrera política y de innumerables cargos públicos, había enfilado también la línea de salida. El batacazo de las europeas no le dejó otra opción, aunque, en este caso, no hubo sorpresa. El secretario general lideraba su partido casi de prestado, como un interinazgo imposible tras el estropicio en que lo dejó sumido el disparatado zapaterismo abrasador.
Un congreso extraordinario de polémico desarrollo y resultado incierto dará paso, con toda probabilidad, a algún representante de esa "generación joven" de la que hablaba Su Majestad. Rubalcaba ha transitado durante estos largos decenios por todos los despachos, pasillos y cloacas del poder. Conoce secretos que harían temblar cimientos inamovibles y ha movido hilos tan inquietantes como sensibles. En este último bienio ha ejercido de imprescindible partner del 'marianismo', un bipartidismo clamoroso del que ambos dirigentes sacaban buen partido. Se han tapado vergüenzas, han compartido ignominias, han ultimado acuerdos y, en especial, han practicado un 'entente cordiale' antesala, para muchos, de una gran coalición. La caída de Rubalcaba deja al presidente del Gobierno tan descolocado como quien aplaude con una sola mano.
El 'manejo de los tiempos'
¿Y qué va a pasar entonces con Rajoy? El Partido Popular ganó en las pasadas europeas pero se dejó casi 2,7 millones de votos en la gatera. Un cimbronazo descomunal, una estruendosa advertencia que ha dejado a su Gobierno con temblequera y a su partido, entre estupefacto y 'acollonado'. Se estaban preparando medidas, planes, proyectos para levantarse de la lona y volver al ring. Anuncios económicos, estrategias de comunicación, relevos en las estructuras... Hasta que llegó la abdicación. Tan inoportuna como inesperada. Un 'bombazo' anunciado... pero no para tan pronto.
En esta ocasión, el manejo de los tiempos, habilidad en la que Rajoy ha ejercido siempre como gran maestro, le ha sido esquivo. Ese telefonazo intempestivo desde la Zarzuela a las 8 de la mañana del lunes ha sido, seguramente, uno de los peores momentos de su mandato. Rajoy, que huye de los cambios como de la peste, tenía que embaularse el relevo más temido. El del titular de la Corona. "Vaya lío", y de los grandes.
Oro tiempo, otro país
Una jugarreta del destino. Mariano Rajoy, sin duda en su mejor momento personal, en una edad juiciosa y madura, se ha convertido, de la noche a la mañana, en una especie de anacronismo, de figura fuera de su tiempo, de personaje algo demodé. No es cuestión de edad. El presidente del Gobierno, con 59 años, es de la quinta de Hollande o de Merkel, que no pasan precisamente por matusalenes. Es una cuestión de percepción, de cambio de decorado, de drástica mudanza del entorno.
De repente, como en "Suddenly", ese pueblo maldito del filme de Bogart, lo inesperado surge por ensalmo y descoloca todas las piezas. Un presidente, con una pulcra hoja de servicios, eso sí, pero fuera de lugar, entre un Rey joven, moderno, sin ataduras, cargado de futuro y un líder de la oposición que, bien sea Díaz, Madina o Sánchez, representará otro tiempo, casi otro país.
En algunos ministerios, en ciertas terminales del partido, en baronías regionales y hasta en despachos de la Moncloa, la 'jubilación' casi simultánea del rey y Rubalcaba y la irrupción de rostros nuevos, jóvenes, diferentes, sumado al serio aviso de las europeas, ha dado que pensar. Se admira y respeta a su presidente, pero el final de un capítulo que parecía eterno ha agitado algunos sillones.
