“Desde pequeño sospeché que no eran mis padres biológicos –cuenta-. Cuando tenía cinco o seis años un niño me dijo que mi madre no era realmente mi madre y empecé a fijarme en algunos detalles, como que tanto ella como mi padre eran bastante más mayores que los padres de otros niños. Con 13 años le pregunté a mi madre si era adoptado y me dijo que no. Yo seguía desconfiando, pero lo dejé estar hasta que tuve 18 años. Entonces fui al Registro Civil y pedí mi partida de nacimiento. Comprobé que figuraba como hijo biológico y pregunté al funcionario que me atendió si era posible que fuese adoptado. Me dijo que era imposible y me olvidé del tema”.
Antonio se fue a la mili, se echó novia, se casó… todo parecía definitivamente zanjado, hasta que con 37 años le telefoneó un amigo de la niñez, Juan Luis Moreno, cuyos padres eran muy amigos de los suyos, para responder a la duda que le acompañaba desde que era un niño. “Su padre se estaba muriendo y le había dicho que nos habían comprado a los dos a una monja de Zaragoza por 150.000 pesetas cada uno, que pagaron a plazos durante diez años porque eran familias humildes y no disponían de todo ese dinero. Empezamos a investigar, nos hicimos pruebas de ADN, él con su madre y yo con la mía, y los resultados dieron que la posibilidad de que fuéramos madre e hijo era del 0,000%. En 2010 presentamos una denuncia en los juzgados pero no nos hicieron ni caso y al año siguiente fundé Anadir”. Sus padres han fallecido ya, pero no les guarda rencor por lo ocurrido. “He cuidado de ellos hasta el final y pese a todo los he querido –continúa-. Hablé con mi madre y la dije que la quería, pero que era mi madre adoptiva, no biológica. Le enseñé los papeles, le dije que quería saber la verdad y terminó por reconocerme lo que había ocurrido”.
Mari Cruz Rodrigo, presidenta de la asociación SOS bebés robados, está convencida de que, como a Fuencisla y Fernando, a ella también le robaron a su hijo en el hospital Doce de Octubre de Madrid. “Mi hijo nació el 18 de agosto de 1980, a los siete meses de gestación, de modo que tuvieron que llevárselo a la incubadora. Yo me escapaba todos los días de mi habitación hasta la sala en la que estaba para verle. A mí me dieron el alta, pero él se tuvo que quedar ingresado. El primer día que fuimos a verla en el horario de visitas nos encontramos con que no estaba en su cuna. Dos enfermeras me dijeron que tenía que hablar con una doctora, que fue la que nos comunicó que había fallecido de un fallo cardiaco”
He buscado a mi hijo por los catorce cementerios de Madrid y no está enterrado en ninguno", dice Mari Cruz Rodrigo.
El joven matrimonio, que entonces tenía tan sólo 21 años, pidió ver el cadáver del niño sin éxito. “Le dijimos que queríamos verlo antes de enterrarlo, que queríamos darle un beso, y nos contestó que estaba desfigurado y era mejor que no lo viésemos así. Le dijimos que queríamos inscribirlo en el registro y ella contestó que para qué queríamos hacer eso, que el papeleo lo arreglaban ellos. Como vivíamos en Fuenlabrada quisimos enterrarlo allí, pero la doctora nos preguntó si teníamos 200.000 pesetas para sufragar los gastos del entierro, y como no las teníamos porque nos acabábamos de meter en un piso y teníamos otro niño de un año, se encargaron ellos. Mi marido le pidió el resultado de la autopsia y estuvimos yendo durante muchos días al hospital, hasta que a los tres meses nos dio un papel firmado por ella en el que figuraba la causa de la muerte. Es todo lo que obtuvimos. Por no saber, no sabemos ni donde se supone que la enterraron, pero yo he estado en los catorce cementerios de Madrid y en ninguno hay datos del niño”.