María Reyes Maroto Illera nació en Medina del Campo (Valladolid) el 19 de diciembre de 1973, pero ese dato es engañoso e irrelevante porque tanto su infancia como juventud las pasó en el hermoso, vecino y pequeño pueblo de Ataquines. Es este un municipio del sur de la provincia de Valladolid que no llega a 600 habitantes: un claro ejemplo de la “España vaciada”. Reyes es la segunda de los tres hijos de Julio Maroto, agricultor jubilado, y de su esposa Pilar Illera. Está casada con el ingeniero Manuel Pisonero y tiene dos hijos.
Comenzó a estudiar en el colegio de su pueblo, Ataquines. Hizo el bachillerato en la vecina localidad de Olmedo. Salió buena para los números, eso lo dice todo el mundo que la conoció de chiquilla. También era estudiosa…, o eso aseguran sus coterráneos, que están encantados con que una hija del pueblo haya llegado a ministra. Pero sí es probable que lo fuese, porque Reyes Maroto, en su época escolar, daba clases particulares de Matemáticas a los niños más lentos; acabaría por licenciarse en Economía en la Universidad de Valladolid y luego hizo un master en Economía y Finanzas en la Universidad Carlos III, de Madrid. Feminista convencida, trabajó en el instituto de Estudios de Género de su universidad. También en diversas fundaciones, estudios y proyectos como IDEAS, QUASAR y FEDEA, todas relacionadas con la economía. Su primer trabajo fuera del pueblo fue en Madrid, en el Banco de España.
Su biografía política no es especialmente larga. Desde hace muchos años vive en la ciudad madrileña de Alcorcón y pertenece a la Agrupación local del PSOE. No brilló allí demasiado pero era la que sabía llevar bien las cuentas, y eso siempre vuelve interesante –o por lo menos necesario– a cualquiera, porque no abundan las personas capaces de tener al día los estadillos y encima saber qué quieren decir.
Persona simpática, emotiva, sencilla, que cae bien y no especialmente ambiciosa, un día u otro le tenía que tocar. La colocaron en el número 20 de la lista de candidatos del PSOE a las elecciones autonómicas para la Comunidad de Madrid, en 2015. Es lo que se llama un puesto “de relleno”, de los que se hacen para completar las listas según dispone la ley, pero el PSOE, en aquellos comicios, sacó 37 diputados (el candidato era Ángel Gabilondo) y la animosa chica lista de Ataquines se vio, de pronto, convertida en diputada autonómica… y en portavoz socialista en la comisión de Presupuestos, que era de lo que sabía. La presidenta regional era Cristina Cifuentes, del PP. Si hubiese ganado Gabilondo, es muy probable que Reyes Maroto hubiese sido vicepresidenta económica de la comunidad madrileña. Al menos ese era el plan.
Entrada en el Gobierno
Y entonces ocurrió algo inesperado. En los primeros días de junio de 2018, Pedro Sánchez logró sacer adelante una moción de censura que, con un inaudito pacto de funambulistas entre el PSOE, Podemos, ERC y Bildu, sacó el gobierno al PP y a Mariano Rajoy. Sánchez tuvo que formar un gobierno de coalición (el primero en ochenta años) a una velocidad muy grande.
Y en este punto todo depende de la fuente que se consulte. Unos dicen que Reyes Maroto se había convertido, gracias a su talento y a su trabajo, en indispensable en el área económica y presupuestaria del PSOE. Otros dicen (desde el partido socialista) que la bondadosa profesora de Valladolid había aprendido muy bien a maniobrar en las siempre espesas y turbias aguas de la maquinaria del partido, y que supo colocarse en el sitio preciso y en el momento exacto. Otros, por último, también desde el PSOE, aseguran que Pedro Sánchez se confundió de nombre; lo mismo que le pasó a Franco cuando, en 1973, quiso nombrar ministro de Educación al ilustre Luis Sánchez Agesta y acabó designando, por error, a un tal Julio Rodríguez. Fuera como fuese, el caso es que Reyes Maroto se vio consagrada como ministra de Industria, Comercio y Turismo el 7 de julio de 2018. Es posible que méritos no le faltasen. Currículo y padrinos de peso, desde luego que sí. Pero lo consiguió. Lo primero que hizo como ministra fue pedir ayuda para que alguien con dos dedos de frente le llevase la comunicación, porque eso era nuevo para ella, por lo menos a esos niveles. No le fue fácil conseguirlo.
Su trabajo como ministra fue, antes de la covid-19, digno y poco estridente. Pero en cuanto se desató la pandemia se volvió extenuante. El turismo sencillamente se vino abajo y Reyes Maroto poco menos que vivía en su despacho: trabajaba hasta la extenuación para mantener en lo posible la privilegiada situación de España como una de las primeras potencias turísticas del planeta. De su departamento dependía el 40% del PIB español, que se dice pronto. No lo parecía pero, en realidad, estaba por todas partes. Al menos lo estaban su trabajo, minucioso, y la influencia de su departamento ministerial.