El pueblo español le entregó una mayoría absoluta para llevar a cabo el proceso regenerador siempre pendiente, para dar un vuelco en el anquilosado aparato del Estado, para suprimir prebendas, acabar con privilegios, rescatar la fortaleza democrática, la conciencia cívica, la justicia independiente, para desterrar la corrupción, esgrimir la ejemplaridad, practicar la austeridad. En suma, para apostar por una España nueva y distinta, alejada de los vicios del pasado y aferrada a la esperanza del futuro. No ha sido así. Los resultados resultan decepcionantes. Mariano Rajoy, en cuyo ADN no figura la condición de héroe prometeico, se ha dejado llevar por la inercia de lo previsible y empieza a defraudar incluso a los propios. La abulia del voto centrista en estos comicios es algo más que un síntoma. Quizás el anuncio de una gran deserción.
Nueva etapa, nuevo candidato
¿Podrá ese respetable registrador de Pontevedra responder a lo que reclama un electorado harto del actual estado de cosas y que ha recibido el retiro del monarca como la anhelada señal del fin de una era? Los portavoces de Zarzuela, a quienes también les llega su hora, se afanaron en subrayar que no estamos ante el principio de 'una nueva etapa' sino ante 'un periodo de continuidad'. Una afirmación que inquieta más de lo que pretende tranquilizar.
Un Rajoy, barbudo y severo, sin carisma ni espíritu de liderazgo, sin voluntad alguna de renovación, sin intención de acabar con los más gruesos errores estructurales del pasado ni de apostar por una España diferente, puede resultar un candidato escasamente atractivo para las próximas generales. Ya hay quien lo piensa. Y no tan sólo entre los rivales. La imagen del cartel electoral de un bonancible abuelo Cañete fue un tremendo error.
Mariano Rajoy frente a Susana Díaz, o Pedro Sánchez, con un Felipe VI como telón de fondo, empieza a sembrar inquietud entre algunos de sus dirigentes. Y ya hay quien vuelve la mirada hacia Soraya Sáenz de Santamaría o Dolores Cospedal, dos mujeres de fuste, bien preparadas, sólidas, con personalidad politica relevante y ajenas a todo lo que representa esa España del pasado, corrupta y caciquil. "Rajoy nos salvó del rescate, pero ahora hay que hacer algo más", comentan en algunas instancias de la formación conservadora.
La tradición de los presidentes
¿Ha llegado la hora de la 'abdicación' de Rajoy? Todo es posible. El presidente del Gobierno nunca ha querido poner límites a su mandato, en contra de lo que hizo José María Aznar, que se cerró la puerta a los ocho años. Rompería incluso una tradición si no concurre para ser reelegido. Desde González, ocho años, mínimo, es la norma. Pero los tiempos, como Saturno, devoran a sus hijos con estremecedora voracidad. En su entorno familiar hablaban esta Navidad de que Rajoy, a veces, sugería la posibilidad de tirar la toalla, una vez enveredada la crisis y superado el 'cabo de Hornos' de Cataluña. Eran momentos más duros. Ahora, la bonanza económica dibuja un panorama más llevadero. Pero la singular 'fuga' del rey lo ha trastocado todo.
El mensaje del cambio llama a la puerta. La férrea estructura del poder en España se mantiene hermética, firme, inconmovible desde hace demasiados años, ajena a los padeceres de una sociedad que vive desde hace un lustro el peor momento económico de la reciente historia, sacudida por dramas, angustias, pesares y...mucho dolor.
La clase dirigente, en la que hay que incluir a los 'popes' del Ibex, atrincherada en sus consejos de administración todopoderosos e inamovibles, con la peor imagen que conocieron los tiempos, también está afectada de arterioesclerosis. Días atrás, Manel L. Torrents describía en este diario la eternización en sus privilegiadas cúspides financieras de los Botín, Villar Mir, Fainé, Eduardo Serra, Alierta... Los eternos mandamases del sector financiero y empresarial de nuestro país, 'la generación del rey', que ha recurrido a todo tipo de normas y medidas internas para perpetuarse en sus despachos. La abdicación del monarca también llama a su puerta, aunque no lo quieran ver. Ya hay quien empieza a meter ya a Rajoy en ese paquete. "Debe pasar a primera línea una generación más joven". Veremos.