Internacional

La izquierda francesa se automutila y deja el poder en manos de la derecha

El NFP fue la coalición que obtuvo más escaños (193) en las elecciones anticipadas del 7 de julio, pero no es sino la minoría mayoritaria de la Asamblea Nacional (577 diputados)

La izquierda francesa llorará este sábado en la calle lo que no ha sabido gestionar tras su victoria en las urnas. Los socialistas han preferido “melenchonizarse” antes que aceptar a un socialdemócrata como jefe de gobierno. Al presidente Emmanuel Macron no le quedaba alternativa y en las últimas horas de “mercato” fichó como jefe de gobierno a Michel Barnier, representante de la derecha tradicional y único candidato que superó el veto de Marine Le Pen.

Las soflamas, los gritos, y la ira de los manifestantes reflejan la frustración del “Nuevo Frente Popular” (NFP), al artefacto electoral creado por las diversas izquierdas del país: “La Francia Insumisa” de Jean-Luc Melenchón, el Partido Socialista, los ecologistas y el Partido Comunista.

El NFP fue la coalición que obtuvo más escaños (193) en las elecciones anticipadas del 7 de julio, pero no es sino la minoría mayoritaria de la Asamblea Nacional (577 diputados). En porcentaje, no llega ni al 30% de los votos emitidos en la primera semana de julio, pero desde la noche electoral exige el derecho de formar gobierno con un jefe salido de sus filas. Además, desde ese mismo día han olvidado que su “éxito” se debe, en gran parte, al pacto de desistimiento que acordaron con el propio Emmanuel Macron, el llamado “Frente Republicano”, para cerra al paso a una mayoría de Marine Le Pen, como preveían los resultados de la primera vuelta, el 30 de junio.

Desde esa noche del 7 de julio, el líder de “La Francia Insumisa”, Jean-Luc Melenchón, cerró la puerta a cualquier negociación con otras fuerzas políticas, exigiendo la aplicación del programa “y sólo el programa” de las izquierdas, en un futuro gobierno.

Apenas dos meses más tarde, el palacio de Matignon, la sede del primer ministro será ocupada por Michel Barnier, un representante de la derecha tradicional, todavía miembro de la “Derecha Republicana” (ex “Los Republicanos”), una formación que en los comicios obtuvo 47 diputados, muy lejos de NFP y del primer partido (no coalición) en el Hemiciclo, “Reagrupación Nacional”, liderado Marine Le Pen y Jordan Bardella (143 diputados).

Recordar el resultado electoral es indispensable para intentar comprender la decisión final del presidente, porque el rompecabezas provocado por una disolución, que hoy todos consideran un estúpido error, desembocó en una cámara baja que hace casi ingobernable Francia.

Un primer ministro “no censurable”

La mayoría, establecida en 289 escaños, ha convertido la elección de jefe de gobierno en una competición que exigía aspirantes capaces de no sufrir una moción de censura el primer día de su encuentro entre los parlamentarios y tras su discurso programático, lo que se tradujo en un “criterio de no censurabilidad”

Así las cosas, los favoritos de Macron desde un primer momento – Xavier Bertrand (miembro del mismo partido que Barnier) y el socialdemócrata Bertrand Cazeneuve, fueron sometidos al examen de todas las tendencias políticas con derecho a escaño. Macron desestimó desde el segundo 01 a la candidata de las izquierdas, Lucie Castets, una alta funcionaria, “experta en servicio público”. Las propuestas del NFP: abrogación de las reformas de las pensiones y del paro, multiplicación del gasto público, aumento de los impuestos, - en teoría solo a las “grandes fortunas”-, todo ello aderezado con una salsa internacional a base de apoyo a Hamás, horrorizó a millones de franceses, al inquilino del Elíseo y espelucó el pelo de los hombres de negro de la Unión Europea, que afilan desde hace meses sus hachas ante el desvío del gasto del Estado francés.

Algunas voces, incluso en la derecha, hubieran preferido, sin embargo, que Macron lanzase al ruedo a la candidata de izquierda para verla derrotada en un voto de censura que tenía asegurado. Eso habría cerrado la boca a sus partidarios, autoerigidos ahora en mártires de la democracia. “Un riesgo para la imagen internacional de Francia”, respondieron fuentes del Elíseo.

Socialistas, “lacayos” de Melenchón

La composición actual de la Asamblea exigía a Macron el nombramiento de un primer ministro que pudiera salvar el veto de los dos extremos, de Melenchón y de Le Pen, que juntos pueden tumbar cualquier propuesta. Las izquierdas se cerraron en banda y no solo vetaron al centroderechista Bertrand, sino también al socialdemócrata Cazeneuve, para vergüenza del ala crítica del PS que tachó a su líder, Olivier Faure, de simple “lacayo” de Melenchón. Los consejos del expresidente socialista y neodiputado, François Hollande, no sirvieron para nada; la posibilidad de un jefe de gobierno de la izquierda moderada fue antes enterrada por su propio campo antes de ser sometida a la opinión de otros partidos: sectarismo sin fronteras.

Emmanuel Macron, cuyo principal empeño en los últimos años ha sido cerrar el paso a lo que él define como la “extrema derecha” (ha sido elegido presidente dos veces con el voto de la izquierda para evitar a Le Pen), se ha visto en la tesitura de aceptar una cohabitación con el único de los candidatos que pudiera recibir el “nihil obstat” de Marine Le Pen.

