España

Tras los pasos de Colón en Canarias: un vecino más de Las Palmas

Que Canarias fuese un secreto de Estado entre portugueses y castellanos habría forzado al navegante a vivir en la capital grancanaria un tiempito

  • Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, de Dióscoro Teófilo Puebla Tolín.

La existencia de islas en el Atlántico, posiblemente Madeira o Canarias, ya era conocida en la antigüedad. Autores como el Pseudo Aristóteles y Diodoro Sículo las mencionan. Incluso los etruscos intentaron establecerse en una de ellas. Pese a ello, no todas las fuentes antiguas hacen referencia a estas islas. Los griegos las idealizaron como las Islas de los Bienaventurados, un paraíso terrenal. Plutarco, basándose en relatos de marinos, ofreció una descripción bucólica de las Canarias, equiparándolas a los Campos Elíseos.

Hubo dos navegantes que antes de hablar de las islas Canarias y teorizar sobre el Atlántico pisaron suelo firme. Jesús Porro, licenciado en Filosofía y Letras, sección de Geografía e Historia, Área de Historia de América, por la Universidad de Valladolid, señala que tanto Colón como Behaim vivieron temporadas en las islas, que jugaban un papel crucial en los proyectos oceánicos de la época. Colón, casado con Felipa Perestrello, hija de Bartolomeu Perestrello (gobernador de Porto Santo), y el alemán Behaim, yerno de Jobst de Hürter (gobernador de Fayal), conocían de primera mano las posibilidades estratégicas que ofrecían estas tierras. Aunque no existen pruebas de que se conocieran o compartieran detalles de sus respectivos planes, sus trayectorias se entrelazaron indirectamente. En 1492, mientras Colón partía hacia lo desconocido con el respaldo de Castilla, Behaim ultimaba su propio proyecto, que presentó al rey portugués Juan II acompañado por una carta del humanista Hieronimus Münzer.

El desenlace es bien conocido: el éxito del viaje de Colón cambió para siempre la historia, mientras que el rey Juan II rechazó el plan de Behaim. La decisión era comprensible: Portugal ya tenía prácticamente asegurada la ruta hacia la India bordeando África, sin competencia y con prometedoras perspectivas comerciales. Además, respaldar a Behaim habría supuesto un conflicto directo con Castilla, que protegía a Colón y acababa de asegurar su liderazgo en el descubrimiento del Nuevo Mundo.

La curiosidad por lo desconocido llevó a los antiguos a explorar el Atlántico. Las islas, como las Canarias y posiblemente Madeira, fueron objeto de mitos y leyendas. Autores griegos las describieron como paraísos, mientras que historiadores como Diodoro Sículo relataron intentos de colonización. A pesar de las diferentes perspectivas, todas coinciden en la existencia de estas tierras misteriosas en medio del océano.

La posición de Canarias en el mundo era tan atractiva que los navegantes mantenían punto en boca a la hora de ubicar a las islas en el Atlántico. Esto viene desde la antigüedad con Hiparco, Hecateo, Heródoto y Eratóstenes que sabían de las islas pero se callaban detalles hasta que los romanos romana, abren el grifo de la información. La descomposición del Imperio Romano y las invasiones bárbaras taponó la información en la Alta Edad Media. La Biblioteca Nacional de Madrid alberga un ejemplar de 1535 y dos de 1541, piezas de gran valor histórico sobre la navegación de Canarias en el mundo. Durante las navegaciones oceánicas de la época, las cartas náuticas fueron confiscadas y las crónicas, alteradas, en un esfuerzo deliberado de los castellanos por mantener en secreto sus descubrimientos atlánticos. Aunque se divulgaron aspectos de la gesta de Cristóbal Colón y otras noticias relacionadas, no hubo una difusión oficial de los avances geográficos, ni se publicaron mapas que documentaran las expediciones de Bartolomeu Días, Cristóbal Colón, Vasco de Gama,  Vicente Yáñez Pinzón o Juan de la Cosa.

Las cartas náuticas y los mapas elaborados en Castilla y Portugal eran considerados documentos estratégicos y reservados. Este enfoque de confidencialidad explica por qué solo una fracción del material producido por los cartógrafos de la época ha llegado hasta nuestros días. "La prioridad de los reinos ibéricos era proteger la información clave que garantizaba su supremacía en las exploraciones y el comercio", detalla Jesús Porro. Este contexto refleja cómo, pese a la importancia de los descubrimientos, el conocimiento geográfico detallado se mantenía bajo estricto control. Las narraciones heroicas eran compartidas, pero los datos precisos sobre rutas y territorios permanecían ocultos, limitando la creación de tradición cartográfica. Entre 1475 y 1492, los portugueses llevaron a cabo múltiples expediciones para descubrir nuevas islas en el Atlántico, un contexto vibrante que atrajo a figuras destacadas como Cristóbal Colón y Martín Behaim. Ambos personajes, fascinados por los avances y las ideas de la época, se sumergieron en un ambiente repleto de entusiasmo y expectativas. Con los planes de exploración cada vez más ambiciosos, los archipiélagos se convirtieron en piezas clave: eran puestos estratégicos para reabastecerse, reparar navíos, aprovisionarse de agua o incluso refugiarse durante los largos viajes de ida y vuelta por el océano. Ante los progresos constantes de Portugal, Castilla entendió que no podía quedarse atrás y, poco antes del Tratado de Alcáçovas, inició la conquista de Gran Canaria, reafirmando así su soberanía sobre el archipiélago.

Los árabes

Al Qazwini relata un fascinante viaje marítimo de un año a través del océano, en el que un grupo de exploradores, enviados hacia occidente en busca de conocimiento, se cruzó con otras personas con quienes no pudieron comunicarse debido a la barrera del idioma. En sus crónicas, menciona la existencia de las míticas Islas Felices (también conocidas como Eternas, Bienaventuradas o Afortunadas), cada una marcada por un ídolo erigido que, según su función simbólica, recordaba a los navegantes la imposibilidad de continuar hacia el Poniente. Este detalle refuerza la atmósfera misteriosa y casi prohibida que rodeaba estas tierras en el imaginario de la época.

Ibn al-Faqih describe estas islas como lugares de excepcional fertilidad, donde el clima dulce favorecía una naturaleza generosa en frutos, cereales y plantas aromáticas. Además, señala la abundancia de piedras y metales preciosos, lo que las convierte en un destino no solo enigmático, sino también valioso para quienes soñaban con aventuras y riquezas. Por su parte, Idrisí ofrece un retrato aún más detallado, mencionando la isla de Masfahan, identificada con la actual Tenerife, caracterizada por un monte circular en su centro y conocida por su excelente ámbar y piedras extraordinarias. Estas descripciones, recogidas en textos medievales, no solo reflejan el conocimiento geográfico de la época, sino también el aura mágica que envolvía estas tierras lejanas.

Al-Bakrí, por su parte, sitúa las islas en el Océano Atlántico, no muy distantes unas de otras y al oeste del territorio de los beréberes, frente a Tánger y la montaña Adlant. Este autor destaca la riqueza natural de estas tierras, describiendo bosques densos, campiñas fértiles, y frutos de calidad excepcional. Las islas, además de abundar en cereales y plantas aromáticas, evocaban un paraíso terrenal que alimentaba la imaginación de los navegantes y estudiosos. Estas referencias cruzadas entre distintos autores ofrecen una visión vibrante de las Islas Afortunadas, fusionando elementos de geografía, leyenda y exploración, y consolidándose como un enclave esencial en las crónicas del mundo medieval.

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