Pero logró algo inaudito: prácticamente nadie –quiere decirse, fuera de Ataquines, de la provincia de Valladolid, de la Agrupación socialista de Alcorcón y de las inmediaciones del Gobierno– sabía quién era. No era una persona conocida por el gran público. No salía todos los días en los medios, como otros ministros. Eso da una tranquilidad que a veces, muchas veces, se vuelve peligrosa.
Hasta que ocurrió lo inevitable. La pandemia fue pasando, el turismo regresó casi en tromba, las previsiones de crecimiento económico se dispararon y los asuntos que podrían haber quitado el sueño a la ministra vallisoletana –el terrible follón de las empresas eléctricas y la factura de la luz, por ejemplo– caían bajo el foco mediático de otros compañeros de gobierno. Reyes Maroto parecía feliz… hasta donde puede parecerlo (o serlo) un ministro; la dejaban más o menos en paz.
La tragedia del volcán
Pero entonces sobrevino otra catástrofe, esta doméstica: la erupción del volcán de la isla de La Palma. En los primeros días, la mayoría de la gente se tomó aquello poco menos que como una curiosidad científica, un hecho sorprendente pero no alarmante. Hay que admitir que las fotos que difundían los medios eran muy bonitas, sobre todo las nocturnas. No era tan fácil adivinar una tragedia terrible detrás de aquellas primeras imágenes.
Y la ministra de Industria, Comercio y Turismo; la ministra “tranquila” porque no salía mucho en los medios ni la oposición se metía demasiado con ella; la ministra siempre sonriente, se dejó llevar quizá por el optimismo general, al que ella sin duda se apuntaba porque es su naturaleza, y soltó la frase que había de perderla: “Vamos a dar toda la información para que la isla [de La Palma] se convierta en un reclamo para los turistas que quieran ver este espectáculo tan maravilloso de la naturaleza, con prudencia”. Eso dijo mientras la lava del volcán, primero muy deprisa y luego con espantosa lentitud, se iba tragando una por una las casas, las huertas, los cultivos, las calles y carreteras, la vida entera de cientos y cientos de palmeros, que no podían hacer nada frente aquella catástrofe y que veían que nadie más podía hacer nada tampoco. La ministra Maroto, sin duda, había oído hablar del numeroso turismo que acude a Islandia a contemplar los volcanes. Pero no se paró a pensar que en la zona volcánica de Islandia no vive prácticamente nadie. Y que en la isla de La Palma sí. Y que la zona de Los Llanos de Aridane, donde ha reventado el volcán, es precisamente la más poblada de la isla.
Numerosos han sido los intentos de la ministra, súbitamente pálida y con la sonrisa marchita, para rectificar, corregir o, como se dice oficialmente, “matizar” su tremenda declaración. No parece fácil que no consiga. Una gansada de semejante tamaño no es sencilla de reparar. Hay bastantes precedentes.
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La cotorra argentina (Myiopsita monachus) es un ave de la familia de las psitácidas (la de la gran mayoría de los loros), no muy grande, de color descaradamente verde, linda, de aspecto simpático y que durante mucho tiempo fue candidata evidente a hacer de mascota, porque es lista y agradable.
El problema está en que su origen es el sur de América. Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay, todo aquello. Allí la cotorrita argentina no supone ningún inconveniente, está perfectamente adaptada, sabe lo que tiene que hacer y nadie se molesta con ella. Pero cuando la sacan de su territorio natural, la cotorra argentina parece enloquecer. Su habitual bondad y simpatía se convierten en algo parecido a una ambición territorial casi ilimitada. Su capacidad reproductiva entra en acción, y cómo: cuando llegan a Europa o a cualquier otro país, estos pájaros de aspecto tímido y sonriente se convierten en una especie invasiva que ocupa terminantemente los árboles, los parques de las ciudades, los sotos, el PIB, las zonas donde habitaron siempre otras aves… Desplazan a los gorriones, los mirlos, las urracas y hasta a las palomas. Y hay que ser muy avieso para espantara a las palomas, las ratas del aire.
Pero lo peor es su voz. Ave gregaria, no suele ser de muchas palabras (puede imitar, a veces, la voz humana), pero cuando se pone a chillar es temible. Sobre todo porque a la cotorra argentina le pasa lo que a tanta gente: que pone a funcionar el pico y la lengua antes de poner en marcha el cerebro, y sus graznidos, imprevistos casi siempre y atronadores, espantan a cualquier que los oiga, sea personal animal, vegetal, mineral o cosa, como bromeaba Fernando Savater. No tiene cuidado con lo que dice. Parece mentira, ¿no es cierto?, en un pájaro de aspecto tan afable y resalao. Pues ahí tienen. No sabe ya uno de quién fiarse.