Todo parecía indicar que el modelo de desarrollo brasileño funcionaba como un reloj, hasta ahora. Su economía logró estabilizarse en los años 90 gracias a Fernando Henrique Cardoso para luego acelerarse bajo el mandato de Lula da Silva y convertirse en buque insignia de las potencias emergentes. El país consiguió esquivar el colapso de Lehman Brothers en 2008 y ofreció dos años después su mejor actuación en un cuarto de siglo, con tasas de crecimiento del 7,5%. Unos 25 millones de personas salieron de la pobreza y se consiguió en buena manera reducir los niveles de desigualdad. Hasta se ganó el derecho de ser sede de un Mundial de Fútbol (2014) y de unos Juegos Olímpicos (2016).
Sin embargo, el milagro brasileño ha perdido fuelle, como constata la revista The Economist, que ha sustituido su imagen de hace cuatro años del Cristo de Corcovado ascendiendo como un cohete por otra en la que se precipita al vacío. Y es que, la economía brasileña creció apenas un 0,9% en 2012 y las previsiones para este año y el que viene son del 2,5%. Además, el país se enfrenta a altos niveles de corrupción, a dos burbujas económicas (una inmobiliaria y la otra crediciticia), una inflación disparada y unos salarios mínimos que no crecen al mismo ritmo.
La economía brasileña se dirige a un cuarto año consecutivo de crecimiento débil, lo que reduce las probabilidades de una aumento en su calificación crediticia, según afirmó recientemente Moody's Investors Service. La agencia le otorga una calificación de 'Baa2', dos escalones sobre el estatus "de bono basura". Moody's revisó la calificación del país a "positiva" en el 2011 y, a finales de 2012, decidió retrasar un año más una posible mejora.
"La gente sigue ilusionada con el crecimiento de la economía; los expertos saben que la cosa va mal"
"La gente sigue ilusionada con la economía y el crecimiento, pero los expertos saben que la cosa va mal", relata a Vozpópuli Fabiana, una carioca afincada en São Paulo preocupada por el estallido de protesta social del verano a consecuencia, nada menos, que de una subida de 20 céntimos en el transporte público.
Desequilibrios entre el sector público y privado
Por supuesto se pueden buscar diversas justificaciones para esta desaceleración. La primera es innegable: todas las economías emergentes han echado el freno en los últimos años. Además, las recompensas que obtuvo al abrirse al comercio exterior, elevar los precios de las materias primas o aumentar los créditos y con ello el consumo, ya se han agotado. Y es que, Brasil ha puesto el foco en el desarrollo económico y la política social olvidándose de aspectos como la sobredimensión del sector público.
No obstante, sacar de la pobreza a más de 20 millones de personas tiene un precio. El proyecto estrella de Lula, conocido como Bolsa Família, fue una medida admirable en la lucha contra la pobreza y la exclusión social, pero impuso al sector privado brasileño una pesada carga. Las empresas soportan las mayores tasas del mundo y los impuestos sobre nómina son del 58%.
Otro ejemplo de las consecuencias de la apuesta social del Gobierno brasileño es la descompensación que existe entre las pensiones y la renta nacional. Pese a ser un país joven, su gasto en pensiones se asemeja al de países del sur de Europa, donde la proporción de personas de avanzada edad es tres veces superior.
La Brecha de Huntington y la clase media
Según el politólogo estadounidense Samuel Huntington, "en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Por eso sale la gente a la calle a protestar contra el Gobierno". Esta teoría de la "brecha de Huntington" se materializó en Brasil hace un año, cuando un aumento de 20 céntimos en el precio del transporte público, sirvió de chispa para encender la protesta de los indignados y de las clases medias.
En los países emergentes, la demanda de servicios públicos crece más rápido que la capacidad de los Gobiernos de satisfacerla
Según denunciaban, los transportes conforman un claro ejemplo de disfuncionalidad dentro del estatus de potencia mundial que supuestamente tienen, máxime cuando la subida se produjo en un momento en que el presupuesto del país estaba sumergido en una cantidad ingente de gastos en obras para el Mundial y los JJOO.
No en vano, aunque Brasil ha avanzado hacia una mayor democratización, se mantuvo en el octavo lugar entre los 18 países de América Latina analizados en el Índice de Desarrollo Democrático en la región en 2013 que elabora la consultora política Polilat, teniendo en cuenta 80 indicadores.