Entre 2000 y 2010 morían al año a manos de la polícia entre 425 y 608 personas. En los tres años siguientes, la incidencia de estas muertes se ha duplicado.

A estas alturas poco importa si la hucha de las pensiones era un cerdito de barro cocido o un cuento para crédulos. Ya no hay margen para sanear el sistema sin adoptar medidas desagradables y, muy probablemente, contraproducentes.