Hace 20 años, Luiz Inácio Lula da Silva se convertía en el primer presidente de clase obrera de Brasil. A la cabeza del Partido de los Trabajadores, el mandatario, al que Obama llegó a llamar el "presidente más popular de la Tierra", fue reelegido en 2006, y gobernó hasta dejar el poder en 2010. En ese momento, Lula contaba con una popularidad del 85%. Este domingo un 50,9% de los votantes brasileños lo auparon de nuevo al gobierno para ejercer su tercer mandato.
Pasaron 12 años desde que el obrero metalúrgico, sindicalista, y finalmente gobernante, dejó el cargo hasta finalmente lo recuperó. Entre medias, el paso por la cárcel del candidato y fundador del Partido de los Trabajadores, las constantes polémicas durante el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro y finalmente los estragos que ha causado la pandemia en el país de las favelas han hecho de su carrera presidencial un hito, y de su victoria un acontecimiento celebrado por dirigentes en todos los rincones del globo.
Un gobierno asolado por la corrupción
Con una gestión liberal en lo económico, da Silva alcanzó tasas de crecimiento promedio del 4%, sacó de la pobreza a 32 millones de personas, redujo el desempleo al 4% y amplió el acceso a la educación. Se convirtieron en éxitos que no evitaron, sin embargo, que la administración del PT se viera asolada por la corrupción.
En 2005 un escándalo de sobornos parlamentarios llevó a la cárcel a 25 personas, varias de ellas de su entorno más íntimo. Esto no impidió su reelección un año después, y en 2010 pudo imponer al partido a Dilma Rousseff como su sucesora a pesar de no ser la favorita dentro de la formación. Lula la eligió, y eso la convirtió en la primera presidenta de Brasil.
En 2014 fue reelegida y el fantasma de la corrupción volvió a atacar al partido, esta vez con éxito: Rousseff fue destituida por irregularidades fiscales y el hoy presidente fue juzgado por la mayor trama de corrupción que ha existido en Brasil. El resultado del juicio es bien conocido, y Lula pasó en el presidio 580 días. Quedó fuera de la carrera presidencial en 2018, y la puerta quedó abierta para que el cargo lo ocupara un nuevo inquilino: Jair Bolsonaro.
Además de la cárcel, enfrentó un grave cáncer de garganta, cuyas secuelas persisten en su voz, siempre ronca pero ahora más apagada y cuidada por una fonoaudióloga que hoy es una de sus sombras.
Anulación de los procesos y vuelta a la política
La redención de Lula llegó con el tiempo. Una infinidad de errores procesales anularon los procesos contra él, y recuperó sus derechos políticos. "Fui víctima de la mayor mentira jurídica en 500 años", declaró una vez compareció ante los medios tras la anulación. También Rousseff fue absuelta por el desvío de dinero público hacia el partido.
Una vez liberado el líder del PT, solo era cuestión de tiempo que se batiera con Bolsonaro en los comicios para hacerse cargo de un país que fue devastado por la pandemia de la COVID-19. La pobreza, la vivienda, o la protección de la Amazonía en los grandes problemas para el presidente ultraderechista, y hoy en los retos de los que Lula, en su tercer mandato, tendrá que afrontar.
Lo hace al frente de una variopinta coalición que va mucho más allá de la izquierda en que nació para la política en la década de 1970, hoy se convirtió en el primer brasileño que ha sido elegido tres veces para gobernar el país.
El próximo 1 de enero, volverá a asumir la Presidencia, veinte años después de la primera vez. Y como entonces, ya avisa de que se verá obligado a reiterar el mayor deseo de su vida política: "Que cada brasileño pueda desayunar, almorzar y cenar cada día".
Con la misma "esperanza" que pidió y alimentó en la que ha sido su sexta candidatura presidencial, le esperan ahora, igual que hace veinte años, unos 33 millones de brasileños que se calcula que hoy pasan hambre y que, como admite Lula, "tienen urgencia".