Para Jean-Luc Melenchón, el nombramiento de Michel Barnier y no de su candidata, representa “un robo al pueblo francés”, (…) “hecho con el permiso de Reagrupación Nacional”. En realidad, cada día hay más convencidos de que Melenchón prefería no participar en los intentos de reparar hoy Francia y prefiere que la crisis se acentúe para presentarse como salvador en las próximas presidencial, ya sea en 2027 o antes si el caos político obligara a Macron a dimitir.

La decisión del presidente deja tocado al PS, dividido entre radicales y socialdemócratas, pero prisioneros de “La Francia Insumisa” en una alianza sin la cual sus expectativas electorales se desvanecerían con el actual sistema de escrutinio. El primer dirigente del PS, Olivier Faure, compite con Melenchón en declaraciones grandilocuentes: “estamos en una crisis de régimen”.

Mientras tanto, los socialistas del ala reformista se lamentan por haber perdido la oportunidad de ocupar la jefatura de gobierno. Bernard Cazeneuve, último primer ministro de la presidencia socialista de François Hollande, exministro de Asuntos Exteriores, de Presupuesto y del Interior, no parecía una personalidad susceptible de seguir una línea macronista sin exigir la aplicación de sus ideas.

Otro socialista reformista, Karim Ramdouane, alcalde de Saint Ouen, que figuraba en la lista de futuribles, mostraba ayer su decepción y cólera hacia una parte de la izquierda que “pretendía hacer creer a los franceses que podría aplicar el 100% de su programa”, en un claro ataque al caudillo de “La Francia Insumisa”.

Melenchón quiere destituir al presidente y ha iniciado un procedimiento parlamentario que no tendrá éxito, pues necesita la aprobación de dos tercios de la Asamblea y del Senado. Además, los socialistas habían ya anunciado que no estaban de acuerdo con esa iniciativa. La salida de emergencia ante ese cúmulo de frustraciones es llevar el enojo a las calles y agitar los ánimos para intentar desbancar a Emmanuel Macron antes de los comicios presidenciales de 2027. Una estrategia “trumpista”, según sus críticos.

Le Pen, “hacedor de reyes”

Que la hace dos meses “rediabolizada” Marine Le Pen se ha convertido en “hacedor de reyes” es un hecho. Al parecer, el “cordón sanitario” se anuda según conveniencias coyunturales. La líder de RN había puesto tres condiciones para no ejercer su veto antes del futuro discurso de investidura de Barnier: el cambio hacia un sistema electoral proporcional, una política más dura contra la inmigración ilegal y la inseguridad, y el respeto a los votantes de su partido, despreciados por buena parte de la llamada “clase política”.

Si RN no veta a Michel Barnier el día de la investidura significará que apoya su plan de gobierno y, por tanto, se convertirá en partícipe de facto de una cohabitación con su enemigo, Emmanuel Macron, aunque ya han anunciado que juzgará una por una las iniciativas del nuevo “premier”. En todo caso, su actitud de apertura le confiere un punto más de respetabilidad política ante una opinión pública desconcertada desde la disolución decidida por el presidente, el 9 de junio pasado.

En la ceremonia de traspaso de poder, Barnier enumeró algunas de sus prioridades: la defensa de la escuela pública y republicana (contra la acometida del islam político), el control de la inmigración, atención a la inseguridad creciente… Serán las cuestiones económicas y sociales las que pueden poner en peligro en la Asamblea al nuevo responsable del ejecutivo. El presupuesto de 2025 debe ser presentado el primero de octubre, para ser aprobado como máximo el 31 de diciembre. Con la espada de Damocles de la Unión Europea sobre su cuello, Macron ya había previsto un ahorro de más de 15.000 millones en gasto público.

Presupuesto, pensiones, déficits: el calvario de Barnier

El ministerio de Finanzas saliente se despidió con una nota explosiva en la que se advertía que el déficit público podría situarse en un 5,6% del PIB a final de año, por encima del 5,1% previsto. En el mismo texto se señala que, si no se encuentran 60 mil millones de euros, en 2025 el déficit podría llegar al 6,25% y no al 4,1% esperado. Hay que recordar que la deuda pública de Francia superaba los tres billones de euros (110,6% del PIB), a finales de 2023.

Barnier deberá encontrar también una manera de salvar un escollo que une en la lucha a Melenchón y a Le Pen, la abrogación de la ley de pensiones. Macron elevó de 60 a 62 años la edad mínima de jubilación. El nuevo jefe de gobierno es desde hace años partidario de aumentar la edad de retiro profesional a los 65 años. Los sindicatos, a excepción del reformista CFDT, ya han convocado una huelga para el 1 de octubre, para dar la bienvenida al nuevo presupuesto.

Michel Barnier es consciente de que puede convertirse en un jefe de gobierno efímero. Con la amenaza constante de una moción de censura que le descabalgue del poder, su primer obstáculo será el nombramiento de nuevos ministros. Formar un gobierno que represente un máximo de tendencias políticas será también muy complicado. La línea oficial del PS ha cerrado la puerta a su participación. Tampoco habrá representantes de Marine Le Pen. Recurrir a “expertos”, “técnicos” y representantes de la sociedad civil parece obligado. Pocos políticos, fuera del bloque de centro y de la derecha, quieren participar en un gabinete que podría empañarles su futuro si se convocan nuevas elecciones legislativas, como todos presagian, dentro de un año.

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